Las raíces de nuestros males (para la memoria histórico-política dominicana)

Las raíces de nuestros males (para la memoria histórico-política dominicana)

En  el contexto del golpe de Estado en contra de Juan Bosch y la instalación del gobierno de facto del Triunvirato aparecen la lógica y el sentido del tercer artículo del empresario conservador liberal, abogado J. R. Hernández, titulado “¡Ténganse miedo, Señores del Poder!”, publicado en el Listín Diario el 10 de octubre de 1963,  a menos de un mes  del derrocamiento de Bosch.

¿Qué torbellino tan grande “oyó el oído y vieron los ojos” del Dr. Hernández que le permitió profetizar la caída de Rodríguez Echavarría, Balaguer y Bosch? Y también la del Triunvirato, cuando nada presagiaba, en el horizonte, que un régimen surgido con un poder tan grande y compacto caería al año y siete meses de instaurado con todo el apoyo del Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos? Ese golpe duró menos que una cucaracha en un gallinero, como también lo había profetizado Bosch.

Nada más puedo explicarlo por la inteligencia y el conocimiento cabal que de la sociedad dominicana y sus luchas sociales poseía el Dr. Hernández, del mismo modo que los profetas mayores de Israel pudieron diagnosticar, en cada época, el derrumbe de su nación por parte de vecinos y conquistadores antes de su desaparición como Estado en el 722 antes de Cristo y, su destrucción final, por Vespasiano y Tito en el año 70 después de Cristo (Manfred Clauss. Israel. Historia, sociedad, cultura (Madrid: Acento, 2001).

La premisa mayor de la argumentación del Dr. Hernández fue demoledora y valiente. Solo quienes vivimos ese período sabemos lo arriesgada que resultó esa proposición a menos de un mes del quebrantamiento del orden constitucional: “¡Ténganse miedo, Señores del Poder! Ustedes saben que un golpe de Estado en sí es siempre un hecho delictuoso, pues aunque lo alaben no es más ‘que un atropello de la fuerza al derecho’. Ustedes no pueden negar, por más civil y honesto que sea el Triunvirato y su gabinete, que el origen de su mandato es espurio, y emana de las bayonetas. Ustedes saben, a ciencia cierta, que todo el apoyo que han recibido de los partidos que se llaman demócratas,  no es más que la acción interesada de su apetencia de gobierno.” (Desfile de coetáneos. SD: Corripio, 1989, 299).

A continuación, advierte al flamante Triunvirato quiénes le plantarán cara de inmediato: “Lo combatirán siempre los comunistas, porque él representa la reacción derechista. Lo fustigarán los verdaderos demócratas, porque él representa la quiebra de la constitucionalidad. Y también los escasos partidarios del gobierno anterior. En suma, que siempre tendrá sus opositores, como los tienen aun lo que se eligen por mayoría abrumadora de votos. Y estos adversarios, no se podrán acallar manteniendo el país, a lo largo de su provisoria gestión, en perenne estado de sitio.” (Ibíd.).

El Dr. Hernández profetizó, con escasísimo yerro, lo que le esperaba al país con ese gobierno ilegal del Triunvirato, pero lo que solicitada del Poder no era posible, pues la lógica indica que si derrocaron a Bosch fue para que no volviera jamás un régimen de ese tipo: “Tampoco resolverán gran cosa silenciando arbitrariamente dos estaciones de radio, o expulsando del territorio nacional a supuestos líderes del comunismo. Este gobierno, para disminuir un poco la falsedad de su origen, para hacer más benigno el juicio de la Historia, y para que esos manidos argumentos de sus proclamas iniciales, tengan justificación y se lleguen a creer como verdades y no como vanas palabras de los usufructuarios de la acción, debe ser, lo antes posible, ‘un gobierno genuinamente democrático’.¡Un gobierno liberal y civilizado, que permita, dentro de las limitaciones normales, el libre juego de las ideas y la pacífica expresión de las mismas! (Ibíd.) Justamente, por permitir esas libertades  derrocaron a Bosch. De modo, pues, que las sugerencias del Dr. Hernández fueron irredimibles y cayeron en saco roto.

Pero el oído previsor o profético del articulista  se demuestra en el siguiente fragmento donde, si no se toman en cuenta sus advertencias, habrá guerra civil, es decir, que profetizó la guerra de abril antes de que ocurriera, la vivió antes de que sucediera.

He aquí la profecía del Dr. Hernández de lo que le ocurriría al Triunvirato: “¡Ténganse miedo, Señores del Poder! Si ustedes dan mano suelta a esas mismas fuerzas de represión, los salpiques de sangre y lodo mancharán sus blancas vestiduras y el solio que honran sus personas. Y entonces nunca, ¡sí que no habrá elecciones ni democracia nunca más! Entonces sí que habrá sangre y guerra civil; entonces sí que habrá hermanos contra hermanos. Y caerá sobre sus hombros esa terrible responsabilidad; y caerá también sobre los líderes militares y sobre los jefes de los partidos que se llaman demócratas, que les han dado su apoyo, la culpa del asesinato de la libertad; la culpa de la ruina de la nación… ¡Ténganse miedo, Señores del Poder, para que Dios los libre de este anatema!” (ob. cit., 201).

Previó también el articulista lo que haría el Triunvirato en contra de los reclamos de libertad de expresión del pensamiento, de las ideas, de la libre asociación sindical, de la libertad de prensa cuando todavía no habían desplazado a Emilio de los Santos de la presidencia del Triunvirato, renunciante a raíz del asesinato de Manolo Tavárez y sus compañeros después del alzamiento en las lomas del país a fin de lograr la vuelta a la constitucionalidad sin elecciones.

El Dr. Hernández profetizó el desbocamiento que se produjo en los sectores militaristas y que nadie pudo medir ni controlar debido a las apetencias de Reid Cabral, sustituto de De los Santos, de perpetuarse en el poder y celebrar elecciones en septiembre de 1965 para legitimarse en el mando: “Porque si esas fuerzas se desbocan, los sectores conservadores, los empresariales, en fin, el pueblo entero, no les darán el apoyo de su trabajo redentor, que tanto necesita el país para reestructurarse. ¡Si esas fuerzas se desbocan, se volverán contra ustedes mismos!… Y entonces los hermanos de América nos negarán su ayuda y su reconocimiento. Y esas fuerzas, ya incontrolables, los hundirán a ustedes también y hundirán al país en la ignominia de los regímenes de facto, que se desplazan uno al otro, por la Ley de la selva.” (Ibíd.).

En efecto, la revuelta de abril y sus consecuencias sepultaron para siempre a los políticos y militares golpistas y a los partidos que apoyaron el golpe de Estado en contra de Bosch, aunque después se reciclaron con Balaguer, a quien odiaron a muerte cuando la lucha de Unión Cívica Nacional por “destrujillizar” el país. Aunque reciclados, ya la situación para ellos no volvió a ser la misma, perdido para siempre el crédito moral.

He aquí el epílogo admonitorio: “¡Ténganse miedo, Señores del Poder! Que aquí necesitamos amor, comprensión y tolerancia, más que coerción y atropellos de los legítimos derechos del ciudadano. Que florezcan las libertades públicas, que se cree el clima propicio a la justicia social, a la elevación de los niveles de vida del pueblo, más que paz de cementerio, que viene de palo; y más que tranquilidad de tumba, que viene de tranca. ¡Ténganse miedo, Señores del Poder!” (Ibíd.).

 

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