Las ponencias de Masa Crítica

Las ponencias de Masa Crítica

Ester Gimbernat González, doctora que profesa en la Universidad de Northern Colorado, encuentra varias estéticas “transmodernas” en algunos poemas de Ángela Hernández (pp. 101). Lo que dije acerca de Manuel García Cartagena se le aplica a ella y a cualquier otro sujeto que adopte este punto de vista.

La estética existe solamente en el discurso del dualismo del signo. En el plano empírico existe como ideología etnocéntrica, cuyo binarismo –belleza opuesta a fealdad– tiene por estrategia la desvalorización de lo que Occidente no acepta como bello. Cada cultura-sociedad reproduce su estereotipo de la belleza y condena, por extraño, estrambótico, grosero o bárbaro, lo que es feo. Sujetos aplastados, sociedades aplastadas por el etnocentrismo. El modelo occidental de belleza es eurocéntrico. Según esta concepción, negros africanos, chinos, japoneses, indios asiáticos y americanos, esquimales, albinos, polinesios, tribus australianas, enanos, mestizos, mulatos, etc., son feos porque no alcanzan el modelo griego de la Venus de Milo-Apolo y son, por lo tanto, contrahechuras de la naturaleza. Así mide Occidente la belleza y esta medida ha pasado a la literatura y las artes. Pero los asiáticos, los africanos, los indios de los dos continentes, los esquimales, los polinesios, etc., tienen su concepto de belleza y fealdad y así anda la humanidad perdida con estos clichés, incapaz de trocarlos en forma, ritmo-sentido.

Los poetas y escritores andan perdidos en ese binarismo. Los dominicanos y los iberoamericanos no son una excepción. Perdidos andan, repitiendo como González Gimbernat, el vocabulario técnico de la teoría literaria y artística del neoliberalismo: modernidad, posmodernidad, transmodernidad, posnacionalidad, globalización (pp. 104-05), metáforas trasladadas desde lo político-financiero a la literatura, donde es proverbial la confusión entre modernidad y modernización y la oposición entre países “del primer mundo” y los “subdesarrollados” de la CEPAL. Pero esas son tretas sociopolíticas del discurso incapaz de pensar el ritmo como forma-sentido y plantarle cara a la metafísica del signo. Los miembros más sobresalientes del partido político del signo son los profesores que repiten las ideologías del Poder y difícilmente crean conocimiento nuevo.

Llamo profesores, y especialmente profesores de literatura, a aquellos que repiten mecánicamente –en el aula o en los medios de comunicación– las nociones de la metafísica del signo aprendidas en la universidad o en los libros, sin método, sin estrategia ni apuestas políticas de sujeto.

Gimbernat González lee contenido y belleza en las autoras dominicanas que ha estudiado hasta ahora, no ritmo-sentido, que es, sin darse cuenta, el placer al que alude, pues los miembros del partido del signo viven en la inconciencia rítmica total.

Cuando Manuel Matos Moquete deslinda la crítica practicada por Pedro Henríquez Ureña y la tacha acertadamente de estar “anclada en la más antigua y rica tradición occidental hermenéutica, exegética, apasionada por la búsqueda del sentido” (p. 115), es muy posible que Bruno Rosario Candelier haya sido víctima de una mala lectura al proyectar su propia posición teórica al discurso de Matos Moquete, quien dice que la crítica de Henríquez Ureña es hermenéutica y exegética, no que el propio Matos Moquete sea hermeneuta o exegeta. Los sicoanalistas llaman proyección a esta operación practicada por Bruno. Es un discurso de deseo para sumar adeptos a su política del signo. Bruno persigue que quien le lea concluya en que su discurso posee la verdad y la razón en contra de otros discursos que circulan en la sociedad y que critican radicalmente el método estilístico y el hermenéutico, fundados en la teoría del signo.

Matos Moquete ha trazado el camino que siguió Henríquez Ureña para convertirse en el principal crítico literario hispanoamericano. Quisiera que todos los analistas de discursos literarios en nuestro país y América siguieran ese camino para que transformaran el método “hermenéutico, exegético, estilístico” descrito por Matos Moquete. Pero por un método que privilegie la especificidad del discurso, la forma-sentido de la escritura, el estudio de las ideologías de época que reproduce o las que transforma, la primacía del sujeto de la escritura por encima de la noción estilística de autor instaurada por Sainte-Beuve y cuyo relente biográfico y clasista siempre se cuela en los análisis basados en la teoría del signo.

La ponencia de Matos Moquete critica el conjunto ideológico que he esbozado y Rosario Candelier es incapaz de percibir esto. El ponente describe la crítica de Henríquez Ureña, centrada en “resaltar los aportes de la persona en condición de autor” (p. 127). Según él, en este tipo de crítica “el texto interesa menos que el escritor; no goza de autonomía; no tiene un estatus independiente. Es solo un producto del talento y la creatividad del autor.” (Ibíd.) Pero Matos Moquete reconoce que el modelo seguido por Henríquez Ureña –el de la primacía del autor–, aunque es categórico como punto de vista, está “lleno de matices, de inflexiones, contrates de informaciones e ideas que aportan diversas posibilidades de interpretación.” (Ibíd.)

Quizá sea el último párrafo de la ponencia de Matos Moquete el que autoriza a Rosario Candelier a creer que el ponente es un hermeneuta. El ponente niega que los textos críticos de Henríquez Ureña sean “académicos, ni exhibición de su extensa y densa erudición, del amplio conocimiento y del dominio especializado que poseía en múltiples disciplinas humanísticas (…) ni se limitan a decir cosas, a emitir juicios sobre obras o a exhibir conocimientos y manejo de métodos de análisis e interpretación de la literatura”. Matos Moquete los reduce a simples “ensayos literarios” (…) que “revelan ante todo al humanista, al escritor y al pensador, al sabio. La factura de esos escritos es la misma que la de sus ensayos fundamentales.” (p.128).

He aquí el último párrafo: “Son textos literarios por sí mismos, ensayos literarios, por el estilo lúdico, ameno, depurado, elegante, y por las ideas trascendentes que comunican sobre los autores y las obras.” (Ibíd.). Es un párrafo conciliador. El ponente reconoció que la noción de autor en el discurso de Henríquez Ureña interesa más que la de texto. Esto convierte su análisis literario en estilístico, es decir, en un primado del contenido. Por eso Matos Moquete advierte que su estilo es “lúdico, ameno, depurado, elegante”. Son indicios de contenido, no de forma-sentido, de ritmo, pues el discurso de Henríquez Ureña es deudor de la teoría del signo. Matos Moquete realiza una descripción del estilo literario del crítico, pero no especifica si comparte los adjetivos de tal descripción.

Al existir confusión entre los rasgos del discurso de Henríquez Ureña y los del analista, Rosario Candelier se aferra a esa terminología de la última frase del ponente para concluir en que es hermeneuta y exegeta. Nada es inocente en el lenguaje, y menos las palabras en el discurso. La última frase autoriza a Rosario Candelier a reafirmar su ideología: “y por las ideas trascendentes que comunican sobre los autores y las obras.” Aunque en la doxa se usa el término “trascendente” como sinónimo de “importante”, el peso mayor de esta noción es metafísico y la metafísica vence a quien concilia con ella. La metafísica es ciencia del más allá, de lo que no se conoce y es imposible de conocer. Un texto literario es una práctica que está en el más acá. No se juega impunemente con las palabras. De ahí la recuperación de Matos Moquete emprendida por Rosario Candelier.

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