Las pequeñas cosas

Las pequeñas cosas

Cientos de autores venden la fórmula. Sin necesidad de encierro para la reflexión ni conventos, con mecenas y propósitos variopintos, existen los estrategas y publicistas políticos. Dicen cómo y por dónde. Qué decir y cuándo. Es una especie de coaching urgente, mezcla de Dale Carnegie y Coelho. La redacción de la frase oportuna, del eslogan pegajoso, sustituye la lectura de Maquiavelo, Gracián o Sun Tzu. Los gurús contemporáneos de la estrategia y publicidad política, auscultan el mercado y deciden la campaña. El cliente acata y repite. Actúa en consecuencia y comienza a desarrollar el libreto.

Aunque hoy el mundo no es ancho ni ajeno, las particularidades existen. La apuesta puede ser similar, pero la actitud del público será distinta. El efecto inmediato uno y la reacción posterior otra. La realidad interfiere cualquier momento de euforia o aceptación colectiva. Hay un modelo de publicidad política que incluye temas generales como presentación. Palabras más, palabras menos, modismos y greguerías, permiten el enganche. Hablar de derechos humanos, del hambre, del respeto a la infancia y a los adultos mayores, de macroeconomía, de paz, convoca. Es el discurso portable. Multiuso. Basta cambiar fechas, ubicación. Puede pronunciarse en el altiplano y en la costa, en La Pampa, el Sertao y en Bluefields. Vale para cachacos y paisas. Para cibaeños, seibanos, sureños y fronterizos. La dirigencia más atrevida incluye narcotráfico, migración y, casi en susurro, derechos reproductivos e igualdad de género. No falta la denuncia y recetas mágicas para redimir favelas y cerros, maras y pandillas. Las letras de los hermanos Yamandu, responsables de la murga “Agárrate Catalina” sirven. Y como los políticos y líderes comunitarios juzgan, se apartan de las culpas, repetirán conmovidos historias de marginación y abuso. Prometerán trabajo, educación y justicia para esos jóvenes descritos por la murga como: el error de la sociedad, el plan perfecto que ha salido mal. Esos que vienen del basurero que este sistema dejó al costado.”

Discurso de pontífice, de eminencias de organismos internacionales y academias. Enardece, sin embargo, engaña. No hay detalles ni compromiso. Algo de gatopardismo sin consecuencias ni imputación. Hedonismo comprometido con el azar. La seducción de la cosa pública, la intención de controlarla porque sí, con el único merecimiento del deseo y la ambición. Sin necesidad de más militancia que el diletantismo. Grandes temas grandes expectativas. La meta: presidir el gobierno.

La evaluación del efecto de esas cantilenas, de las jornadas para captar adhesiones, no arroja un saldo entusiasta. Que luego las sumas y pactos enmienden, es harina de otro costal. Desde el año 1961, muchos ciudadanos, convencidos de su valía, utilizan como ariete partidos y partiduchos, entelequias y asociaciones pías, para repetir el discurso mágico y postularse. Fracasan pero continúan. El Estado es espléndido y de nadie. Insisten porque saben que, además de votos, hay artimañas que concitan fidelidad onerosa y de ocasión. La vanidad es presea, por eso descartan regidurías y ayuntamientos, diputaciones y senadurías. Lo suyo es Palacio. Cincuenta y tres años después la estratagema amerita revisión. De unos y de otros, de quienes aconsejan y de los aconsejados. Exige asesorías sinceras y pragmáticas. Reales. Obliga a ensayar con lo acuciante, con aquello que altera la cotidianidad, tanto en el Distrito Nacional como en las provincias. Ningún político nimbado contemporáneo, incluye en su perorata cosmopolita, el caos urbano, el imposible y peligroso tránsito de los vehículos, la basura, el ruido. La municipalidad no interesa. No importa el anafe en la esquina, el negocio en el solar ajeno, el vehículo desvencijado y contaminante, la prostitución al lado del semáforo. Defienden el bosque pero no la calle, la cordillera más que el barrio con filtrantes secos y sin alcantarillas. Un bienaventurado alcalde ha hecho de la capital su feudo y aquellos que pretenden la transformación del país, no lo mencionan. Descubrir la importancia de las cosas pequeñas es tarea pendiente. Podría sumar más que la marcha a Palacio.

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