Las pequeñas manos que cosechan dignidad

Las pequeñas manos que cosechan dignidad

POR ISAOLYM MIESES
Miguelito (nombre ficticio) abandonó los estudios cuando tenía 10 años y cursaba el cuarto de primaria, para dedicarse a trabajar en el conuco de su papá. Actualmente vive con su abuelo, tiene 8 hermanos y sus padres están separados. Con apenas 17 años de edad y un hijo de dos años para mantener, está consciente de que no puede soñar con el futuro. “Yo estoy trabajando porque nadie me va a dar lo que necesito”.

Su caso es común en los poblados Cruce de Las Yayas, Magueyal y Bastidas. En estas pequeñas comunidades de la provincia de Azua, el 67% de todas las personas menores de 18 años realiza alguna actividad  productiva, de acuerdo a una investigación realizada por el Centro de Investigación para la Acción Femenina (CIPAF), con financiamiento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC) y Consultorías Futura.

El documento “Trabajo infantil agrícola con perspectiva de género y desde la unidad de producción familiar: Estudio de tres comunidades de Azua”, elaborado por la investigadora Carmen Julia Gómez, da cuenta que la proporción de menores trabajadores aumenta en función directa con la edad. Llega a alcanzar, incluso, el 92.3% en la población adolescente de 14 a 17 años.

“Una característica relevante es que todos los niños, niñas y adolescentes que trabajan se encuentran estudiando.  En la población estudiada, sin diferencia por sexo, el 64% trabaja para familiares y el resto para vecinos. Sólo una exigua proporción de niños y niñas trabajadoras recibe remuneración y ésta es muy precaria. Varía en función de la edad, entre RD$50 y RD$100 por día. “Este ingreso generalmente es manejado por el niño o la niña, quien entrega una parte a su madre”.

De acuerdo al estudio, la iniciación en el trabajo, tanto económico como reproductivo, ocurre en ambos sexos a la temprana edad de los 7 años. Las niñas, desde muy pequeñas, acompañan y ayudan a sus hermanas mayores a hacer trabajo doméstico, mientras los niños, también desde muy pequeños, acompañan a sus hermanos mayores y a sus papás a los conucos.

“Trabajemos en la escuela”

“Los maestros y las maestras de las tres comunidades, reportaron  que, con frecuencia, los alumnos y alumnas faltan a clases o llegan tarde por estar trabajando en las parcelas de sus familiares. Esta situación les preocupa, pero no han tomado ninguna medida formal y sistemática para evitar las ausencias o tardanzas.  Se limitan a hacer llamados de atención a los padres y a las madres de los y las estudiantes”.

Según la investigación, la sobre-edad y la repitencia tienen una alta incidencia entre los y las trabajadoras infantiles agrícolas investigados. El 85.7% de todos los y las trabajadoras de 14 a 17 años no han completado la primaria. La repitencia fue detectada en el 34.1% de los varones, en contraste con el 11.4% de las niñas y las adolescentes.

“Una actividad laboral frecuente en dos de las comunidades (Cruce de Las Yayas y Magueyal) es la venta de productos vegetales a las personas que transitan en vehículo por la carretera. En ella se observa una significativa desigualdad de género: las niñas y las madres atienden a los y las clientas y están disponibles todo el día, mientras los niños y los padres tienen posibilidad de realizar otras actividades, inclusive, de recreación. Se trata de una actividad extendida que no reporta grandes ingresos a las familias y requiere una dedicación de tiempo extenuante”.

Unidos por la dignidad

En el estudio de campo, la investigadora encontró que la actividad agrícola “generalmente, absorbe a toda la familia, pero las mujeres y las niñas son las principales responsables. Mientras los niños buscan hielo y pelan cocos, caña, naranjas, etc. y tienen libertad de ausentarse para jugar o hablar con los amigos, las niñas se mantienen todo el tiempo junto a sus madres atendiendo el negocio. Esta diferencia -carencia de tiempo para la recreación y la socialización con iguales- tiene implicaciones muy negativas para la formación y el bienestar de las niñas”.

Sin embargo, los riesgos percibidos por las personas adultas de la familia respecto al trabajo económico que realizan sus hijos e hijas son pocos; la proporción que declara esta percepción es reducida. Se basan en el argumento de que sus hijos e hijas realizan el trabajo bajo su supervisión y su vigilancia, además de que no les permiten que realicen tareas no apropiadas para su edad. En la generalidad de los casos estudiados, sin diferencia por sexo, el trabajo que realizan los niños y niñas lo hacen cuando salen de la escuela y le dedican entre 2 y 4 horas diarias.

“El trabajo infantil reproductivo presenta un acentuado sesgo de género, acorde con la socialización tradicional. Mientras los niños se concentran en limpiar terrenos para el cultivo, “hacer mandados” y acarrear agua, las niñas, además de ir por agua, concentran su trabajo en las tareas domésticas que no requieren salir del hogar”.

De acuerdo a la investigación, en las entrevistas a los mismos niños, niñas y adolescentes, éstos ratificaron la raigambre de la concepción de que limpiar la casa y cocinar es responsabilidad exclusiva del sexo femenino. Al cuestionarse a las personas adultas sobre la posibilidad de riesgos cuando los niños y niñas realizan actividades reproductivas, la respuesta generalizada fue que no perciben ninguno. A ese tipo de trabajo, niños, niñas y adolescentes dedican entre una y dos horas diarias.

“Sintetizando, no encontramos una aparente diferencia de género en la cantidad de tiempo que dedican niños, niñas y adolescentes al trabajo productivo. Sin embargo, si agregamos el tiempo que las niñas dedican a las labores domésticas, la diferencia se hace mayor entre las actividades productivas y las reproductivas”.

Se constató una “muy significativa segregación” en el tipo de actividades que realizan. En las comunidades estudiadas, son muy escasas las actividades recreativas y educativas fuera de la escuela. No existen parques infantiles y los niños y niñas carecen de juguetes. La realización de juegos folclóricos y la costumbre de escuchar cuentos hechos por sus padres/madres y abuelos se ha perdido y han sido sustituidas por ver televisión.

Las diversiones más frecuentes de los varones son jugar béisbol, bañarse en el río, “montear” y hablar con los amigos en la calle. Las niñas tienen menos opciones, porque pasan más tiempo recluidas en sus casas o vendiendo en la calle con sus madres.

Dice el informe que en la cultura rural se concibe el trabajo como una actividad natural, incontrovertible y necesaria para la convivencia y la supervivencia. Esta concepción es inculcada en el hogar desde temprana edad. Este patrón fue constatado en las comunidades estudiadas.

“En efecto, los niños, niñas y adolescentes entrevistados expresaron que trabajan porque es su deber ser útiles y ayudar a sus padres y madres a producir el sustento familiar. Los adolescentes añaden el argumento de que no quieren depender totalmente de sus padres y madres. Sobre sus aspiraciones para el futuro, los niños, niñas y adolescentes expresaron expectativas de formación académica muy altas respecto a las posibilidades y oportunidades que les ofrece su medio: todos y todas afirman que quieren ser profesionales universitarios. Su esperanza se basa en que conocen personas de su entorno que lo han logrado, aunque en realidad éstos son casos aislados. Ninguno mencionó una carrera técnica ni expresó interés por ser agricultor en el futuro”.

De hecho, los padres y madres establecen una gran diferencia entre el trabajo explotador en fincas ajenas que impide asistir a la escuela y el trabajo de medio tiempo en el conuco de la familia. El trabajo agrícola peligroso es visto por los padres y madres como algo degradante que no quieren para sus hijos(as) porque tienen su esperanza cifrada en la educación para progresar.

El 80% en ambos sexos está de acuerdo con las sanciones al trabajo infantil peligroso. Entretanto, el trabajo parcial para el predio familiar es justificado por padres y madres como una necesidad económica y formativa. Plantean que sirve para evitar el aprendizaje de prácticas delincuenciales y consideran que ese tipo de trabajo no les afecta en sus estudios. Sólo el 13.3% de los padres y madres opina que el trabajo afecta la actividad escolar. Sin embargo, algunos reconocen como un peligro que los niños y niñas se acostumbren a manejar dinero propio, porque podrían relegar su responsabilidad escolar.

Geografía

El Cruce de Las Yayas, Magueyal y Bastidas son pequeñas comunidades pertenecientes a la provincia de Ázua, ubicadas en el suroeste, la región más pobre del país. Dicha provincia muestra indicadores socioeconómicos más negativos que los observados a nivel nacional, entre los cuales se destacan: 21% de analfabetismo, el 20.2% de la población menor de 15 años no tiene certificado de nacimiento, el 33.3% de las adolescentes son madres o están embarazadas y una tasa de mortalidad infantil de 39 por 1,000.

Según nuestra observación en la zona, la economía de las tres comunidades es muy precaria; se basa en las actividades agrícolas, sobre todo, en el cultivo de habichuelas, guandules, arroz, tubérculos, hortalizas y maíz, en predios medianos y minifundios.

Por localizarse a lo largo de la carretera, el contacto de sus pobladores con la ciudad de Azua es cercano y frecuente. Este rasgo, junto a la disponibilidad de electricidad, ha posibilitado que la población tenga hábitos y expectativas de la cultura urbana, aunque predominen las actividades agrícolas.

Frase

En la cultura rural se concibe el trabajo como una actividad natural, incontrovertible y necesaria para la convivencia y la supervivencia.

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