Las ondas concéntricas de la Autobiografía en el agua de Soledad Álvarez[1] (y 2)

Las ondas concéntricas de la Autobiografía en el agua de Soledad Álvarez[1]   (y 2)

La vida no es un río tranquilo. Es un mar agitado por corrientes encontradas, por remolinos, que impiden su curso lineal. Ubicar pues “Deseo inconcluso” al final de Autobiografía en el agua no es gratuito y, más aún, se inscribe en la lógica que crea todo texto literario para hacerse verosímil. Único poema de largo aliento que es, también, un hermoso punto de vista tan exageradamente íntimo y personal como debe ser la relación carnal entre humanos. El deseo, el amor y el dolor son, por ejemplo, sentimientos tan íntimos que solo conoce el yo-poeta: “Nadie lo sabe pero lo supo el viento” (89); también el mar, la arena y los muertos testigos que, por su propia naturaleza, se guardan el secreto cuando no lo pierden…
Este canto al amor, que corresponde a un amor traumático, duro y devastador. Tan traumático como los acontecimientos sociales, bélicos y políticos de los que la poeta ha sido testigo desde 1961. “Deseo inconcluso” no se pretende desligar esta autobiografía sentimental de la otra, en la que se exponen desde “Sentencia (1961)” pasando por los 30 textos que, repito, se colocan en orden cronológico, a saber, acontecimientos políticos e históricos que ocupan las ondas concéntricas que constituyen Autobiografía en el agua, un largo período de muerte, represión, desengaños y frustración que solo la poesía le ha permitido soportar.
Ese período no está separado de los hechos que vivió junto a sus contemporáneos que, no necesariamente, fueron víctimas de los desengaños pero igualmente conmovidos por el asesinato de amigos y que, como la poeta, sobrevivieron al naufragio de una generación cuando aquel vendaval exterior destruyó la esperanza que asomaba en abril del 65.
Los textos al amor carnal, al deseo, al “encantamiento de los sentidos/ Embriaguez iniciática del amor?” (69), a la búsqueda y aceptación del otro con lo que “entregarse” implica : “Pero desear significa salir indefensa a la noche de la incertidumbre” (71). Es exponerse; amar, hacer concesiones, sufrir. Dolor amortiguado por la esperanza que genera el deseo: “A veces nuestros deseos se cumplen/ para que continúe el suplicio de la esperanza”, le dice el otro, el amante.
En los primeros poemas de “Deseo inconcluso” hay una relación dialéctica entre deseo, amor y dolor. En los demás, sin dejar ese doloroso tono de oda al amor, hay lucidez a pesar del filtro del amor, del encantamiento: “con las heridas de lo imposible para tu sal abiertas” (79). Entonces se impone la nostalgia por la ausencia y la partida del amante: “Lo peor era despertar cada día con la musiquilla enamorada” (83). En realidad lo peor era la esperanza en tanto expresión del deseo “que me hace llorar como la huérfana sola que fui” (85), a lo que le sigue otro deseo más poderoso, el de hacer desaparecer, de olvidar. El dolor es íntimo. Solo el yo-poeta lo sabe.
Por íntimo “Deseo inconcluso” es una historia de amor, de dolor, de deseo y esperanza; un texto desgarrador en el que comparten el escenario la entrega al ser amado, sin protección.
La madurez y la experiencia del poeta están presentes en “Deseo inconcluso”, con altas y bajas, que deja libre curso a una suerte de amor circular estrechamente ligada al entorno, a los acontecimientos históricos de su época en los que la esperanza nunca abandonará el escenario a pesar de los desengaños, de las frustraciones, de los fracasos: “mundo mío de colofones derrotados” (83). No hay derrota: la esperanza está presente: “Que sea pues: que el cielo vuelva a ser inalcanzable” (91).
“Deseo inconcluso” no cierra la obra aunque “de tanto tropiezo destrozados los pies” (81), es necesario el olvido, liberarse de ese amante iterativo cuya desaparición va asociada al fin de una época: “cuando te olvide, existirás menos” (87), o más explícitamente: “que ahora sentada sólo espero/ ver el cadáver de mi amor pasar” (93). Para dejar sentado que todo empezaría de nuevo recurrió a este hermoso y atractivo verso: “Una puntada sigue a otra puntada/ y pronto habré de olvidarte” (91); la idea de infinito, de repetición, que evoca ese verso, me recuerda aquel de “El cementerio marino” de Paul de Valérie: “¡El mar, el mar siempre recomienza!”).
Los textos de Autobiografía en el agua alternan lo personal e íntimo con el entorno de una poeta a la que no la arredra exponerse, expresar sus amores, desengaños, el dolor, en hermosos y delicados versos en los que lo erótico así como la soledad son una constante en estos logrados poemas.
Autobiografía en el agua explica, como toda obra de arte, sus mecanismos. “Poesía” no es una simple picada de ojo; es una explicación, dentro del registro en el que se ha clasificado esta extraordinaria colección de poesía que ha permitido a Soledad Álvarez enfrentar y exponerse en medio de acontecimientos sociales, de fracasos y derrotas, verbigracia la ausencia paterna que siempre estuvo presente en el recorrido de su historia: “ni siquiera Dios o su anverso la fe/ que desde siglos ha movido ejércitos como montañas./ Una y otra vez solo el vislumbre/ destello de tu presencia./ Sólo tú me salvas, poesía” (65).
Autobiografía en el agua, sin pecar de exagerado, es una de las mejores colecciones de poemas de la literatura dominicana reciente. Es una obra de escritor maduro que se sirve de la técnica novelística, logrando que lo personal, lo íntimo; la historia y lo narrativo cohabiten y permitan la catarsis introspectiva del extraordinario “Deseo inconcluso” luego de haber dado su visión personal e íntima de la historia dominicana de la segunda mitad del siglo XX y los inicios del actual. La historia, en lugar de cerrarse, recurre a esa suerte de catarsis introspectiva, de purificación, para que, como su propia vida, permanezca abierta.
[1] Álvarez, Soledad, Autobiografía en el agua, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2015, 93p.; también ha publicado: Vuelo posible (1994); Las estaciones íntimas (2006, Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña”).

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