Las piernas de las mujeres son compases que recorren el globo terrestre, en todos los sentidos, dándole su equilibrio y armonía Para MCM Ruiz. Y con su espíritu.

Las piernas de las mujeres son compases que recorren el globo terrestre, en todos los sentidos, dándole su equilibrio y armonía Para MCM Ruiz. Y con su espíritu.

La tristeza de una educación sentimental abarrotada, de una búsqueda de la libertad, regalaron al mundo del cine mundial, un genio discreto y esforzado, un desborde de pasiones nunca explicadas verbalmente, porque para eso estaba la seguridad visual y testamentaria, de una escritura fílmica entre la biografía permanente y los trucos de brillantes guiones, que le sirvieron para ocultarse y mirar él mismo desde la cámara, a su propio yo disfrazado de actores tímidos, en la mayoría de los casos, signo de identidad emocional masculina, que aparecerá como una constante en casi todas las películas de François Truffaut.

¿Dónde buscar el límite entre el amor maternal y el amor carnal? ¿Por qué esa huella de orfandad al mismo tiempo marcaba su tímido actuar, ante las mujeres que luego aparecerían en sus películas como seres especiales, en un pedestal de cariño que la escritura fílmica tenía el deber de ilustrar?…

Truffaut no se eximió de toda belleza posible, sus películas son una galería explícita de lo latente, de lo intuido, ¿por qué no?: de lo vivido también.

Una noción de intuición, contenida quizás, nos retrataba una forma de seducción a la que ninguna mujer (algunas conscientes de su pasado), podía resistir, porque no era la fuerza masculina de la insistencia lo que tocaba las puertas del corazón, era el gesto mismo del hombre conocedor de un oficio, cuyas soledades eran fuentes largas de lágrimas dignas invisibles, que no tenían a penas respuestas, en el territorio íntimo de su callado dolor interior.

En 23 películas y un cortometraje, el elogio al amor y a la muerte se confunden, cruzan una espesa cortina de humo oscuro entre ilusiones de luces y una incertidumbre humana traducida por una clara filosofía de humanismo cristiano, no eludible, porque esa era la filosofía de su verdadero padre intelectual y emocional: André Bazin-**-

FRANÇOIS TRUFFAUT: UNA MÍSTICA DEL AMOR SONRIENTE, ATEMPORAL Y SIN REFUGIOS, DESPIADADO.

En un cortometraje realizado en 1957, titulado “Le Miston”, nace su forma de narrar en voz off, una historia acompañada de bellas imágenes en blanco y negro (black and white), curiosamente 20 años después, lo que en el cortometraje es un largo plano de una chica que viaja radiante en bicicleta (Bernardette, aquella que producía en la banda de chicos mistones los sueños «oscuros» y al mismo tiempo, sensualidad luminosa), en el “Hombre que Amaba a Las Mujeres” (1977), en esta cinta se convierte en Bertrand Morane, encarnado por Charles Denner, el difunto rodeado de sus amantes y el largo flash back de Morane, que describe a las mujeres con obsesión envidiable y apasionada. Hay un juego de tiempo, muerte y final, memorias y añoranzas.

Morane redactaba su autobiografía, plena de romances y miradas furtivas, narrada como un largo testamento masculino de seducción y deseos, se convierte en clave y película polémica, porque el feminismo radical de Estados Unidos, en su momento la acusó de misógina, rechazo a las mujeres o de algo peor: convertirlas en objetos exclusivos de lo físico, al extremo de banalizarlas como cosas, cuando insiste en descripciones voluptuosas repletas de detalles corporales que, en realidad, se sabe que existen y, en ambos sexos, es un elemento de atracción. Por eso Maruja Torres, desinhibida y sincera exclamó, en la puerta de la redacción de un periódico español sin rubor ni corte alguno: “Me siento extraña, sería ideal que una mano varonil, fantasma, acaricie mis glúteos, sin decir palabras, para entonces comenzar una mañana feliz»…

Pero Truffaut no fue nunca Pier Paolo Pasolini, quien amando con delirio a su madre, sin embargo, en la pantalla su misoginia era harto evidente y destructiva, fue parte de un discurso ya estudiado a fondo, dejando muchas incógintas y cabos sueltos hasta hoy.

Lo que a veces no se entiende, cuando se conoce bien el cine de François Truffaut, es que eligió una constante visual apoyada en pequeños diálogos que se inventaba a partir de las experiencias de los amigos, notas leídas en los periódicos, en noticias de sucesos -Fait Diver-***- y su imaginario personal. De todas estas ideas mezcladas, nacieron los comportamientos femeninos de “Jules Et Jim” (1962) o “La Sirena del Mississippi” (1969). En el primer film es Jeanne Moreau (Catherine) quien tiene la fuerza vital para inventar un amor a tres, dos hombres y una mujer, con el reto de buscar la filosofía y la moral que pueda sostener esa relación, los hombres son frágiles, la mujer trasciende. En el segundo, la voz de Jean Paul Belmondo sirve de excusa a Trufffaut para declarar su amor a Catherine Deneuve, en una secuencia invernal de cielo azul oscurecido y llamas crepitando al fondo, como estela de luz cómplice.

En “Deux Anglaises et le Continent” (Dos Inglesas y el Continente) 1971, duele el amor y la perseverancia femenina desnuda de nuevo el carácter de una masculinidad, que de modo reiterativo, tiene elementos del propio director, esta vez representado en actor fetiche: Jean Pierre Léaud.

Once años después, la misma Catherine Deneuve es quien en “Le Dernier Metro” (El último Metro) 1980, golpea a Gerard Despardieu, en una situación bajo la ocupación alemana, tensa y especial…

François Truffaut, realizó un cine en que los conflictos con su madre moldearon no solo sus personajes femeninos, su reflexión profunda e interna sobre las mujeres, sino una visión sostenida de la inteligencia de la mujer y su extremada sensibilidad, superior ante los hombres. Esa fue su apuesta y lo hizo con ternura y delicadeza, toda especulación alborotada y sin fundamentos, se pudiera explicar de modo simple: se ha hecho una falsa lectura de su obra, como suele suceder con todo lo que el fanatismo toca. (CFE).

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