La política es una carrera a largo plazo y debería de surgir del noble sentimiento de servir a la sociedad. La empatía hacia los problemas colectivos y el deseo de aportar, bajo ciertos criterios que determinan tu línea de pensamiento, hacia la mejora o en su defecto, preservar, conquistas ciudadanas.
A este romance, que es parte de lo que entendemos que hacemos quienes participamos en este noble oficio, se le suma la tarea complicada de lidiar con terribles situaciones y defectos propios de nuestra humana especie. Esos sentimientos o costumbres básicas y particulares, desde la inseguridad de las personas, el egoísmo, la vanidad, el snobismo, hasta el ego y aquello que los griegos denominaron como la hibris; concepto que abarca la desmesura, la insolencia, el deseo ilimitado, la falta de moderación en el ejercicio del poder y la violencia hacia las personas más débiles, entre otros.
Mantenerse al mando o con una cuota de poder es, en el escenario político, la parte más compleja y peligrosa porque puede llevar a varios comenzar un proceso decadente; escenario fácil de vivir y apreciar en nuestra Latinoamérica.
Dicho peligro de decadencia, es lo que a veces no advierten algunos políticos que usan su cuota de poder ante la sociedad para intentar crear escenarios favorables solo para si mismos. Es justo en ese intento en que el adversario mide el verdadero valor de la tal “cuota de poder” y juega, advertido ya, con el gusanillo formado de hibris que habita en su opositor, para evidenciar que caiga en la trampa de su propia vanidad, orgullo o amor al deseo de mando.
Pocas personas asumen sus roles con gallardía cuando ya no están ocupando las plazas electivas que otorga el “pasajero” poder estatal. Continuar la lucha por lo que se considera más justo y en disposición de formar a nuevas generaciones para sostener dichas ideas en otras personas que puedan hacer un relevo natural. Algo muy diferente a personajes hechos a base de privilegios, sin pensamiento o vocación política.
De ahí es que uno se pregunta: cómo es que personajes políticos con tanta experiencia, trayectorias llenas de aportes y aciertos, terminan cegados recurriendo a absurdas tácticas pasadas de moda o caducadas, y sin el peso especifico para alcanzar en el cuerpo social un estatus posible de considerárseles novedosas y exponiéndose, además, a que se les falte el respeto en su papel de líderes o directores de la cosa política.
¿Será que algún día daremos saltos importantes y habrán trampas más sofisticadas que justifiquen mejor el hecho de cometer errores tan clásicos y milenarios?