Hace algunos meses conversaba con el excelente ingeniero, y mejor persona y amigo Leandro Guzmán, acerca de las inversiones tan elevadas que se están realizando en el campo de las presas hidroeléctricas, que en un amable debate ponderábamos las conveniencias de su construcción, pese a los costos tan elevados que devoraba sus construcciones.
Los proyectos hidroeléctricos, con presas de altas dimensiones, están agotados, y cualquiera que se lleve a cabo es una aventura económica, puesto que la tasa de retorno es muy baja, debido a que el uso múltiple de los proyectos no está garantizado, tal como ya ocurre con Pinalito y próximamente ocurrirá con Palomino, y más allá en el futuro, con Las Placetas.
Tan solo el proyecto de Monte Grande tiene una viabilidad socio-económica, ya que su uso principal será para el control de avenidas y ofrecer agua potable a la región de Barahona y Neiba, y quizás, regularía las infiltraciones de agua que afectan el nivel del lago Enriquillo, que ya en 1894 su cota se elevó dos pies por encima del nivel mar. Ahora se acerca a los 40 metros por debajo del nivel del mar.
Se ha rescatado la presa de Güaigüi, que represando las aguas del río Camú en La Vega, permitirá establecer un control de avenidas y garantizar la irrigación del valle de La Vega; su producción hidroeléctrica no será muy grande pero proporcionará agua potable a la zona vegana.
Otras presas bajo estudio son interesantes, pero muy costosas, entre las cuales se destacaría el intento de resucitar la de Madrigal, para aportar agua a Santo Domingo, cosa que resultaría anti-económica, ya que la mayor parte del año tendría que ser por bombeo que se llevaría esa agua a la capital.
Todavía está pendiente de estudio y diseño una probable presa en el río Artibonito, para producir energía e irrigar. Por igual se podría vislumbrar el aprovechamiento de los ríos Mijo, Joca, Macasías y Tocino, que ofrecen un caudal aceptable, pero con casi todos esos ríos y el Artibonito, se tendría que llegar a un acuerdo con el gobierno haitiano, ya que el agua de esos ríos, excepto el Mijo, tienen como destino final el territorio haitiano.
Del río Nizao se habló una vez de hacer una presa en Rancho Arriba, que hubiese sido más factible que la de Pinalito. En la actualidad, descartada el sitio de Rancho Arriba, queda avanzar con el rescate de las presas de Jigüey y Aguacate, fuera de servicio por causas de la Naturaleza y de las impericias humanas, pero a la espera de una alta inversión. Igual ocurre con la de Hatillo, donde se inició la instalación de una segunda unidad hidroeléctrica, pero el trabajo se encuentra paralizado desde hace meses, poniendo en peligro uno de los estribos de la presa.
Todas las presas han sido descuidadas en su mantenimiento y operación y de ahí están los sustos que hasta hace poco con el régimen de lluvias tan inusual, amenazaba a cada momento que las compuertas de la presa de Tavera tenían que abrirse, para liberar un volumen de agua que arrasaría, no solo con los barrios bajos de Santiago, sino con todo lo que se encuentre aguas abajo de Mao, como ocurrió en abril con las inundaciones en la región de Monte Cristi.