Las otras relaciones dominico-haitianas

Las otras relaciones dominico-haitianas

CHIQUI VICIOSO
Ahora que las declaraciones de los relatores de la ONU Gay McDougall y Doudou Diene, nos han afectado más que la tormenta tropical Nouel, quiero contarles sobre otro tipo de relaciones domínico haitianas.

Era el Café Flora, donde Jean Paul Sartre y su compañera Simone de Beuvoir crearon la tertulia más importante de la intelectualidad Parisina, los salones se habían reservado para el centenar de poetas que asistía al Festival Mundial de Poesía por la Paz, organizado por Iván Tetelbom y la poeta y editora Camille Aubaude, Presidenta de la Academia de la Lengua de Francia y Países de Ultramar, y directora de la Editorial Femenina La salamandra, de la Universidad de la Sorbona, a quien tuvimos el privilegio de tener en Santo Domingo durante la Feria del Libro que se dedicara a Aída Cartagena Portalatin. Allí, poetas rusos, árabes, alemanes, chinos, japoneses, armenios y africanos, leyeron poesía en sus lenguas respectivas, asistidos por la diligente traducción de un grupo de poetas franceses.

Representando al Caribe y su maravillosa diversidad me encontraba yo, junto a poetas de Colombia, Argentina y México que también habíamos tenido el privilegio de ser traducidos al francés. En total un centenar, que además debíamos participar en un programa de lecturas en la Casa de América Latina; en el Cementerio Pere Lachese (donde descubrí la tumba de Trujillo totalmente abandonada, y recite el poema de Julia de Burgos «Sangre para tu Sangre, General»…para ti la impiedad); en la Feria del Libro de Vendome, ciudad medieval del siglo VII; y curiosamente en el Senado de la República, actividad a la cual me acompaño nuestro Embajador en Francia, el intelectual y traductor de Don Juan Bosch Guillermo Piña, quien hizo un erudito recuento literario de los poetas que habían trabajado en el Senado que puso muy en alto la diplomacia dominicana.

Como además de haber hecho la traducción de mi último poemario EVA/SION/ES, Camilla Aubaude estaba moderando las lecturas, era imposible que pudiera dedicarse a leer mis textos simultáneamente con el desempeño de sus funciones, por lo que le solicité a mi amiga haitiana de los últimos treinta años, Evelyne Pressoir, leer los poemas en francés. Evelyn, ex oficial, junto conmigo de los Programas de Mujer y Educación del UNICEF, entre los años 1987 1995, y miembro del equipo regional que programaba y evaluaba los programas de la mujer cuando la equidad femenina (como elemento fundamental del bienestar infantil) era una preocupación fundamental de la institución, argumentaba que no era poeta, pero yo le insistía en que no había mayor poesía que el que ella y yo pudiéramos leer juntas el poemario como ciudadanas de una misma isla: Quisqueya o Ayiti, nombre aborigen antes de esa creación de fronteras que significo para nosotros el llamado «descubrimiento» y posterior hispanización.

Y, así lo hicimos, en medio de aquel salón, en el segundo piso del Café Flora, donde todo el mundo nos supuso hermanas (somos altas e «indias claras» las dos), no solo porque nos parecemos físicamente sino porque irradiábamos cariño, hermandad, alegría, y por el abrazo final que dio al traste con toda la imbecilidad argumentativa, la de dentro y la de fuera, a la que nos esclaviza la ignorancia, la demagogia política y la barata politiquería.

«Tendremos que repetir esta lectura en Petionville», dijo Evelyn, o en «el Café de la Calle El Conde», replique, mientras nos fundíamos en el abrazo original que una vez unió a los y las habitantes de esta isla.

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