Las obscenidades que se permiten

Las obscenidades que se permiten

Nuestra sociedad tiene una vocación colectiva al ridículo.  Es lo único que explica que aún exista –por lo menos en la forma en que lo hace- una institución como la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos.  Esta flamante institución ha vuelto a sus andanzas y “prohibió” la difusión de alrededor de veinte temas musicales considerados de mal gusto.  Pero, al margen de las prohibiciones específicas, es importante ver qué se prohíbe y qué se permite decir en este país de nuestros amores.

En República Dominicana el papel de la Comisión es velar por que en la radio no suenen temas “reñidos con la moral”.  Sin embargo, nadie dice nada ni hace nada cuando se defiende la golpiza criminal que propiciaron agentes de la DNCD a una ciudadana o los “intercambios de disparos”.  Tampoco se prohíben los reclamos de que se exilie a los homosexuales ni las diatribas que presentadores de televisión –enrojecidos y con ojos desorbitados- en contra de los inmigrantes haitianos.

Es cierto que, como dice el artículo 13.4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, los espectáculos públicos pueden ser censurados para proteger a la niñez de ciertos mensajes.  Pero es importante seguir leyendo el artículo y llegar a su numeral 5, que lee de la siguiente manera:

“Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional”.

No es que se busque coartar la libertad de expresión, sino de reconocer sus límites.  Los ejemplos de discurso intolerante arriba mencionados son ciertos, concretos, con responsables públicos. Son, sobre todo, inaceptables en una sociedad democrática.

No es posible que en nuestro país se considere más problemático la insinuación sexual que la apología del odio o la defensa de la violencia de Estado.  Nueva vez se demuestra que en el país las prioridades están torcidas, los valores cívicos muy mal desarrollados.  ¿Es que el mal gusto es más importante y dañino que la verdadera violencia?

La verdadera regulación de la libertad de expresión que necesita República Dominicana es la que tienda  a hacer del debate público un espacio de discusión franca, pero respetuosa de los demás y de la diferencia.  Naturalmente, esto no quiere decir que esté promoviendo la limitación por vía administrativa del discurso político o social.  Y mucho menos que se establezca la censura previa.  Pero sí es posible, y necesario, que empiecen a reclamarse responsabilidades cuando, por ejemplo, un medio se dedica a denigrar por varios días consecutivos a una minoría racial o social en el país.

Seamos responsables y dejemos de tapar el sol con un dedo.  Hay cosas mucho más dañinas en nuestra sociedad que la música de mal gusto.  Si una canción fomenta la violencia o el odio, pues vale que se limite su difusión.  Pero, en caso contrario, creo que tenemos muchas cosas más importantes en las qué trabajar como sociedad.

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