En Casa de Teatro fue presentada la obra “Las Sillas”, del dramaturgo Eugéne Ionesco, bajo la dirección de Indiana Brito y protagonizada por Camilo Landestoy y Johanna González y la participación de Miguel Lendor -Papachín-.
Las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por dos guerras mundiales que impactaron a toda la humanidad, y de esa devastación moral y social, surge una nueva corriente teatral, el “Teatro del absurdo” llamado por muchos “Anti-teatro” que inicia con la obra “La cantante calva”, de Ionesco, estrenada en 1950, y en 1952 estrena en París “Las sillas”, considerada por algunos críticos su obra cumbre.
“Las Sillas” es una farsa trágica que cuenta la historia de dos viejos sumidos en la soledad y la incomunicación, aislados del mundanal ruido para justificar el fracaso de sus vidas, pero el amor aún subsiste.
El viejo con pesar lamenta no haber tenido un hijo, la anciana afirma que si tuvieron un hijo, pero huyó para no volver, y se describe como madre y padre de su propio hijo.
La evocación del pasado es una constante, un juego inverosímil, en el que recuerdan momentos vividos 200 años atrás en una ciudad, París, se escucha como en eco lejano fragmentos de “La Marsellesa”.
El viejo deambula de un lugar a otro en un constante soliloquio, en un hablar y no decir nada, que la vieja por momentos logra detener y de alguna manera, entablar un diálogo, es el absurdo absoluto, la irrealidad con apariencia de realidad.
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Tras los extensos y repetitivos parlamentos reviviendo sus vidas pasadas, los viejos planean organizar una recepción con personalidades distinguidas, en las que participará “El Emperador”.
El motivo de la reunión será transmitir un mensaje que según ellos, podría salvar la humanidad, pero es además una forma de trascender, sentir que están vivos; pero el anciano no se ve en condiciones de comunicar porque tiene dificultad para expresarse, decide entonces contratar una persona con capacidad para hablar. Este personaje es el orador.
La anciana toma las riendas se convierte en anfitriona y va colocando las sillas, que va cambiando de lugar una y otra vez. Reina el desorden, hasta lograr finalmente conformar una especie de auditorio que ocuparán los invitados, presentes solo en la mente de los ancianos, solo el orador es real.
Dirigir una obra del teatro del absurdo y transmitir su esencia no es una tarea fácil, aunque lo pareciera. Indiana Brito asume el reto y con verosimilitud nos introduce desde nuestras sillas, en ese complejo e interesante cosmos de Ionesco, y al ensamblar sin fractura todos los elementos, logra la unidad del todo, la excelencia de la puesta en escena.
El actor Camilo Landestoy –el viejo- y Johanna González –la vieja-, responden con solvencia al absurdo de los personajes y los acercan.
Landestoy tiene un gran dominio del discurso verbal y gestual, transmite en sus parlamentos repetitivos e incoherentes el ambiente del absurdo que va desde la comicidad al caos. Johanna González en una magnífica interpretación, con movimientos atenuados propios de la edad, se convierte en un ente del absurdo que pierde su individualidad.
El orador es un personaje real con visos de irrealidad, un personaje farsesco que nos acerca con sus gestos, saludos y reverencias, a la comedia del arte, a lo que contribuye su vestuario y el sombrero.
Miguel Lendor –Papachín- es perfecto para este personaje, que intenta comunicarse pero solo podrá emitir algún sonido gutural, el orador es sordomudo.
La dirección de Indiana Brito mantiene un ritmo que no decae, las luces fundamentales de Ernesto López, el vestuario que nos remite a finales del siglo XIX, diseños de Renata Cruz, la música escogida por José Andrés Molina, y la escenografía concebida por Angela Bernal, logran el ambiente necesario para la proyección de la obra.
Los sonidos de la multitud ensordecen a los viejos, atemorizados, abandonan la sala desaparecen para nunca más… mientras el orador en medio de la confusión escribe en una pequeña pizarra ¡Adiós!…metáfora de la muerte.
Volveríamos sin duda a ocupar nuestras “sillas” y disfrutar de nuevo de esta obra, inmensa en su absurdidad.