Las ponencias de Masa Crítica: Primer Seminario Internacional de la Crítica Literaria en la RD

Las ponencias de Masa Crítica: Primer Seminario Internacional de la Crítica Literaria en la RD

Sin mostrar los resultados de su encuesta (sondeo al cual le hubiesen ayudado mucho las firmas encuestadoras capitaleñas Gallup, Penn y Schoen-Berland, etc.) León David sostiene que “el oficio de la crítica en nuestro país” y “en el resto del mundo” no es visto por “el común lector con ojos benevolentes” (Masa crítica, p.129).

Con esta premisa falsa, porque no ha realizado ninguna encuesta, construye el armazón de su ponencia y coge de conejillo a un lector inexistente que no ha sido consultado.

Pero démosle la razón a León David, puesto que él quiere tenerla. Aunque mil millones de lectores y diez mil premios Nobel opinen en contra de los críticos literarios, esto no probaría absolutamente nada. Serían simples opiniones, a las cuales tienen derecho como escritores y el público lector también al no ser ambos especialistas en el oficio.

León David juzga y condena como portavoz de sí mismo, de los demás escritores y de los lectores desconocidos: “Mala prensa ha tenido en nuestro lar nativo como en foráneas latitudes la malhadada crítica.” (Ibíd.) Es bocina de un cliché literario trimilenario que solo tiene validez entre los miembros del partido del signo, a saber, que todo el que se dedica a la crítica es porque carece de capacidad para producir obras artísticas de calidad: “Todavía en los tiempos que corren cuantos a dicha profesión se dedican adolecen de la fama de ser, amén de especialistas grises y opacos prosadores, sujetos resentidos, biliosos, cuya consuetudinaria envidia al talento ajeno los hace poco de fiar.” (pp. 129-30).

León David y los miembros del partido del signo no asumen la responsabilidad de decir los nombres de los críticos resentidos, biliosos, malos prosadores, envidiosos y de poco fiar. A este tipo de discurso se le conoce como generalización que no designa a nadie en particular.

El discurso que no designa al adversario carece de especificidad y delata a quien lo emite como irresponsable y temeroso. La palabra es para decir la verdad, no para encubrirla, ordena Martí. Pero los miembros del partido del signo no practican esa enseñanza. Prefieren la abstracción.

León David gusta citar y usar como argumentos de autoridad lo dicho en contra de la crítica literaria por once escritores de ficción: Cervantes, Francis Bacon, Molière, Samuel Johnson, Robert Burns, Coleridge, Oliver Wendell Holmes, Julio Goncourt, Mark Twain y Rilke. A estos caballeros, agrega una dama: María Teresa Babín, boricua (p. 137).

Muy bien escogidas las citas, pero si interrogamos a esos genios y les preguntamos: ¿cuál es su teoría del lenguaje, del poema, del ritmo, del sujeto, de la historia, del Estado, de la traducción, de la literatura, qué responderían? Esa pregunta se la formula la poética a todo discurso informativo-ideológico o de ficción.

Los escritores de ficción, exceptuando a escasísimos genios que han sabido navegar tanto en la escritura como en la crítica –Baudelaire, Mallarmé, Pound, para poner tres ejemplos– son, que Dios guarde, analfabetos en materia de teoría del ritmo, del lenguaje y del poema, materias con las cuales trabajan para producir sus obras. Son analfabetos porque ni la teoría ni la crítica literaria son su campo de actividad específico. Cuando opinan sobre lenguaje, poema, ritmo, Estado, historia, traducción, lo hacen con los clichés que aprendieron en la escuela, en la universidad o en los libros: opinan como opina la doxa. No es su culpa. La capacidad creativa que despliegan en las obras artísticas que nos legaron no es garantía de nada cuando opinan sobre lenguaje, ritmo, traducción, historia, Estado, poema. No son expertos en antimetafísica del signo.

El discurso de León David reproduce al infinito estos efectos, al igual que los demás textos informativos de sus colegas del partido del signo. En punto a ficción, si poetas, son contadores de historias en el poema; si novelistas o cuentistas, a más de ser contadores de historias, son productores de nostalgia o su equivalente, la muerte; o son imitadores de sentimientos y emociones propias o ajenas, con los cuales confunden la escritura. Pero los miembros del partido del signo, en particular los de nuestra cultura-sociedad, gozan y se enorgullecen con afirmar y reafirmar que la literatura, y sobre todo la poesía, es un reflejo de nuestros sentimientos y emociones.

De ahí el resentimiento en contra de los críticos que, no por gusto, les recuerdan a cada paso, porque les va la vida, que el poema, la novela, el cuento, el drama, no tienen por funcionamiento el contar historias, reproducir emociones propias o ajenas, sino que se trata de una actividad mucho más seria y política: la transformación de las ideologías, en primer lugar las literarias, que uno encuentra en la sociedad que le tocó vivir. La gloria a que aspiran, como lo declara León David en su reciente artículo titulado “Por qué escribo así” es un revelador del oficio de poeta concebido con fines espurios que escapan al modesto funcionamiento de la escritura. Pasar a la posteridad universal, ser reconocido, buscar el poder, nada de eso es finalidad orientada de la política del sintaxero, sustantivo con el que se reconoce a todo escritor de calidad.

El concepto de crítica a que aspiran los miembros del partido del signo es la elogiosa, la que condena al adversario y guarda silencio ante la obra sin valor que el poder político o el prestigio social del autor desean hacer pasar por buena, cuando es un fraude.

A León David y los miembros del partido del signo les gustan los críticos como “Federico García Godoy, Pedro Henríquez Ureña y sus hermanos Max y Camila, Manuel Valldeperes, Joaquín Balaguer, Rafael Díaz Niese, Héctor Incháustegui Cabral.” (p. 136). Grupo heteróclito de comentaristas literarios mezclados con dos críticos estilísticos verdaderos.

Esos hombres y mujeres cumplieron a cabalidad la idea que León David tiene acerca de la crítica: “la exégesis”. Variante de la estilística hermenéutica y “ahondamiento en las esencias”, algo inexistente; “el conato de trasladar al universo convencional de la palabra”, he ahí su teoría pre-saussureana del lenguaje y el signo; la impudicia del yo: “los sacudimientos que la creación estudiada desencadena en el fuero íntimo”; o esta metáfora del mismo párrafo: “describir pormenorizadamente lo que en los hontanares del alma dicha obra hace experimentar”. Y este primado del contenido: “es menester que el crítico la sitúe geográfica y cronológicamente o, en otras palabras, nos guíe y aclare su sentido; y por si esto fuera poco, debe también atreverse a asumir el papel de juez y dictaminar, por comparación con otras creaciones semejantes, cuál es el grado de excelencia a que ha podido elevarse el escritor o artista.” (p. 136).

Los críticos no les hemos hecho daño a los señores poetas y escritores. Solo interrogamos a sus textos, no a sus autores, si tienen valor artístico. Los miembros dominicanos del partido del signo deberían escuchar y estudiar el ritmo vocálico en [i] acentuada e inacentuada y a veces en [ó] de “El guardia del Arsenal”. El yo del texto cuenta una historia, al ser ideología. Pero la lección de ese merengue es una pedagogía de cómo se construye el ritmo en la cultura popular y cómo el crítico capta y analiza esas letras sencillas.

 

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