Las pruebas de la infamia

Las pruebas de la infamia

POR GRACIELA AZCÁRATE
(A la memoria de Radel Villalona)

“No hay necesidad de apagar la luz del prójimo para que la nuestra pueda brillar”.

“En las sociedades de nuestro mundo occidental altamente industrializado, el lugar de trabajo constituye el último campo de batalla en el que una persona puede matar a otra persona sin ningún riesgo de llegar a ser procesada ante un tribunal”.

Heinz Leymann

Es posible que mi imaginación desmelenada les haga creer que voy a contar un cuento de surrealismo caribeño. Es posible que crean que tengo disparado “el viejo rencor”, y la vena siciliana de algún ancestro pida venganza, hasta es posible que en un arranque tanguero mientras escribo la crónica semanal cante: “las  pruebas de la infamia las llevo en la maleta: las trenzas de mi china y el corazón de él”.

Porque de lo que se trata es de descubrir un crimen perfecto y de buscar las pruebas para acosar, perseguir y derribar al asesino.

No me  digan que desde “el corazón de las tinieblas” de nuestros centros de trabajo, no han deseado la desaparición mágica del jefe o la jefa, la disolución de esa manada de acosadores siniestros en que se convierten nuestros compañeros, o que no hemos planificado mentalmente la muerte de esa canalla traidora.

Pero no es broma. La experiencia personal vivida el año pasado, las vidas de muchos amigos y amigas afectados pero ignorantes de lo que les pasaba, la reflexión sobre las reglas de poder en el país, el desconocimiento absoluto  de  los derechos que nos asisten como trabajadores  me puso a indagar en la cuestión.

La Encuesta de la Fundación Europea para la Mejora de Vida y Trabajo realizada en 1997, expuso la realidad de que el mobbing laboral afecta cada año a 12 millones de empleados, con una tasa de incidencia del 10 % en las personas con contratos laborales temporales. De estos 12 millones, el 5,5% corresponden a España.

Manuel Fernández Jiménez, Jefe de los Servicios Médicos de Barcelona, tiene un Master de Prevención de Riesgos Laborales y responsable de la elaboración de la ley de Prevención de Riesgos laborales, ley 31-1995 que tipifica el acoso laboral como delito sancionable con cárcel y costos económicos.

Desde hace unos años,  en España, se fundó el grupo Acción Contra el Acoso Laboral, cuyo lema es “Juntarnos es comienzo, mantenernos juntos es progreso y trabajar juntos es éxito”.

Según el premio Nobel Konrad Lorenz el término mobbing se utilizó en relación al comportamiento agresivo de un grupo de animales con el objetivo de echar a un intruso de su territorio o como dice un refrán japonés: “El clavo que sobresale encontrará su martillo”. En este machaque psicológico,  la víctima empieza a ser excluida en lo personal, apartada en lo social y en lo profesional.

El conflicto se consolida convirtiéndose en una campaña de hostigamiento, el acosador busca el apoyo del grupo y en una labor de zapa que no es fácilmente identificable lo deja impotente para obtener pruebas del acoso a que es sometido.

Al principio, la víctima ni siquiera es consciente de la campaña en su contra. Queda totalmente aislada, sufre inexorablemente un periodo de deterioro de su salud, pérdida de la autoestima y vive sentimientos de culpabilidad y remordimiento, preguntándose: “¿tendrán razón?”, “¿es culpa mía?”, “¿debo cambiar?” o “¿qué hice mal?

Es la consumación del crimen perfecto que no deja huellas pero  cuyos efectos en la economía del acosado se traducen en reducción del salario, abandono voluntario del mismo, despido con o sin indemnización, incapacidad total o parcial, dificultades para encontrar otro empleo, dificultad para hacer frente a compromisos económicos, como gastos de salud, facturas, hipotecas de la casa y cuota del carro, gastos de procesos legales largos y costosos y venta obligada de propiedades.

Los efectos en la esfera profesional se traducen en minar la empleabilidad de la víctima que es el objetivo directo del mobbing. La víctima se derrumba, no puede desempeñar su trabajo, ni buscar otro porque la difamación la ha dejado inhabilitada y abocada a una situación profesional imposible, se reduce su autoestima por las continuas manipulaciones y acusaciones malévolas del hostigador, lo que merma la calidad de su trabajo en la empresa y en su medio habitual.

Los efectos en la vida social, familiar y en las relaciones interpersonales tienen resultados devastadores  porque es excluida y rechazada por los compañeros, los mismos compañeros le exigen que acate la situación, la empresa la aleja como si tuviera una peste, y debe vivir la traición de sus propios  compañeros y jefes.

Por desconocimiento la familia no la comprende, sufre la ruptura o el abandono de la pareja y finalmente la víctima queda totalmente aislada en lo familiar y lo social.

Los efectos en la salud física se traducen en dificultad para concentrarse, depresión, irritabilidad, agitación, agresividad, sensación de inseguridad e hipersensibilidad.

Sufre dolores de espalda, cervicales, dorsales, dolores musculares generalizados y es frecuente los cuadros de hiper o  hipotensión arterial.

Los trastornos del sueño no le permiten conciliar el sueño o bien despierta a la madrugada con sudoración, palpitaciones y sensación de falta de aire. De día y de noche vive con cansancio y debilidad, padece los efectos de estrés postraumático, síndrome de fatiga crónica, cambios en la personalidad que van desde la obsesión, la depresión o la resignación.

Por sí mismo, el hostigado no puede superar los efectos demoledores del acoso general y el corolario final es en casos extremos el suicidio.

El profesor  d e la Universidad de Alcalá de Henares Iñaki Piñuel y Zabala describe el perfil de la víctima  de un elevado nivel de ética, honradez, rectitud y alto sentido de justicia; autónomo, independiente y con iniciativa, alta capacitación profesional, popular entre sus compañeros, alto sentido cooperativo para el trabajo en equipo además de  ser una persona sensible y de personalidad estable.

En cambio, el perfil del acosador es una personalidad psicopática, con alteración del sentido de la norma moral, no tiene sentimiento de culpabilidad, si se lo enfrenta es cobarde, es un mentiroso compulsivo, con gran capacidad de improvisación, es un profesional mediocre, con complejo de inferioridad.

Necesita del secreto, la vergüenza de la víctima  y de los testigos, mudos ciegos y sordos.

Para el doctor Gonzáles Rivera  de los Servicios de Salud Mental de Barcelona es un Mediocre Inoperante Activo.

A.C.A.L, la asociación española “Acción Contra el Acoso Laboral” promueve la intervención inmediata y da una serie de pautas que a través de Internet ponen en alerta a todos los trabajadores del mundo.

Hay que facilitar información a las posibles víctimas, advertir al empresario y al hostigador, promover la organización de charlas, carteles y encuestas. Activar el trabajo de dinámica de grupos, recurrir a los médicos, psicólogos, abogados y trabajadores sociales; ayudar a la familia y entrenarlos para sacar a flote a la víctima de acoso.

 Hay que sacudir la opinión pública, despertar a la sociedad, contar la experiencia propia y unirse  para denunciar, acosar y derribar al acosador.

Advertir, como por ejemplo han hecho muchos acosados en España que se está vulnerando el Derecho a la Salud (Art. 14.1 y Art. 16.3 de la ley 31- 1995 de PRL).

Este artículo es un comienzo y el primer peldaño para derrotar  a ese ejército de Mediocres Inoperantes Activos. Hay que descubrirlos, señalarlos y después derribarlos. Sin compasión, porque_ “las pruebas de la infamia las traigo en la maleta”.

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