Las tachas de la UASD

Las tachas de la UASD

TONY PÉREZ
Leonardo Boff ha dicho que la tierra da claras señales de estrés debido a la agresión sistemática del modelo de producción y consumo imperante y que por tanto le urge un paradigma civilizatorio que apueste a su aprovechamiento sin devastarla. La Universidad Autónoma de Santo Domingo está en las mismas, a las puertas de un infarto.

La principal academia de América es una especie de muro de los lamentos donde opinantes externos e internos le niegan cualquier aporte a la educación, derivan rabias retenidas y hasta proponen su cierre definitivo porque la asumen como un barril sin fondo para los contribuyentes.

La negación total de ella como institución académica vital para el desarrollo dominicano es sin embargo la carta que le da razón para extender su vida útil frente a las bocanadas de críticas destructivas. Porque suficientes fortalezas debe tener esta institución para resistir irracionalidades de ahora si sobrevivió a toneladas de esfuerzos políticos y militares de los tiempos de la barbarie para sacarla del mapa.

Es cierto que la academia a ratos luce atrapada por una especie de mal de Parkinson en tanto sale desnuda a dar tumbos por las calles, olvidándose luego del camino de regreso.

Pero resulta que ella es un calco de la República Dominicana. Una síntesis perfecta de nuestras imperfecciones institucionales. Y no piense usted que el problema grave es de masificación, porque cómo justificar entonces a la gran mayoría de las privadas que registra resultados académicos muy pobres, pese que solo tienen dos o tres estudiantes por aula.

La UASD es así porque reproduce en parte de su gente la viveza latinoamericana; la politiquería vernácula y regional con sus respectivos vagos asalariados, aderezados con fraudes electorales y sus votos inventados. El abajo quien esté arriba y las componendas para resolver problemitas de allegados y destruir adversarios. Los profesores, empleados y estudiantes pasquineros y chantajistas que con su bulla buscan tapar sus fallas de origen y el profesor que vive de la universidad, pero la traiciona aliándose con ciertas privadas a cambio de una sección de clases de 200 pesos. El discurso democrático afuera y autoritario adentro; libre y crítico afuera, libeloso adentro (La UASD es la casa de los pasquines en los pasillos y los graffitis en los baños). Los ghettos amurallados donde cada quien dice y dispone conforme le parece y los egresados que son tales porque la UASD existe, pero cuando son funcionarios públicos o privados y tienen oportunidad de ayudarla, la desayudan. La mayoría que cogió en serio sus estudios, vive bien pero reniega de ella. Es como el hijo que se siente al menos de su madre y su padre porque son muy pobres y él ya pasó a mejor vida.

No son tachas exclusivas, aunque ello no las justifica.

Vale decir que son parte de la grave entropía que sufre el cuerpo social dominicano con su sistema de instituciones públicas y privadas.

La diferencia está en que es más fácil montar un discurso devastador acerca de la UASD sin reconocer siquiera que la mayoría allí anda por el camino correcto. Primero, porque el opinante mediático halla muchos interlocutores adeptos dentro y fuera de la institución y no se expone a más que a algún reproche de un uasdiano incómodo; no le pasaría lo mismo si colocara en agenda al promontorio de academias y colegios del sector privado que, excepciones  aparte, dañan al sistema educativo dominicano porque reproducen vicios a granel y apenas pasan la categoría de ventorrillos de mala muerte. Segundo, porque muchas veces es peligroso para la integridad física hurgar por ejemplo en los vericuetos del accionar de  determinados sectores del poder económico y político y en la intrincada red del narco. Tercero, porque dirían que es un atentado contra la democracia plantear el cierre del Congreso a causa de su altísimo consumo del presupuesto nacional con insignificantes resultados para las mayorías. O que es una herejía proponer la eliminación de una Junta Central Electoral que absorbe una gran cantidad de dinero del erario para mantener partidos políticos y garantizar elecciones “libres y transparentes”. La UASD carece de esa suerte, pese a que es la más observada de las instituciones públicas y le evita 160 mil delincuentes a un país que no soporta uno más.

De todos modos, nadie tiene derecho a matarla. Y aunque sea para que haga de muro de los lamentos en este país de los silencios, hay que diagnosticarla y ayudarla a seguir viviendo con un nuevo paradigma que la reoriente rápido cuando caiga en los fangos pestilentes y su tensión llegue al máximo. Como ahora.

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