Las ponencias de Masa Crítica: Decir lo que se sabe vs. saber lo que se dice

Las ponencias de Masa Crítica: Decir lo que se sabe vs. saber lo que se dice

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No recuerdo en qué texto traza Henri Meschonnic la distinción entre decir lo que se sabe y saber lo que se dice. Aunque esta hipótesis verdadera, vale para todas las disciplinas o prácticas sociales. El poeta la aplicaba a quienes, desde la metafísica del signo, dicen lo que saben acerca de los conceptos de lenguaje, lengua, signo, discurso, sujeto, individuo, poema, poesía, literatura, ritmo, traducción, Estado, política, pero no saben lo que dicen.

Sobre estos conceptos de la poética, los miembros del partido del signo dicen también lo que aprendieron en la escuela, en la universidad o en los libros, pero no saben lo que dicen.

Veamos estos ejemplos: 1) Cuando Saussure estableció que el signo lingüístico es radicalmente arbitrario y radicalmente histórico, los miembros del partido del signo asumen lo arbitrario, pero lo confunden con el convencionalismo: dicen lo que saben, pero no saben lo que dicen. 2) Cuando Saussure estableció que la lengua es un sistema de signos; que el lenguaje no tiene origen, sino funcionamiento; cuando estableció el valor como la diferencia interna entre los elementos de un sistema, los miembros del partido del signo sostienen lo contrario. Dicen lo que saben, pero no saben lo que dicen. 3) Cuando Émile Benveniste estableció la filología de las palabras ‘religión’ y ‘ritmo’, los miembros del partido del signo dicen que ‘religión’ viene de “religare” y ‘ritmo’ de medida, latido del corazón, musicalidad o movimiento de las aguas:entonces dicen lo que saben, pero no saben lo que dicen. 4) Cuando San Agustín estableció el punto de vista para los tiempos presente, pasado y futuro (“Confesiones”, libro XI, párrafo XVIII) en contra de “la secuencia temporal linear pasado, presente, futuro, propone que se vea que existen tres presentes: un presente del pasado, un presente del presente, un presente del futuro. (…) A partir de ahí, es lógico prolongar su sentimiento del tiempo: reconocer que existe un pasado del pasado, un pasado del presente, un pasado del futuro e igualmente un futuro del pasado, un futuro del presente, un futuro del futuro. Tres pasados, tres futuros.” (H. Meschonnic. “Dada, en nejoue plus”. Revista ‘Europe’ 995, marzo 2012, p. 128). Aquí San Agustín sabía más que todos los Papas de Roma, incluido el actual, Francisco I. Pero los miembros del partido del signo dicen lo que saben, y no saben lo que dicen.

5) Cuando Benito Espinosa, en los capítulos VII a X de su “Tratado teológico-político” niega “la autenticidad y la inspiración divina de los textos bíblicos”, dice lo que sabe y sabe más que todos los Papas de Roma, incluido el actual, Francisco I, pero para los sujetos eclesiásticos Dios es su “modus vivendi”, un negocio que les permite a los curas la reproducción de las condiciones materiales de su existencia y quien lo afirme merece ser castigado, incluso con la muerte, si es necesario. El resto no son más que justificaciones ideológicas disfrazadas de fideísmo religioso. Los miembros del partido del signo niegan la verdad de Espinosa y se suscriben, como fanáticos, a los dogmas. 6) Cuando Gerald Manley Hopkins dice que el ritmo es la inscripción de la oralidad en el lenguaje y Meschonnic lo extiende a la escritura, los miembros del partido del signo dicen lo que saben al afirmar que el ritmo es medida. Entonces, dicen lo que saben, pero no saben lo que dicen.

Para no ser miembro del partido del signo hay que negar lo que ya se sabe, ser crítico radical de las creencias o afirmaciones sin prueba, clichés, estereotipos, mitos y leyendas. Solo así se sabe lo que se dice. Los miembros del partido del signo son parientes de los miembros del PPD y del POD (Partido de los Pesimistas Dominicanos y Partido de los Optimistas Dominicanos), porque estos últimos dicen lo que saben acerca de la política y la historia de su país, pero no saben lo que dicen.

De todos los ponentes de “Masa crítica”, Manuel Núñez, en “Los instrumentos de la crítica” (p. 253), dice lo que sabe y sabe en un 90% lo que dice. Estudió con Meschonnic y conoce las consecuencias de los cinco instrumentalismos, pero pifió, al no estar alerta. Los “instrumentos” de la crítica, en vez de “los conceptos”. ¿Por qué pifia?”. El inconsciente guarda, anclado en lo profundo, restos de la teoría tradicional. Cuando no hay homogeneidad entre el decir-escribir y el vivir, salen entonces a flote las pifias, como diablillos o duendes malignos dispuestos a jugarnos una mala pasada.

Lo del instrumento, Núñez lo repite (en p. 254) cuando dice: “voy a desgajar lo que me parece vigente” del descontructivismo de Jacques Derrida y la poética de Meschonnic.

Él critica la noción de “lengua de madera” para enmarcar el tipo de crítica de Derrida y sus seguidores: “Jerigonza estereotipada, fórmulas fijas que reflejan una posición dogmática.” (Ibíd.). La estrategia de los epígonos de la lengua de madera es “impresionar al interlocutor simulando una sapiencia de la que se carece. En materia política, se trata del disfraz que asume la incompetencia, la reticencia para abordar un tema, invocando trivialidades pomposas, abstractas, que apelan a los sentimientos y escamotean el papel fundamental de los hechos.” (Pp. 254-55) Los miembros del partido del signo usan profusamente la lengua de madera.

Para Núñez, al convertirse sus actores en evaluadores de la producción literaria, la crítica literaria ha desaparecido de nuestro medio, desde Pedro René Contín Aybar hasta la desaparición de las revistas y suplementos, pues hubo incapacidad para pasar “la antorcha a las nuevas generaciones.” (P. 257).

Según el ponente, el problema del fracaso de la crítica dominicana radica en haberse centrado en consideraciones extraliterarias, en vez de ir única y exclusivamente al análisis del texto. El ponente reivindica los ensayos de Céspedes como los únicos que clamaron, desde 1976, una vuelta a los textos y no a lo extraliterario, como proponían la sociología marxista, la semiótica y la estilística.

De las dos grandes tareas que Núñez le asigna a los críticos dominicanos del presente están: 1) “Juzgar la obra a partir del conocimiento de sus aportaciones en relación a la historia literaria, a la renovación de los recursos expresivos, a la apreciación del compendio de ideas que trae consigo y al análisis de sus componentes”; y, 2) “Describir, interpretar, evaluar, establecer los valores. Identificar el placer estético que produce la obra. (…) En resumidas cuentas, se trata de desmenuzar los artificios de la escritura: estructura simbólica, retórica, rítmica y semántica del texto. Se trata de determinar si estas formas remueven lo que existe, las fórmulas recibidas de la tradición, o si por el contrario se trata de una obra de epígono.” (P. 267-68).

Núñez señala, por último: “el crítico debe asumir su responsabilidad ante la sub-literatura. La corrupción de la crítica entre nosotros comenzó con los juicios en sus años postreros de un hombre de gran cultura como lo fue Antonio Fernández Spencer. En la estación final de su vida, hablándose agobiado por la precariedad económica y padeciendo las remontranzas de la enfermedad, se puso de manifiesto una ceguera ética, intelectual y moral y exaltó obras mediocres, bodrios insufribles.” (P. 268). (Fin de la serie).

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