Las palabras transpiradas en “Quizás nunca leeré un poema”

Las palabras transpiradas en “Quizás nunca leeré un poema”

Daniel Johnson Benoit también exuda una corriente cristiana en su poética, y en ella canta al amor a y a otras fuerzas y elementos que convergen bajo el sol del mundo, evoca la historiografía bíblica, inventa el futuro.

Entras al poema, territorio movedizo, cosmos independiente de los decretos de la gramática y la lógica, fantasmagoría viva donde ondea, mutilada, la bandera de los significados. Cabes en el poema porque es un reino generoso para los descarriados. La puerta es más ancha que la vida.
Cruzas para siempre el umbral, les das la espalda al ruido material, al tropel de los días vacíos. El poema es ahora tu civilización, tu patria, tu habitación hermética y atemporal. Eres poeta, ¡qué amable tragedia griega o caribeña! Todo lo que digas será herejía musical contra la fachada del mundo.

Todo lo que hagas correrá hacia la declinación abstracta que no te dejará en paz y curtirá el papel en blanco de posible eternidad. ¡Qué calvario, la poesía! José María Valverde, uno de sus ilustres crucificados, a Dios preguntaba en su “Oración por nosotros los poetas”:
“Señor, ¿qué nos darás en premio a los poetas?/ Mira, nada tenemos, ni aun nuestra propia vida;/ somos los mensajeros de algo que no entendemos.
Nuestro cuerpo lo quema una llama celeste;/ si miramos, es sólo para verterlo en voz.
No podemos coger ni la flor de un vallado/ para que sea nuestra y nada más que nuestra,
ni tendernos tranquilos en medio de las cosas,/ sin pensar, a gozarlas en su presencia sólo.
Nunca sabremos cómo son de verdad las tardes,/ libre de nuestra angustia su desnuda belleza;/ jamás conoceremos lo que es una mujer/ en sus profundos bosques donde hay que entrar callado.
Tú no nos das el mundo para que lo gocemos,/ Tú nos lo entregas para que lo hagamos palabra./ Y después que la tierra tiene voz por nosotros/ nos quedamos sin ella, con sólo el alma grande…”
Así eres, en toda la extensión de tu existencia, así de reverberante emisario de la poesía, Daniel Johnson Benoit.

Nos convoca a esta conversación la aparición de la obra “Quizás nunca leeré un poema”, que reúne versos del autor de distintas coyunturas creativas y vivenciales. Deviene para mí en un alto honor referirme a este álbum poético, sobre todo por ser su autor un miembro del Círculo de Escritores Romanenses de la década de los 80.

La historia de las letras en nuestra provincia La Romana, tiene en ese ateneo un fundamento fornido, cuyos aportes han trascendido ampliamente el perímetro local. La condición de teólogo del autor me remite a una nueva mención del escritor José María Valverde, a quien no al azar cité anteriormente.

A ambos los hermana la fe y la poesía. Valverde, español, cultivó cantos de gran aliento místico, encontró a su Dios reinando en el cardumen de los versos, celebró también la poesía de Ernesto Cardenal, otro ejemplo de espiritualidad en la literatura hispánica y dijo de él: “Ernesto Cardenal no es simplemente un poeta; su lectura nos cambia el mundo y nos llama a cambiar nosotros mismos ante el mundo”.

En la vasta producción del nicaragüense Cardenal nos encontramos con su “Cántico cósmico”, que reza en un momento: “No había luz/ la luz estaba dentro de las tinieblas y sacó la luz de las tinieblas/ las apartó a las dos y ese fue el Big Bang o la primera Revolución. Palabra que nunca pasa (‘el cielo y la tierra pasarán…’)”.

Daniel Johnson Benoit también exuda una corriente cristiana en su poética, y en ella canta al amor a y a otras fuerzas y elementos que convergen bajo el sol del mundo, evoca la historiografía bíblica, inventa el futuro.

Del poema “Murió el amor” cito los versos iniciales: “Cuando supimos la palabra amor/ fue como el principio de los cosmos/ todo antes/ en ti y en mí,/ estaba desordenado y vacío./ Cuando nuestros labios/ pronunciaron la palabra amor/ aún el día no había comenzado/ ésa fue nuestra primera noche/ fue entonces cundo brillaron las estrellas/ y la luna comenzó su ciclo”.
Similar hálito se siente en su Salmo, donde implora: “Señor, no te tardes en contestar/ Las líneas pretéritas/ que escribimos con lágrimas/ a fin de que corran/ por el cauce eterno de tus santas promesas”.

“Quizás nunca leeré un poema” divaga siempre hacia profundidades interiores, navega hacia la pleamar del corazón. La vuelta del poeta hacia sí mismo, la meditación sobre su identidad, no excluye la mirada sabia y rica en inventiva hacia todo lo que le rodea, hacia las intersecciones del tiempo humano y las peripecias privadas o universales.

El amor, la luna, la isla, el profeta, el cuerpo, la noche, el infierno, todo le sensibiliza y le toca. Se define como “el hijo postrero de la virgen pretérita del vecindario,/ hijo del viento y de la carne,/ de la piel dormida de la soledad”.

Es interesante que el poeta Johnson encuentre en la mujer la expresión más sublime de la naturaleza, y vea en su presencia la cristalización más honda del gozo. En ella él descubre la noche y el día, el curso de los tiempos, los puntos cardinales, el paréntesis iluminado de la vida.

Cito el poema “Inventamos la vida”: “Rompamos la aurora de la muerte/ en el umbral de nuestro amor/ hablemos el lenguaje de las aves/ en esta primavera del deseo/ adórnate el pelo/ como la mar peina su melena/ mientras cotejo la vida/ en un rincón del silencio/ subamos el arcoíris/ escuchando el poema de los colores/ mojemos el sexo de alegría/ nuestro Hacedor sabrá/ que inventamos la vida…”

Johnson me recuerda al poeta persa Omar Kayyam, del siglo XI, que un verso declara “Alabo a Dios por haber creado el día y la noche:/ el día, tus ojos;/ la noche, tu cabellera”. Occidente no es propicio para la poesía, me parece.

Occidente es un paraíso inorgánico, donde los poetas somos extraterrestres que creemos en el amor. El ojo omnímodo del poeta resquebraja toda geografía, sepulta tabúes, conquista la posteridad, conjuga el pecado y la gloria en la dinámica de su plegaria.

Los escritores romanenses que hace 30 años echaron barba entre el verso y la prosa, han llenado de orgullo nuestra provincia y han encontrado oportuno relevo, lo cual también es un signo promisorio.

Daniel Johnson Benoit es un integrante sobresaliente de esa generación que, ahora, en la madurez, sigue apostando a la literatura como herencia fascinante del alma. Celebro su libro. Me gustó y después de escudriñarlo, he quedado tan satisfecho que quizás ya nunca leeré un poema.

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