Las series de televisión se consumen sin moderación

Las series de televisión se consumen sin moderación

La serie "House of Cards". Fuente externa.

BERLïN,  (AFP).  Más de 10 millones de alemanes se citan con la serie policial «Tatort», un ovni televisivo, espejo del país, un éxito sinigual desde hace más 40 años. Una diana blanquiazul de grafismo añejo, música sincopada. Desde noviembre de 1970, la presentación de «Tatort» -«el lugar del crimen» en alemán- no se ha alterado. «Es una bonita actividad para la noche del domingo», argumenta Jan Bültermann, sentado en un sillón del Volksbar, un bar berlinés de las decenas que ofrecen en directo la serie producida por la cadena pública ARD y sus antenas regionales.

De niño, Jan Bültermann «debía» mirar la serie, que se había convertido en una tradición delante del único televisor familiar. De adulto, el aprendiz de 22 años lo sigue haciendo y de buena gana. Marita Gelbe-Kruse, de 55 años, de visita en Berlín, ha venido con Simon, de 25, a descubrir el episodio 887 de «Tatort». «Es un punto común madre-hijo, algo que podemos hacer juntos», resume.

Cuando están de moda series policiales estadounidenses rebosantes de hemoglobina, persecuciones improbables y protagonistas sexis y torturados, «Tatort» camina en sentido contrario, con una veintena de equipos diferentes de comisarios en una ciudad alemana, más sendos equipos en Suiza y Austria, una violencia contenida y poco interés por la vida privada de los personajes. Cada semana, un capítulo inédito se ambienta en Múnich, Bremen, Leipzig o Stuttgart, etc. En general con el correspondiente acento regional.

«La serie se ha forjado sobre el federalismo de Alemania» y «tiene un principio que permite seguir creando nuevos episodios», cambiar antiguos comisarios por otros nuevos, en otras ciudades, explica Stefan Scherer, profesor de literatura en el Instituto de Tecnología de Karlsruhe (KIT). En Alemania, no dudan en hablar de «serie culto» o de «fenómeno». El año pasado, en la revista política Cicero, Dennis Gräf, de la Universidad bávara de Passau, que consagró su tesis a «Tatort», hablaba de «misa profana».

A la hora H, en el Volksbar se instaura un silencio efectivamente religioso. Las cervezas se vuelven discretas, las conversaciones se detienen, las miradas se concentran en la enigmática muerte de la semana, envuelta en imágenes regionales de tarjeta postal, esta vez de las largas y ventosas playas de la isla de Langeoog, en el mar del Norte. Todo ello ceñido a un formato bien calibrado: escena de apertura, descubrimiento de un cadáver, llegada de la policía, sospechoso evidente que en general resulta ser inocente y el culpable que acaba detenido justo antes de la escena final.

Un caso liquidado con precisión milimétrica en 90 minutos, ni uno más. Al día siguiente, cae la sentencia: 10,74 millones de telespectadores para el episodio del 24 de noviembre, uno de cada ocho alemanes. «La audiencia se mantiene prácticamente todas las semanas para «Tatort» y para su serie gemela de la ex RDA «Polizeiruf 110», con picos de 12 millones de telespectadores cuando el actor estrella Til Schweiger se pone el traje de comisario de Hamburgo. Actores y directores alemanes pasan con frecuencia por «Tatort».

Más que una simple costumbre rutinaria, «es un poco un espejo de Alemania, un reflejo de la sociedad y eso a la gente le habla», considera Andreas Klaffke, un berlinés de 54 años.

Un espejo de la actualidad también. Traumas de los soldados que regresan de Afganistán, subidas de alquileres, fraude fiscal, «los temas tratados por la prensa pueden serlo también en Tatort», explica Stefan Scherer, y la serie compite con el mapa del tiempo como tema de conversación de los lunes a la hora del cafecito matinal. «Debe ser algo muy alemán», reconoce Jan Bültermann. Tanto que el fenómeno no acaba de pasar las fronteras del mundo de habla germana.

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