Las nuevas policías

Las nuevas policías

La antigua policía, la de Trujillo, era una guardia de ocupación, cuya misión era clara y precisa: mantener a raya  a los civiles, es decir, a la población, desarmarla, someterla al poder establecido (militar, interventor, oligarca, e institucional). Estaba comprometida con el Jefe, al cual le debía absoluta lealtad personal, pero también entendía que el orden público debía ser defendido, que robar y matar por cuenta propia era malo.

La Policía de los “doce años” fue menos organizada, fue una entidad repartida en grupos de poder que respondían mayormente, sin embargo, a la autoridad Superior. Defendía del comunismo, real o supuesto, de izquierdistas, sindicatos, partidos y fuerzas de oposición. Esta policía, aunque corrompida en altas esferas, tenía aún cierto sentido de cuerpo y de misión, y de ello sacaba algo de orgullo, honor y dignidad personal y de grupo. Las policías que vinieron después se politizaron en extremo, tanto al servicio del Partido oficial y el Poder Ejecutivo, como al ser cooptados por los partidos y las tendencias. Lo que ocurría, era, sin embargo, una consecuencia del esquema balagueriano de pagar poco y permitir la coima y las prebendas, a los altos oficiales, para obligarlos a serle leales.

Las policías de estos años ya dejaron de ser nacionalistas, patrióticas o políticas. Son en gran medida asociaciones de “negocios”, con el agravante de que ya no tienen siquiera lealtad a jefes, o líderes de facciones o grupos, sino que cada agente se las busca por cuenta propia o en bandas con delincuentes o “negociantes” civiles y se inscriben en grupos de poder de alguna especie, entre los que abundan los de altos oficiales que tienen asignados policías  de alquiler, los cuales dan servicio de vigilancia,  mensajería, construcción, choferes, guardaespaldas. Los sueldos de estos agentes los cobra el oficial a quien están asignados, y ellos cobran en la empresa donde trabajan, donde son muy apreciados pues, como muchos otros policías “protegidos” o “especiales”, tienen licencia para disparar y cometer arbitrariedades, sin que el empleador asuma riesgo ni responsabilidad alguna por lo que haga el policía.

Pero el peligro mayor es que ya se han constituido en  agentes libres” que trabajan por ajuste y por encargo, como sicarios o como servidores “honrados”. Los hay que tienen sus propios negocios, defendiendo con garras sus intereses, pero también ofreciendo, con cortesía y disimulo, sus servicios profesionales. El mayor peligro ocurre cuando estos agentes ya no sienten apego ni respeto por ley alguna, ni por su pertenencia ni rango en su institución; sino que su orgullo y sentido de ser reside en su capacidad demostrada de ser un digno miembro de la comunidad del consumo, del lujo y la ostentación. O de su capacidad impunible de matar o perdonar vidas.

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