Mañana era la tradicional celebración de la Nochebuena, que por muchos siglos conservaban un sabor a cosa añeja y tradicional. Cada año se aguardaba para rescatar esos valores para reunir a las familias inculcado por nuestros padres por siglos de la vida cristiana, repitiéndose por décadas agregándole el aderezo de las modernidades del momento.
En el presente siglo, la rapidez del crecimiento de la humanidad, con sobre población en algunos países, las tradiciones se han dislocado perdiéndose la fe y las creencias bíblicas apartadas de la urgencia impuesta por el afán de lucro que reina en las familias con el rompimiento de la unidad familiar que tan orgullosos nos ufanábamos de que la sociedad estaba blindada para evitar tales contaminaciones modernistas.
Nuestro país no podía estar apartado de esa corriente modernista, acelerada después de finalizada la II Guerra Mundial con un mundo dislocado por las devastaciones en que quedaron los países de Europa y algunos de Asia. Surgió un mundo donde ya el ser humano se apoyaba en sus capacidades para progresar y no depender de la divinidad para solucionar sus crisis y carencias.
Nuestro país, semi rural al finalizar esa devastadora guerra mundial, estaba viviendo bajo una férrea dictadura que impulsaba un tímido progreso. Era un desarrollo bajo directrices antojadizas en donde todo estaba supeditado a que nadie se atreviera a disentir de la dictadura. Esta tenía ojos y oídos por todos los rincones del país e impedía disensiones, al menos que no fueran las permitidas para aparentar como apertura democrática a nombre de los aires que la guerra iba impulsando frente a los gobiernos dictatoriales que pululaban en el continente americano.
Todavía para 1970 las tradiciones navideñas se mantenían en el país y era algo sagrado la convencional celebración de la Nochebuena en familia con la cena tradicional del cerdo, moro, ensalada rusa, pavo o pollo, pasteles en hojas y pastelitos, dulces tradicionales con los turrones que llegaban de España junto con los vinos de la temporada hacían de las delicias esperadas.
Esto unido a los fuegos artificiales que tantos daños hicieron a los niños cuando tales artilugios les explotaban en las manos. Era un disfrute sano donde los padres se le acercaban a los hijos. Pero ya se notaba un decaimiento de las costumbres con el aumento del éxodo dominicano hacia el extranjero que se popularizó en esa década de 1970 del siglo pasado. Y que ahora constituye un sólido basamento de las reservas monetarias del Banco Central cuando ya superan anualmente los diez mil millones de dólares.
Las celebraciones navideñas contemporáneas están afectadas extraordinariamente por esa diáspora que, pese a tener muchos años viviendo en el exterior principalmente en los Estados Unidos, no olvidan sus raíces. Y ese lazo se consolida cada año cuando miles retornan para sus vacaciones de Navidad en masivos paquetes de viajeros que abarrotan los aeropuertos. Esa masiva presencia llega cargadas de regalos y nuevas modalidades navideñas que afectan lo que eran las tradiciones en las celebraciones locales donde ya casi no se disfrutan los lerenes, maní congos y pan de fruta.
Y más ahora con la pandemia que azota al mundo más cambios y nuevas exigencias transforman nuestras creencias y tradiciones para adaptarla a una realidad que azota las veneraciones y a las almas.
Las tradiciones se han dislocado, perdidas la fe y las creencias bíblicas
Con covid 19, nuevas exigencias y más cambios transforman nuestras creencias
Todavía para 1970 se mantenían en el país las tradiciones navideñas