Las tentaciones del oficialismo

Las tentaciones del oficialismo

Cada día se dificulta presentar argumentos probatorios al pueblo dominicano de que la continuidad del régimen es posible, viable de manos que nos llevan a la implacable desesperanza. Basta caminar las calles, el tráfago diario, las galleras, mercados, supermercados, pasillos de hospitales, estadios, enramadas de campos, aposentos, foros, peñas, zaguanes, guaguas, carros públicos, parques, cafeterías, restaurantes, púlpitos, confesionarios, y silencio más por razones de espacio para confirmar el aserto.

Algunos seguidores y promotores de la candidatura del presidente Mejía confían en las habilidades y astucia que ha exhibido el presidente-candidato. Llegan al paroxismo de expresar sin rubor que él goza del «apoyo norteamericano», y que unido esto con el posicionamiento en el cuartel el tribunal electoral le permitirían obtener un fallo temerario, tremendismo lejos de aceptar después de la firma de la «Carta de Lima». Ni siquiera con la compra masiva de votos es posible salvar tantas guarniciones a una repostulación que goza de un rechazo en todo el entramado social de la nación: clase alta, media y baja. )Cuándo intervienen los norteamericanos? Cuando al candidato más votado sus adversarios tratan de escamotearle el triunfo, por lo menos, es lo que hemos visto en los últimos 25 años de vida democrático. Si usted no goza de una mayoría visible, palpable, aunque oculte un «as bajo la manga», se expone a un riguroso aislamiento, y es que Estados Unidos ha venido preconizando reprimendas severas compatibles con las realidades del momento. Nadie pone en duda que las advertencias en bocas de senadores y altos funcionarios del Departamento de Estado es porque avisoran la urdimbre de profanar la democracia. Lo más conveniente es tomar el camino de los justos, o, Dios no lo permita, asenderearse y resistir por la fuerza, si goza de ella, y provocar una crisis para la cual debe conseguir el apoyo y la alianza de sectores que le den vena y pecho a sus pretensiones, eso sí, a costa de correr la misma suerte del «demócrata» desertor. Sobre este aspecto, hay ya una expresión que retrata de cuerpo entero hasta donde llega el apuro por permanecer en el trono: «el poder es para usarlo», ha dicho el imperante, y verdaderamente estarían tentados a poner en práctica la acepción más completa de lo que es el poder: «la capacidad de obtener los resultados que uno quiere, y en caso necesario, de cambiar el comportamiento de otros para que esto suceda». Pero sería correr el riesgo más atrevido en el contexto americano de la hora, el precipitar acontecimientos propios de manos inhábiles, rutinarias, que acarrearían a «lo imprevisible, a la negra noche, el débil espacio democrático.

En mi particular punto de vista, el grupo palaciego, en presencia de estas realidades y para remontar simpatías optará por el estilo conchoprimesco; el del político primitivo: sentimientos de nobleza inutilizados, doblegados pro la incuria; conciencias entorpecidas por la marrulla, voces apagadas por la malicia e incondicionalidades juradas. La forma rudimentaria, informe, que arrastra al borreguismo típico de los incapaces y mediocres que buscan posiciones de mando se sentirán atraídos por las ofertas, principalmente en algunos dirigentes reformistas sin guía, sin rumbo y en horas crepusculares, pero seducidos por las excelencias y alabanzas a la memoria del doctor Balaguer, claro, no sentidas por sus auspiciadores pues es una posición electorera, de estudiada pose.

También la actitud caciquil arrastrará al perredeismo tentado a estar cerca de las mieles del poder y le recordará su prolongado abajismo; de ser masa oprimida y vejada por las «élites perfumadas», se le cortejará para salir de los harapos; que deben ser los verdaderos beneficiarios, no importa que todo esto en el fondo esté revestido del cinismo, de un entorno confuso, en aras de los fines del que manda. El gobierno es lo que se ofrece: un botín, un premio, un símil de los tiempos de Ciro y Alejandro, repartiendo tesoros conquistados.

Ese es el marco de miserias políticas en que nos desenvolvemos, con las taras históricas que convivimos los dominicanos, pero ya es tiempo de reflexión, de convicción arraigada de que el Estado se guarde de las inconducta para que se imponga la urgencia de crear nuevas direcciones.

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