Las pandillas juveniles

Las pandillas juveniles

WELLINGTON J. RAMOS MESSINA
Hasta nosotros ha llegado ya el fenómeno, tan común en las grandes ciudades de Estados Unidos y otras grandes urbes de Latinoamérica, de la formación de pandillas de jóvenes delincuentes, generalmente menores de edad, que azotan principalmente los barrios más populosos y de más difícil control por las autoridades policiales.

Ante esta realidad, procede preguntarse, ¿cuáles son las causas que generan esta situación? Y a esta pregunta cabe responder con las consideraciones que a continuación expresamos.

No nos cabe la menor duda, de que existe un nuevo factor común inherente a casi todas las naciones que es el tráfico de estupefacientes que ha convertido en delitos graves el producir y mercadear sustancias consideradas como tales, generando prohibiciones y graves sanciones, que han dado origen a un nuevo tipo de delincuencia en el cual participan sin lugar a dudas las pandillas juveniles asociadas con los llamados «capos de la droga».

Sin embargo, las pandillas juveniles existían desde largo tiempo atrás por lo que, prescindiendo de lo dicho con respecto a los estupefacientes, vamos a referirnos a los factores que, sin estar ausentes en ese caso, dan origen a las dichas pandillas.

Merece ser colocado en primer lugar, el factor de la pobreza, que lleva de mano a la ignorancia y falta medios para formar la familia, que es el principal estadio de la formación moral de los jóvenes. Así se generan los que llamamos «hijos de nadie» porque son concebidos fuera del matrimonio o de lazos más o menos permanentes o como producto de uniones casuales en las cuales el padre desaparece inmediatamente que se genera el embarazo, llevando la madre sola, la carga que implica un hijo para alguien, ya de por sí, desprovista de la capacidad de solventar la carga suya y de su hijo, lo cual produce que el hijo no tenga un hogar propio ni ningún género de educación familiar, tan necesaria en los primeros años de vida, porque es el período en que se forman el carácter y la personalidad. En tales circunstancias, el hijo sobrevive en un ambiente de desamparo y falta de orientación, aprendiendo lo bueno y lo malo en la universidad de la calle.

Lo anterior genera en el joven, sin un norte ni una capacidad intelectual de regir su propia vida y labrarse un futuro, un sentimiento de inferioridad e inseguridad que eventualmente podría ser atenuado o compensado por la influencia de alguien más inteligente y con más prestigio que le inculque su propia filosofía de la vida (sea ésta positiva o negativa) y le trace el camino a seguir.

En todas las actividades de la vida, sea en la política, en la religión o en los negocios y cualquiera otra manifestación del espíritu, humano, se forman grupos que constituyen un partido, una secta religiosa o una escuela que actúan bajo la dirección de un capitán que personifica mejor que los otros para realizar una idea, un sentimiento o un interés.

Estas circunstancias, que son realidad en el mundo de la gente honesta, son también una realidad en el mundo de los delincuentes, especialmente en las pandillas juveniles, dada la falta de capacidad e inteligencia de la mayoría de sus miembros, quienes, admirando a sus líderes, actúan obedeciendo ciegamente sus órdenes y siguiendo sus principios, viviendo la vida según las pautas que les traza ese líder.

Psicológicamente, la autoridad del líder, hace que el joven, hasta ahí sin orden ni principios, se sienta protegido por pertenecer a un grupo que le apoya y defiende y así compensa su sentimiento de inferioridad y su falta de orientación síquica propia, sustituyéndola con la supuesta obediencia que le libera, en cierto modo de la responsabilidad moral que genera el cumplir con las normas y órdenes que emanan la autoridad superior de la pandilla.

A lo dicho anteriormente se une el hecho de que los adolescentes que generalmente forman parte de las pandillas, no son susceptibles de que se les apliquen sanciones penales, quedando muchas veces en libertad al poco tiempo, volviendo a las andadas por no existir en nuestro país establecimientos capacitados en la reeducación y readaptación al medio social de los jóvenes delincuentes. Peor aún, está comprobado estadísticamente, en La Florida, que más del 60 por ciento de los menores delincuentes reinciden, principalmente en los primeros meses de su liberación.

Ante las circunstancias expresadas anteriormente nos preguntamos, ¿qué puede hacerse para enfrentar el problema de las pandillas, principalmente a las involucradas en el mercadeo de drogas? Desgraciadamente no existen fórmulas mágicas para solucionarlo, sobre todo ante la extensión de la pobreza, del extendido hábito del consumo de drogas y del incremento que se observa en el tráfico y la comercialización de las mismas.

Solamente puede abordarse esta lucha por el establecimiento de las autoridades, de una política antidelincuencial coherente y adecuada a los problemas sociales existentes en la actualidad, tecnificando y perfeccionando nuestra Policía Nacional, apoyando las instituciones que fomentan la reeducación de los menores delincuentes y de los adictos así como estableciendo medidas preventivas y que tiendan a remediar las múltiples causas de esta situación, sin perjuicio de las medidas represivas que al efecto fueren necesarias y adecuadas, respetando siempre los derechos humanos y por otra parte, combatiendo la pobreza y el desempleo que propician que muchos, jóvenes y mayores hagan del delito su profesión habitual, para la cual no se necesita poseer ningún título universitario, ni capital, ni inversión, salvo la posesión de un arma letal.

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