Las primeras reelecciones de Balaguer

Las primeras reelecciones de Balaguer

Con mucha frecuencia en los últimos meses se escuchan ponderaciones a las reelecciones logradas por el “genial estadista” Joaquín Balaguer, como si en verdad hubiesen sido procesos electorales democráticos, competitivos y transparentes. En realidad se trató de verdaderas mascaradas electorales, al amparo de la intensidad que alcanzó la guerra fría en la región del Caribe donde Fidel Castro se mantuvo contra viento y marea.

La primera reelección balaguerista se produjo en 1970, cuando faltaba muy poco al régimen para que pudiera ser catalogado plenamente como una dictadura. La represión limitaba o cercenaba los derechos fundamentales, incluyendo el de la vida. En aquel año se produjo un asesinato político cada 28 horas, como promedio.

Cientos de opositores llenaban las cárceles y miles estaban impedidos de retornar al país. Los ejercicios de la libertad sindical, de la libre expresión, de manifestaciones públicas y libre asociación política conllevaban graves riesgos para la seguridad individual. Hasta al profesor Juan Bosch, a José Francisco Peña Gómez y Pablo Rafael Casimiro Castro se le prohibió hablar por radio y televisión en los años setenta.

Si en aquellos años el gobierno de Balaguer no fue una real dictadura, fue porque muchos periodistas y algunos propietarios de medios de comunicación, especialmente en la radio, resistieron hasta las embestidas para reducirlos. Y porque el mismo Balaguer sabía que esos medios eran un canal de desahogo. El también podía señalarlos como “prueba” del carácter “democrático” del régimen.

Para la campaña electoral de 1970 Balaguer lo manipulaba todo. No sólo el Congreso y la justicia, sino también la Junta Central Electoral, las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, instrumentos políticos a su servicio. Los generales controlaban las actividades políticas en todo el interior de la nación, algunos como Jáquez Olivero en la Línea Noroeste, estableciendo verdaderos cacicazgos, donde nada se movía sin su consentimiento.

En aquella época no había padrón electoral a disposición de los partidos. Los listados eran el secreto mejor guardado hasta que llegaban a las urnas y se votaba lo mismo con cédula que sin ella. Como cada candidatura tenía boleta separada, era fácil comprarlas.

Las instituciones del Estado, desde secretarías hasta direcciones generales, las entidades autónomas y descentralizadas y las empresas públicas pagaban los activistas del partido de gobierno y la publicidad en los medios de comunicación. Las órdenes y posteriormente los cheques se recibían en los medios de comunicación con absoluta normalidad.

En 1970 la principal fuerza de oposición, el Partido Revolucionario Dominicano, y todos los de la izquierda, se abstuvieron de presentar candidatos. Era una lucha muy desigual y que costaría decenas de vidas. También por el rechazo que predicó Bosch a la “mentada representativa” tras la intervención militar de 1965 y los comicios de 1966, cuando Balaguer fue impuesto por las fuerzas de ocupación.

Como Balaguer había sido electo la primera vez bajo el supuesto antirreeleccionista, su repostulación de 1970 dividió su partido y generó en Francisco Augusto Lora el principal contrincante para aquellos comicios. Hubo continuidad.

El cuadro se reprodujo en términos similares en 1974. Nada más que para entonces el PRD, ya sin Juan Bosch, que lo abandonó en noviembre de 1973, decidió participar en el proceso electoral. Peña Gómez, con sus habilidades tácticas, orquestó un frente electoral denominado Acuerdo de Santiago, donde juntó su partido con el Quisqueyano Demócrata, el Revolucionario Social Cristiano y el Movimiento Popular Dominicano.

Al principio el régimen toleró aquella competencia, que le lavaba la cara dándole un barniz democrático. Pero en la medida en que esa coalición ganaba posibilidades de éxito se acentuó la represión. La tapa al pomo fue el desfile de vehículos militares adornados con la bandera del Partido Reformista y de soldados con banderitas coloradas en las bocas de los fusiles y fotografías de Balaguer.

El Acuerdo de Santiago, que postulaba a don Antonio Guzmán a la presidencia, tuvo que retirarse del proceso tres días antes de la votación, para no dejarse utilizar como comparsa de carnaval y economizarse la vida de muchos de sus militantes.

El excontralmirante Homero Lajara Burgos fue el único contrincante que tuvo Balaguer en aquellos comicios. Porque entonces ni Francisco Lora se atrevió a participar en la mascarada electoral. De nuevo Balaguer se impuso en forma antidemocrática.

El tercer intento consecutivo, en 1978, traería sorpresa. La guerra fría había amainado en Estados Unidos con el gobierno de Jimmy Carter, que preconizó el respeto a los derechos humanos, y la Iglesia y el empresariado comenzaron a sensibilizarse por la democracia y la participación electoral fue reivindicada por José Francisco Peña Gómez.

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