Las otras tormentas

Las otras tormentas

CÉSAR PÉREZ
Dada nuestra inveterada costumbre a la imprevisión e improvisación y dado algunas señales emanadas de Palacio, podría uno pensar que, sin más, se magnifiquen los efectos y dimensión territorial de la tormenta Noel para que, como es costumbre de este gobierno, hacer caso omiso a lo que algunos llaman las otras tormentas que actualmente azotan el país.

La forma y contenido del escenario montado por el Presidente de la República para anunciar lo que entiende como las necesarias acciones de mitigación de los desastres producidos por la referida tormenta, son indicadores de lo arriba expresado. Por ejemplo, todavía el gobierno no ha realizado una evaluación y cuantificación lo más aproximadas posible a la real dimensión de los daños; todavía no ha diseñado un plan a mediano y largo plazo que vaya al fondo del problema central de los damnificados: la precariedad física y de radicación de sus viviendas, la inexistencia de políticas de uso de suelo y de acceso al mismo.

El solo hecho de que se plantee una reubicación de los damnificados que ocupan los planteles escolares en viviendas alquiladas para tal fin, sin que se sepa a ciencia cierta sobre la existencia de un mercado inmobiliario de alquiler para familias pobres e indigentes ni del potencial peligro de esa medida, habla de la poca claridad que sobre el problema se tiene.

Debe reconocerse que se han acometido acciones concretas para la reconstrucción de puentes, carreteras y caminos que aislaron y afectaron fuertemente algunas localidades, acciones de salud públicas tendentes a mitigar e impedir los posibles brotes de enfermedades, la reconexión de acueductos y reparación de canales, entre otras.

Sin embargo, para acometer la obra de reconstrucción se quiere recurrir a nuevos préstamos y, como aconsejan voces autorizadas, no se recurre al excedente presupuestario obtenido por las recaudaciones fiscales, ni a una lógica política de austeridad y de real prioridad en el gasto público. Se quiere más dinero para el proyecto reeleccionista, para sostener e impulsar el gasto alegre de recursos en obras no prioritarias, en propaganda y en compra de votos y conciencias.

Se pretende ignorar que al llegar la tormenta Noel estábamos inmersos en la discusión sobre el fallido fallo sobre el caso Baninter, la ilegalidad de un préstamo al gobierno que debió conocer el Congreso y que como insulto a la inteligencia de este pueblo, se nos quiere hacer creer que no es tal, la denuncia de los casos de corrupción en el manejo de los recursos de la ARS de las Fuerzas Armadas, de Obras Públicas, en el hospital Cabral y Baéz.

También, la vergonzosa colocación entre los países de peor desempeño en cuanto a confiabilidad y previsibilidad portuaria en materia de exportación e importación, donde según un estudio del Banco Mundial, ocupamos el puesto 16 de 20 de la región y 96 de 150 a nivel mundial, las quejas de la población por los obstáculos que sectores privados están ocasionando al Régimen Contributivo del Seguro Familiar de Salud, el alto costo del petróleo que no solamente encarece los combustibles de los sectores industriales y del transporte, sino a las economías familiares de manera particular.

A esos problemas se le suma uno de carácter político de extrema gravedad: una Junta Central Electoral que no logra el más mínimo sentido de la coherencia y sumida en sus permanentes pleitos entre sus miembros, no acierta una. La nueva disposición de esta Junta, mediante la cual pretende poner freno y fin a una campaña electoral por ella tolerada durante casi un año, constituye un desacierto en su forma que se agrava porque tiene una clara intención de con ella favorecer al gobierno.

La Instrumentalización del desastre dejado por la tormenta Noel, para impulsar el proyecto reeleccionista, máxima e innegable prioridad del gobierno, podría ser de consecuencias más devastadoras para la economía del país que dicho desastre. Podría agravar los problemas de conducción política del país y conducirnos al ojo de varias tormentas políticas de las cuales quien peor saldría sería el propio gobierno.

En tal sentido, se requiere una actitud frente al reciente desastre social y natural, donde el sentimentalismo no impida ver los reales problemas del país y la real dimensión del desastre, para enfrentarlos sin que uno de ellos impida ver la importancia los otros.

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