Las tres piedras del fogón

Las tres piedras del fogón

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Son millones las personas que en todo el mundo pasan muchas horas delante del televisor. Esa pantalla cuadrada ha hipnotizado al hombre de hoy, hasta el extremo que come frente a ella, no la apaga cuando entra en el baño o se cambia de ropa; tiene a su disposición un recurso electrónico para apagarla automáticamente si se duerme mirando la «caja de luces».  Se dice que buena parte de los obesos de los EUA debe su exceso de peso a la mala comida que ingiere mientras contempla la T.V.

Al comienzo de la «era de la televisión» había un solo televisor en cada hogar; esto es, en aquellos que lo tenían, pues en los países pobres era entonces una costumbre invitar a los vecinos a ver los programas principales.  La familia se reunía en torno a la TV como en una sala de cine privada. Ya no es así. En una familia de la clase media de hoy suele haber varios televisores; en la mas completa soledad, cada adolescente en su dormitorio queda absorto en la TV propia, sin conversar con los padres, sin escuchar la reacción de los demás al oír las opiniones que difunden cien noticiarios y docenas de programas «de panel».

Los jovencitos son atrapados por los anuncios comerciales, a menudo llenos de glamour, realizados con ingenio y las mas avanzadas técnicas de animación computarizada.  Los medios audio – visuales envían mensajes en bloque, encabalgados, sucesivos e indirectos, que no pueden ser descompuestos gramaticalmente en sujetos y predicados. La sintaxis de las imágenes es un ordenamiento distinto al del lenguaje ordinario. Representa otra forma de «intelegir» e intuir.

Abra usted la magia domestica contenida en el televisor; encontrará un cajón de sastre donde hay toda clase de cosas: violencia entre pandilleros feroces, entre jóvenes de los bajos fondos de las grandes ciudades, karatecas chinos dando patadas, monstruos interplanetarios, reptiles prehistóricos, biografías de las «estrellas famosas de Hollywood» que fueron abatidas por la depresión, las drogas, las aberraciones sexuales.

Es claro que también existen magníficos programas musicales – de obras clásicas y de las populares -, deportivos, ecológicos, de historia antigua y contemporánea; reportajes acerca de inventos, hombres de ciencia, empresarios, escritores, artistas. La mayoría de ellos solamente es accesible a través de la televisión por cable, que es costosa y por consiguiente restringida a minorías sociales.

Como todos los adelantos técnicos, la televisión puede utilizarse para lo bueno y para lo malo, igual que un automóvil, un aeroplano o un teléfono.  Pero si el «tele- mirón» adulto desea zafarse de monstruos, asesinos, pornografía, vídeoclips y entrevistas bobas, topa entonces con las noticias, los reporteros y locutores. Sobre este ultimo tema ha escrito varios conocidos ensayos el lingüista y novelista italiano Umberto Eco.

También Julián Marías escribió un sabroso ensayo acerca de la comunicación humana y los cambios técnicos. Ese trabajo aparece en su libro La España real. En uno de los artículos que componen dicho volumen, Julián Marías afirma: «Lo que pasa es que la estructura del «saber actual», que consiste en «noticia» y, por tanto, en lo instantáneo y fugaz, destruye la memoria e impide tener presente lo que ha pasado, no permite que el hombre de nuestro tiempo contemple la imagen o trayectoria de su vida colectiva, ni siquiera de la muy reciente; lo cual es una de las formas mas refinadas y peligrosas de primitivismo. Casi nadie se da cuenta de lo que «está pasando», porque no sabe más que lo que pasa cada día, y desconoce el encadenamiento de los sucesos, no ve de donde vienen ni, sobre todo, adonde lo llevan». ¿Será posible, en lo futuro, evadirse de esa prisión intelectual construida con las duras piedras de la ciencia, de la costumbre y del mercado?

henriquezcaolo@hotmail.com

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