Las ONG desacreditando y los
dominicanos y haitianos bailando

Las ONG desacreditando y los<BR>dominicanos y haitianos bailando

MARÍA ELENA MUÑOZ
La respuesta a mi propuesta de una alianza estratégica dominico-haitiana para conjurar los hechizos malsanos que le lanzan a nuestro país, desde meridianos lejanos, no vino por los tradicionales caminos transitados del quehacer diplomático, sino del ámbito más inesperado: el cultural. Nos referimos al extraordinario evento con que la RD celebró los días 11 y 12 del corriente mes de julio el centenario del nacimiento del gran poeta, escritor, humanista y luchador democrático haitiano Jacques Roumain.

 Con esta fiesta del espíritu, los patrocinadores de dicho homenaje, la Secretaría de Estado de Cultura y la Fundación Global, desde la más elevada y sofisticada super estructura intelectual, sin hacer ninguna alusión, la más mínima referencia, quizás sin proponérselo siquiera, le dieron una galleta sin mano a los grupos de presión que tratan de reciclar las seculares heridas insulares, reiterando con fines inconfesables, las denuncias de supuestos maltratos esclavistas a los nacionales haitianos que trabajan en nuestro país.

Pero mientras las Ong nos están desacreditando, nosotros aquí en la isla disfrutábamos de un regocijo compartido, similar al que recrea Platón en su célebre texto «Fedra», cuando al definir el amor exclama «Son dos mitades y una sola alma» porque antes y después de la película «Convite» del destacado director cubano Gutiérrez Alea, basado en la obra cumbre del poeta exaltado, «Los Gobernadores del Rocío», dominicanos y haitianos no solo bailamos juntos, sino que suspiramos al unísono, cuando el agua, ansiosamente buscada por Manuel el protagonista, reapareció cual bálsamo de vida, en la grieta agotada del páramo, que porfiaba en resequedades con aquel en que Rulfo instaló a quien buscaba a la desdibujada silueta de su padre, un tal Pedro P., allá en Comala…

De otra parte, en el contexto de la atmósfera negativa creada por la citada campaña insidiosa contra nuestro país, fueron certeros al elegir esa obra de Roumain, así como su plasmación visual en «Convite», esa obra maestra del cine latinoamericano, expresiones artísticas cargadas de simbolismos, algunos de las cuales servirán de referencias básicas, del tema aquí abordado. Si partimos del nombre del film, veremos que él sugiere la necesidad de la participación conjunta, para el logro de los intereses comunes de los pueblos. En ambas, en el ámbito de la ficción, la meta esencial era encontrar agua para recuperar la otrora capacidad reproductiva de la tierra, allá en el olvidado poblado de Fond Rouge, sumido por la ausencia del líquido vital en la más profunda miseria.

Es obvio que este recurso literario que reporta la desventura particular del «petit village» de Fond Rouge, alude simbólicamente a la tragedia secular de la nación haitiana en general, como es entre otras la deforestación fruto de la larga e intensa explotación colonial, que además le despojó de sus recursos naturales esenciales, fuente original del subdesarrollo y la dependencia del vecino país, ambos elementos a su vez, que constituyen las causas mediatas de la migración interna y externa.

Si para encontrar el agua como medio de supervivencia, se precisaba del esfuerzo conjunto, también es imprescindible para desterrar el odio, los rencores y las iras subterráneas, plantea Manuel el mencionado protagonista, al retrotraer la división de los pobladores de Fond Rouge, a causa de una riña de sangre, como las tantas ocurridas entre nuestros dos países, en el suceder histórico. Porque la premisa del desarrollo es la paz, esa que emana de la unión. De ahí la propuesta del «Convite» en su dinámica de participación. En términos de la interrelación insular, no hay mejor referente para la búsqueda de unas relaciones armónicas y positivas entre los dos pueblos y los dos Estados que conforman la isla de Santo Domingo…

Pero este «Convite», que se ha dado entre los dos pueblos, auspiciado por la cultura, premisa emprendedora en su ritual apaciguador de resentimientos, en su liturgia domadora de prejuicios, debe pasar a un nivel más concreto, tal el accionar estatal, como el que se da en el ámbito de las relaciones internacionales, que en el caso que nos ocupa toca las bilaterales. Salto que sin lugar a dudas es un oficio de la diplomacia, cuya respuesta que -como vimos aquí-  siempre llega con retraso en relación al cultural, porque ella, si se quiere, puede plasmar en realidades los anhelos y necesidades que los pueblos manifiestan en ese contexto.

Una de las vías tradicionales que la diplomacia utiliza para materializar estas reivindicaciones son la concertación de Tratados, Acuerdos, Convenciones, etc. En muchos de ellos el énfasis suele situarse en la implementación de proyectos sujetos a las conveniencias binacionales, como son los de desarrollo y modernización de los Estados respectivos. Desde la primera mitad del siglo pasado, la mayoría de estos pactos se hacen en el marco de la Comisión Mixta Dominico-Haitiana la cual, aparte de ser activada, debe ser renovada y adaptada a los desafíos que imponen los nuevos tiempos, como son entre otros los que promueve la globalización.

Pero además debe ser ampliado su alcance, determinado en el caso particular nuestro, por las características especiales que le infiere la insularidad compartida, la cual ha sido vulnerada en el marco del desarrollo histórico de las dos naciones. Por tanto, dicha Comisión debe desbordar las fronteras de la isla, para actuar en el escenario internacional donde es agredida, respondiendo con una «Alianza Intrainsular», reiterando mi propuesta, para enfrentar juntos las ‘sutiles’ agresiones del neoliberalismo, como son entre otras las mencionadas denuncias de las Ong, como lo hicimos ayer, contra embestidas más frontales del colonialismo y al neocolonialismo. Ya cultura dio el primer paso. Avivemos los otros…

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