Las orillas del Río Sena en París

Las orillas del Río Sena en París

SONIA VARGAS
En París, los vendedores de libros de segunda mano instalados en toda la orilla del Río Sena ya forman parte del paisaje turístico. Sus cajas de hierro repletas de maravillas, muy unidas a los puentes y en toda la orilla del Río Sena, adornan la ciudad. Tanto atracción como elemento de orientación, contienen historias que también forman parte del patrimonio de la ciudad.

Se cree que los libreros de la capital francesa existen desde principio del siglo XVII. Sin embargo, este marginado oficio se ha ejercido desde hace muchos años, pese a las reglas establecidas por los poderes públicos de cada momento.

Como pasadores de escritos, han participado en la ploriferación de obras prohibidas vendiéndolas bajo el abrigo desde mediano del siglo XVI cuando Francia atravesaba una grave crisis de religión se dice que gracias a ellos se salvaron los tesoros de las bibliotecas Aristócratas, saqueadas durante la revolución Francesa.

Al principio transportaban sus libros en carretillas, en 1606 y para reglamentar la profesión se les autorizó exponer su mercancía de forma permanente en la isla de la Cite durante algunas horas al día.

Hoy siguen ocupando el mismo lugar, cerca de Notradame o del Puente Nuevo, uno de los puentes más antiguos de la capital.

Sin embargo pese a la medida, su actividad no fue verdaderamente reconocida hasta principios del siglo XIX. En 1891 se autorizó la fijación de sus instalaciones.

Así nacieron los arcos de hierro que con todo sus objetos en venta se transformaron una vez abiertos se transforman en auténticas librerías al aire libre.

En 1952, el ayuntamiento de París exigió un tamaño uniforme para dichas cajas (dos metros de largo por treinta y cinco centímetros de alto y ochenta centímetros de profundidad) y que se pintaran de verde. así el paisaje de las orillas de París mantiene de esa época las manchas verdes que lo caracterizan.

La novedad es que desde hace algún tiempo numerosos libreros también venden recuerdos turísticos, y no solo libros y grabados para evitar esa deriva comercial los poderes públicos municipales establecieron un código de venta a principios de los años 90.

De cuatro cajas solo una puede dedicarse a souvenirs y estatuillas de la Torre Eiffel de plástico, tarjetas, postales y reproducciones sin valor hace alguna décadas, el puesto de libreros se destinaba a los huérfanos de guerra a los militares y a las personas con dificultades sociales.

Hoy se pasan de padres a hijos y los que quedan vacantes se quedan en primer lugar a los libreros activos, según criterios de antigüedad, actualmente se dice que son más numerosos que en los años 60 actualmente se dice que hay cerca de 250 por 1.000 cajas repartidas en todo París.

Pese a que disfrutan de independencia, deben respetar reglas precisas establecidas por el ayuntamiento de París y por la Policía, estos organismos velan por el respeto a las reglas de ocupación física de dominio público. Y aunque son libres de abrir sus puestos cuando le parezca, estos asiduos de las orillas del sena deben estar presente al menos cuatro veces a la semana.

Según he podido investigar estas personas que hacen este oficio han seguido caminos profesionales muy diversos, hoy convertidos en auténticos depósitos de historias entre picarescas anécdotas, sobre su profesión, las obras que han leído y las piezas de museo que han pasado por sus manos.

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