Las tentaciones del poder

Las tentaciones del poder

REYNALDO R. ESPINAL
Dentro del ámbito del estudio de la conducta humana, siento especial inclinación por el estudio de la especialidad denominada «Psicopatología Política», es decir, las anormalidades de salud, carácter y personalidad que padecen los seres humanos colocados accidentalmente en posiciones de poder. En nuestro país es un género poco cultivado, salvo raras excepciones, entre las que se destacan los trabajos del doctor Santiago Castro Ventura.

Nos conviene olvidar, sin embargo, que dentro del fragor de la lucha política se ha especulado más de una vez sobre la salud de nuestros dirigentes, hasta tan punto que se dijera de uno de los más prominente que «…estaba loco…» y otro que perdía irreversiblemente la visión tuvo que argumentar con sutil perspicacia que «…no iba al palacio a ensartar agujas…».

Se recuerda, a tal propósito, que uno de los ajusticiadores del tirano poseído de delirio presidencialista pretendió enfrentar a nuestro más avezado político cuestionado su estado de salud, prohijando la publicación en campaña del trabajo de unos eminente neurólogos franceses titulado «Aquellos Enfermos que nos Gobernaron».

Lo que, sin embargo, constituye el objeto primordial de mi fascinación en este ámbito de estudio es la forma acelerada en que se transmita la personalidad de quien ocupa posiciones de poder.

Resulta profundamente aleccionador abismarse en el estudio y meditación profunda de esa especie de diabólica sugestión que ejerce en el espíritu del ser humano la elusiva y tentadora realidad del poder, capaz, como diría uno de los personajes de la novela «El primer Día» de Spota: «Trastornar a los sensatos y ensoberbecer a los pendejos».

La posiciones de poder, así lo demuestra sobradamente la Historia, son abonado caldo de cultivo donde se pueden manifestar con más fuerza y consistencia los resentimientos más recónditos y las inclinaciones más perversas. Piénsese, a modo de ejemplo, en el sufrimiento infligido a media humanidad por un cabo frustrado y bohemio llamado Adolfo Hitler.

No sé si sería pensando en las sutiles trampas del poder y a la forma como se ejerce en nuestros lares que el doctor Balaguer escribió una vez que… «La política carece de entrañas…La política no tiene escrúpulos…el político, en países como el nuestro, trabaja para el diablo», algo casi similar, guardando tiempo y distancia, a lo que expresara en Francia Saint-Just contemplando los sangrientos horrores de la Revolución «Todas las artes han producido maravillas, sólo el arte de gobernar ha producido monstruos».

Vienen a cuento las anteriores reflexiones porque en estos días he disfrutado y reflexionado leyendo los principales discursos de uno de los políticos, a mi modo de ver, más íntegros y sinceros del mundo contemporáneo: me refiero al ex- Presidente de Checcoslovaquia Václav Havel.

Al recibir el premio Sonnig el 28 de Mayo de 1991, pronunció una magistral conferencia refiriéndose, precisamente, a las tentaciones que en el ejercicio de sus funciones enfrenta cotidianamente el hombre de poder.

En aquella conferencia magistral se preguntaba: «¿Dónde termina el interés de la Patria y empieza el gusto por las ventajas personales? ¿Conocemos, y somos realmente capaces de distinguir, el momento en que dejamos de pensar en el interés del país y empezamos a pensar en nuestras ventajas alegando el interés del país?».

Más adelante agregaba: «confieso que se necesita un alto grado de autoreflexión y autodistanciamiento crítico de uno mismo para que cualquier hombre en el poder, por muy bien que lo haya pensado en un principio, pueda distinguir ese momento. Yo mismo, que sostengo una lucha incesante y bastante falta de éxito con las ventajas de las que gozo, no me atrevo a afirmar de mi mismo que sé distinguir ese instante siempre y con certeza. El hombre se acostumbra se desacostumbra y, al final y sin saberlo, puede llegar a perder su probada capacidad de juicio».

Cuánto desearía que nuestros políticos del presente y del porvenir abrevaran en tan trascendentales reflexiones, por que lo cierto es que muchas veces, a golpe de tantos desaciertos, de tantos desengaños y tantas trapacerías uno se ve tentado de creer que ser político en nuestro suelo es equivalente a renunciar de por vida a la cordura y a la sensatez, y o que es más grave aún, a los principios y a las más elementales normas de honradez y decencia.

Qué edificante y novedoso resulta escuchar de labios de un político coherente y sincero las expresiones con las que he considerado pertinente finalizar el presente artículo: «…estando en el poder sospecho de mi mismo permanentemente. Y aún más: de pronto ha aumentado mi comprensión hacia los que, poco a poco, pierden su combate con las tentaciones del poder y tratan de convencerse de que continúan sólo al servicio de su patria, cuando lo cierto es que cada vez más alarmantemente se aseguran de su propio lucimiento y se acostumbran a sus ventajas como algo natural…»

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