Las olas, para surfear

Las olas, para surfear

La ventaja de la violencia de Estado es el encubrimiento. El colectivo, atormentado por la represión, atenazado por el efecto paralizante del miedo, elude, quizás sin saberlo, la cotidianidad perversa. El delito común no cabe en el imaginario. No está. El tráfago ilícito, la confusión entre lo público y lo privado, en los regímenes autoritarios, impide estar pendiente de minucias infractoras. Es pérdida de tiempo, también riesgo. El día a día de “Crímenes y Delitos Contra las Personas”, importa solo si la política pauta. De modo que las cárceles agrupan presos políticos, aunque muchos fueren políticos presos. Decirlo una y otra vez, aburre, empero, la omisión es peor. Durante 30 años, los sicarios de alcurnia se encargaban del orden. Era la ficción de las puertas abiertas porque no había ladrones. A partir del 1966, el relato del exterminio ideológico ocupaba más cuartillas que la infracción monda y lironda. Algunos, entonces, apostaban que no existía. Ahora, despreciando la historia, adalides de la opinión publicada, divulgan sus teorías del crimen, como si la sociedad estrenara galas guardadas con bolitas de naftalina. Retumba la confusión y la difusión del error, convertido en arma coyuntural que, lamentablemente, apaña la realidad. Engaña, imaginar una sociedad idílica que nunca ha existido. Una comarca bucólica, inmaculada, como la estampa del pesebre que resguarda al niño de Belén. Todo en orden y gracioso. Un código penal quieto, sin uso, una rutina sin espanto. Bastaría husmear en algún archivo judicial para que la idea fantasiosa se pierda entre la sangre.
Construir una teoría del caso, conforme a designios individuales, es costumbre. Imputabilidad a la carta. Quiero que sea así y así será. Y asoma la malhadada teoría de la “Ola de Violencia”. La temporada de horror. El festival, con inauguración y fanfarria, que impide ver, mirar. Ola, como la de calor, como el tiempo de huracanes o de mangos. Ningún autor existe, ninguna victimaria. Las manos criminales son dirigidas por un demiurgo, ese, que no me complace y por eso acuso. No hay asesinas, ni estupradores, no hay contrabandistas ni desfalcadores. No hay estafadores ni narcotraficantes. Solo víctimas. Infelices criaturas gestadas gracias al designio pernicioso de un ser que no es Dios sino demonio. El abc de la conveniencia y el oportunismo acusador, sucumben, pero aun así reiteran sus hipótesis. Remedo de la proclama de Redondo Llenas, cuando usó el estereotipo criminal auspiciado de manera temeraria. Aquel asesino, incólume, atribuyó a “un moreno con poloshirt de rayas” el rapto de su víctima.
Persiste el yerro. Solicitan intervención para retomar la paz. Quieren el poder vigilante del Estado inmiscuyéndose en la vida de los súbditos para evitar incestos, estupros, violencia doméstica. El Leviatán atento al insulto, entrometido para conjurar el chisme, la envidia, el adulterio. Con facultad para prever el delito preterintencional. Cháchara, desprecio, además, por la evidencia.
El “Observatorio de Seguridad Ciudadana” registra que “la convivencia continúa siendo la principal detonante de muertes violentas, agrupa el 51% de los casos” -(Boletín enero-septiembre 2016-). Es esa violencia que atraviesa clases y época, la de “La Mala Vida de la Colonia” que recrea el profesor Deive. No hay “olas de violencia” en el país, la dominicanidad es y ha sido, violenta. Las olas sirven para surfear y con la espuma hacer poesía. La dominicanidad se ha forjado compartiendo con ladrones y homicidas que desempeñan funciones públicas sin asomo de contrición. Con matones que admiten, orgullosos, su oficio. Crecemos entre pescozones y humillaciones. Rodeados por torturadores, padres incestuosos, curia pederasta. Y todos pontifican sin rubor. Preferimos saber y no saber, dudar en lugar de comprobar, cambiar el rumbo para evadir y no enfrentar el submundo que determina el accionar criollo. El de todos. Elite y marginalidad construyendo nombradías, sin temer sanción, gracias al disimulo y el acotejo. Convertir en político el caso de Emily Peguero Polanco, distrae, aleja del análisis pertinente. Impide escudriñar. El asombro procede, aturde, sin embargo, la manipulación es nefasta y abusiva.

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