Las nuevas territorialidades

Las nuevas territorialidades

AMPARO CHANTADA
La ciudad históricamente ha presentado considerables niveles de segregación urbana. Recuerdo la zona colonial, San Antón en 1978. Miraba atónita, bolsones de riqueza que contrastaban con la humildad para no hablar de pobreza, de los barrios en general.

2005, Santo Domingo ha cambiado, sin lugar a dudas, pero ese cambio que algunos llaman modernidad, no se ha producido en toda la ciudad y en beneficio de todos: en los mismos espacios de abundancia vemos las torres que han sustituido las antiguas viviendas anchas donde comparten la evidente terciarización de la economía urbana que se expresan en las plazas comerciales, tiendas y restaurantes cosmopolitas. La pobreza no se ha erradicado, ha desaparecido de los espacios céntricos de la ciudad para estar confinada, donde no pasan los corredores viales. Los visitantes la ven desde lejos y arriba de los puentes que llegan a la capital o en los corredores urbanos a toda velocidad. Eso ha provocado una ruptura del tejido urbano y un aislamiento de los grupos sociales, que no interactúan sino que se deslizan sin encontrarse. Los marchantes y los choferes son los personajes más móviles en ese espacio urbano, irrumpen en todos los intersticios del espacio urbano. Esa nueva territorialidad en Santo Domingo ha homogeneizado determinadas zonas, con rasgos comunes a los que presentan todas las grandes ciudades ricas del mundo pero confrontando esa modernidad con el resto de la ciudad, esta muestra un agravamiento de la segregación urbana, un deterioro de los servicios e infraestructuras de consumo colectivo para la mayoría y esos son los efectos urbanos de los factores económicos y sociales generadores de pobreza.

El resultado es que se generalizan las situaciones de exclusión social, una clara expresión espacial de la existencia de una ciudadanía restringida. Esa polarización económica, social y urbana contribuye a generar un clima propicio para que se desarrolle nuevas formas de delincuencia que provocan la inseguridad y la violencia, hasta niveles nunca antes alcanzados. La población se siente cotidianamente amenazada, debiendo replegarse cada vez más en su individualidad y perdiéndose la convivencia urbana en el barrio y en la ciudad en general. En ese contexto, donde inmensos barrios conviven con los ríos contaminados y cañadas insalubres, donde el agua potable y la luz escasean, donde el desempleo es la regla, se anuncian dos megaproyectos urbanos, los dos, al fin y al cabo, inversiones inmobiliarias que crean nuevas territorialidades conquistadas al mar, de las cuales, esperan sacar muchos beneficios. Y precisamente en ese mismo momento se revelan los impactos creados por ese modelo de urbanización costera, en la calidad del agua potable, en la capa freática, en los niveles de salinizacion de las reservas acuíferas. Los dos proyectos que totalizaran más de 2000 viviendas o sea la estadía para no decir permanencia de casi 10.000 personas añadirán nuevas funciones a Santo Domingo, de ciudad-tránsito, con alojamiento y servicios para una población fluida en su mayoría consumidora de innovaciones, de energía y agua en sobreabundancia (un turista consume de 300 a 850 litros de agua por día) y almacenamiento o servicios al complejo transporte de mercancías. Esa población además será productora de más desechos y residuos que los habitantes de la ciudad, incluyendo el petróleo que no dejaran de descargar los cruceros y otros barcos, que necesitarán además de instalaciones especiales que no existen en Santo Domingo y que se construirán para su uso exclusivo. La nueva ciudad portuaria acogerá miles de turistas que necesitarán instalaciones sanitarias y servicios que la mayoría de la población no tiene, poniendo a prueba y en altos riesgos el ecosistema costero. Dejará sin puesto de trabajo a miles de empleados y obreros de Aduanas. Esas reflexiones de forma prospectiva surgen de la necesidad de investigar la constitución de esos grandes nuevos territorios y prefigurar los nuevos riesgos, su magnitud y localización donde se integre una perspectiva social y económica en función de la tendencia de la inversión y el flujo de personas, sin olvidar la perspectiva ambiental en función de procesos regionales y locales (corrientes marinas, ríos cercanos, erosión, temblores, ciclones, arrecifes, corales, fauna marina). Los dos megaproyectos en lugar de reforzar la ciudadanía potencian, desde su inicio, la exclusión y la relegación de la población a un rol pasivo de espectador de un proceso de cambio de imagen y de memoria de su ciudad. ¿Porque no consultar? Referéndum, porque no:

La mejor respuesta para la integración de la ecuación globalización-sostenibilidad es el filtro a través de la identidad urbana y cultural de nuestra ciudad.

La huella ecológica urbana es el índice de expresión numérica de la sostenibilidad de los territorios y ciudades; siendo cada vez más importante el impacto sobre la biosfera. El objetivo es la consecución de ciudades más sostenibles, que reduzcan su huella ecológica, con un uso responsable de los recursos naturales y la apuesta por modelos adecuados de ciudad, moderar consumos de suelo y construcción masiva de viviendas, valorar la equi distribución y racionalización dotacional, recuperar los espacios públicos, crecimientos supeditados al mínimo de consumo de territorio y de recursos. No estamos acordes con las reflexiones universales sobre una globalización solidaria, la Isla artificial que no es mas que una península producida para generar utilidades a partir de operaciones inmobiliarias que provocan una nueva segregación social a partir de una exclusiva territorialidad, extremadamente anti ecológica, consumidora de recursos naturales y generadora de nuevos riesgos que ponen en entredicho, nuestra identidad y nos engloba en un mundo consumidor y despilfarrador contrario a la realidad caribeña, incluyendo Puerto Rico.

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