Las ollas holandesas

Las ollas holandesas

Los partidos políticos populistas tienen una penosa historia económica en América hispánica. En Argentina, el general Juan Domingo Perón concedió enormes ventajas a los sindicatos de trabajadores. Los aumentos salariales y los beneficios sociales consumieron gran parte del presupuesto gubernamental. La solución que encontraron los asesores de Perón fue establecer nuevos impuestos a las empresas. La economía argentina quedó aprisionada entre “el gasto social” y la necesidad de incrementar “las cargas tributarias”. Es lo que se llama la olla holandesa, un tipo de cacerola que recibe fuego por arriba y fuego por abajo. Las tapas de estas ollas tienen una depresión sobre la cual se colocan las brasas. El calor se expande, pues, en dos direcciones.

El guiso que se prepara en esta clase de ollas se pone a punto más rápidamente; pero también puede quemarse por completo si no se atiende debidamente. Nuestros políticos desean congraciarse con “las masas desposeídas”, a costa de las empresas que les dan empleos. A los empresarios “hay que cobrarles más impuestos”, dicen los funcionarios del área económica. Se desquician así los dos factores de la producción: el capital y el trabajo; y se estimula el despido de personal. El Estado no produce nada, a no ser decretos, leyes reglamentos, disposiciones, o sinrazones y abusos.
Desde luego, no objetamos las legítimas funciones del Estado y del gobierno; ni las necesidades perentorias de los pobres; ni la obligación de los ricos de tributar. Sólo queremos indicar que el “torniquete tributario” y la “espita del gasto”, deben controlarse para evitar un gran trastorno económico. En Alemania, Hitler estableció un régimen parecido: el socialismo nacional de derechas, que llaman fascismo. Los sindicatos eran allí más importantes que las personas: se trataba de un “Estado corporativo”.
Los gremios valían más que los individuos. Mussolini primero y Hitler después, hicieron esta dolorosa experiencia hasta el final. Los ejemplos históricos no nos libran de repetir parecidos errores. Ese fue el caso de Napoleón y de Hitler, a quienes “sorprendió” el invierno durante sus invasiones a Rusia. Los pueblos sufren callados los yerros de los gobernantes cuando no tienen alternativa, como ocurría en México con la dictadura del Partido Revolucionario Institucional (PRI). (Pecho y Espalda, 2003).

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