RAFAEL ACEVEDO
La clase media es una categoría humana en tránsito porque está en el medio de la escala social y si, como es el caso, se trata de una sociedad que permite el ascenso o el descenso social.

Como al estar en el medio de una cuesta se suele suponer que es mejor estar arriba y no abajo, las clases medias siempre tratarán de subir o de al menos parecer que suben, tratando de asemejarse a los ricos y de diferenciarse lo más que puedan de los pobres. Por su parte, la mercadotecnia y los medios masivos se han ocupado de hacerles creer a los clase media que ellos y ellas pueden parecerse a los ricos; y a los pobres, que pueden parecerse a los clase media.

Esta clase ha llegado a idolatrar el consumo de bienes y servicios, y a erigir a los “malls” y centros comerciales y vacacionales en verdaderas catedrales para rendir culto a la autocomplacencia. A ellas asiste rigurosamente toda la familia los días de fiesta y de guardar, y se hacen tours con cuantiosos gastos en épocas especiales, como semana santa, vacaciones de verano y Navidad.

A diferencia de los ricos y los pobres, los clase media son más individualistas. Mientras los pobres  procuran asociarse en familias, en  juntas de vecinos y  ONG, y los ricos en sus corporaciones y asociaciones, los clase media tienden a ser más yoistas, y en el caso de la seudo democracia  dominicana, tienen la ilusión de poder valerse por sí solos, utilizando sus enllaves y relacionados en los partidos y el gobierno. Simultáneamente, estos patrones son reproducidos  por un segmento de los pobres, con quienes compiten dentro del marco del clientelismo.

Pero lo más  sintomático y preocupante de los clase media es su culto a la personalidad, la idolatría de sí mismo. La persona nace y vive para darse gusto. El niño de la clase media tiende a ser mimado,  a ser alguien a quien desde antes de nacer la vida se lo debe todo: con derecho a exigir y a protestar, a estar disconforme con todo; con derecho a no aceptar ninguna regla o nada que no le produzca inmediato placer.

Frecuentemente, el joven de nuestra clase media es un candidato a dictador, excepto porque su afán de placer lo mueve a aceptar las reglas sociales elementales para así evitar displacer. Que no funciona por valores, ni ha internalizado normas éticas  porque estas se orienten a valores abstractos, sino que a arreglos de conveniencia para fines prácticos e inmediatitas.  Este patrón ha sido reforzado por el cinismo corruptor de políticos y prominentes.

Pero, en general, todos los miembros de una sociedad capitalista son candidatos a caer en la trampa del yo, en todas sus variantes de egoísmo, egocentrismo, egotismo y egolatría. Porque el ego es una estructura mental que sirve la función de organización y defensa de la personalidad. Pero cuando se deforma y magnifica, es la mayor fuente de sufrimiento del individuo. No sería extraño que el infierno opere con tan sólo poner juntos a los egoístas.

Lo peor es que las clases medias no se den cuenta de que su  única salvación posible está, primero, en deponer toda estructura mental de autocomplacencia y buscar la armonía en la vida compartida. Y segundo, buscando asociarse en la familia y en grupos de base territorial, como las juntas de vecinos, las iglesias y asociaciones cívicas, a fin no sólo de defender y promover sus derechos e intereses, sino para liberar su ser individual en la amistad, la confraternidad, la solidaridad y el amor.

Lo demás es trampa, deformación e ilusiones vanas. Sabiamente dice Pablo a los gálatas 2.20: “…ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Es en esa entrega de amor en dónde surge la liberación espiritual, la cual Cristo te  otorga a cambio de despojarte de tu yo egoísta y mundano. Es la autorrealización espiritual, en la iglesia y en la familia, pero también el las asociaciones de servicio y defensa de los valores e intereses comunitarios, donde están esas cosas por las cuales la vida verdaderamente vale la pena vivirse.