Las vanguardias  ¿son modernidad?

Las vanguardias  ¿son modernidad?

Durante el siglo pasado y principio de este, las vanguardias artísticas han ejercido una gran influencia.    Esta influencia reside en el éxito alcanzado por esa voluntad de creación  de sí misma y de su propio público. Este resultado no es más que la comprobación de que las vanguardias han triunfado en un atrevimiento mayor: la invención de un tiempo propio.

Quizás ése sea el acto vanguardista por excelencia: el de la construcción, no ya de un espacio de encuentro y de reconocimiento: el grupo, la revista, el banquete, el salón, que no sería en definitiva  más que una estrategia en la que confluyen rasgos recurrentes y comunes a otros momentos,  sino, el de la invención de un tiempo que es hoy, pero también mañana: sería el tiempo de la renovación, o mejor, de la invención, de los nuevos lenguajes de la literatura, de la música, de la pintura.

En ese momento, los lenguajes sufren un doble proceso en la dialéctica de destrucción/construcción: por la destrucción del lenguaje, revelación de lo tapado y adulterado; por la construcción de lo nuevo, la ilusoria fantasía de haber alcanzado la utopía: el espacio de lo deseado. Esa capacidad, de algún modo transforma al arte del siglo XX, tal como advierte Walter Benjamin en relación con el surrealismo: “Se ha hecho saltar desde dentro el ámbito de la creación literaria en cuanto que un círculo de hombres en estrecha unión ha empujado la literatura hasta los límites extremos de lo posible”.

Esa voluntad, en principio enigmática, de independizarse “hasta el Tiempo”, admite varias lecturas. Si el Tiempo se identifica con la Historia, puede pensarse en una propuesta de desasimiento de la Historia, en un enganche del espacio hipotético que separaría la vida del arte (y no se cumpliría  uno de los postulados de la cultura de la vanguardia). Si la metáfora se lee como ruptura de un tiempo presente, no deseado, que invoca un tiempo futuro colocado más allá  de la época que les toca vivir, lanzarse hacia adelante no parecería entonces escapismo, sino voluntad  de construcción, de creación del propio tiempo, de la propia modernidad como algo distinto de la contemporaneidad, gesto que me parece definitorio de la propuesta del vanguardismo.

La orgullosa afirmación en la auto-referencialidad y en la autonomía se realiza en espacios históricos, geográficos y culturales, cargados de una materialidad y un espesor que los identifica. El espacio de las vanguardias en América Latina es un espacio en movimiento, pero también un espacio “situado”; nunca un vacío—no convocante—ni el yermo en que no hay materiales con los que se puede construir, porque previamente no existió un edificio al que hay que destruir, para con sus restos edificar lo nuevo. Desde esta perspectiva, las vanguardias latinoamericanas no podrán ser pensadas como mero “reflejos” de las europeas,  sino como la evidencia de lo que muestran: consolidaciones posibles.

La conciencia histórica del sentido de las vanguardias puede explicar, acaso, los componentes míticos de su proyecto. En primer lugar, las vanguardias tienen un elemento historicista que puede resumirse en el postulado: en cada momento de la historia no puede hacerse cualquier cosa. Por otra parte, el componente positivista de la modernidad tiende a considerar la objetividad como garantía del progreso. Finalmente, la conciencia lingüística en la reflexión sobre el lenguaje como vía de acceso a realidades nuevas. El lenguaje, pues,  construye la realidad, no refiere un mundo preexistente.

A menudo se confunde modernidad con vanguardia. Ambas son sin duda paradójicas, pero no chocan contra los mismos dilemas. La vanguardia no es sólo  una modernidad más radical y dogmática. Si la modernidad se identifica con una pasión por el presente, la vanguardia supone una conciencia histórica con el futuro y la voluntad de adelantarse a su tiempo.  Si la paradoja de la modernidad se debe  a su relación equívoca con la modernización, la de la vanguardia se debe a su conciencia histórica. Para Compagnon, las vanguardias están constituidas por dos factores contradictorios. La destrucción y la construcción, la negación y la afirmación, el nihilismo y el futurismo. Como consecuencia de esta antinomia,  la afirmación vanguardista a menudo  sólo ha servido para legitimar una voluntad de destrucción, ya que el futurismo teórico se convierte en pretexto para la polémica y la subversión.

Desde este punto de vista, la “muerte de la vanguardia” (una expresión terriblemente apta), no puede confinarse a ningún movimiento del siglo pasado —tal como antes o después de la Guerra Mundial— simplemente porque la vanguardia ha estado siempre muriendo, consciente y voluntariamente. Si admitimos que el nihilismo dado expresa un rasgo “arquetípico” de las vanguardias, podemos decir que cualquier auténtico movimiento de vanguardia (viejo o nuevo) posee una profunda tendencia interna a negarse, en última instancia a sí misma.

Cuando simbólicamente no queda nada por destruir, la vanguardia está impelida por su propio sentido  de consistencia a suicidarse.  Esta tanatofilia estética no contradice otras características generalmente asociadas con el espíritu de vanguardia: travesura intelectual, iconoclasia, culto de lo poco serio, mistificación, burlas vergonzosas, humor deliberadamente estúpido. Después de todo, esta y otras características similares se ajustan perfectamente a la estética de la muerte del arte que se ha estado practicando.

Las tendencias postmodernas de las artes plásticas, del happening a los performances y el arte corporal, como también del teatro a la danza, acentúan este sentido ritual y hermético. Reducen lo que consideran comunicación racional (verbalizaciones, referencias visuales precisas) y persiguen formas subjetivas inéditas para expresar emociones primarias ahogadas por las convenciones  dominantes (fuerza, erotismo, asombro). Cortan las  alusiones codificadas al mundo diario en busca de la manifestación original de cada sujeto y de reencuentros mágicos con energías perdidas.

La forma cool de esta comunicación autocentrada que propone el arte, al reinstalar el rito como núcleo de la experiencia estética, son los performances mostrados en vídeo: al ensimismamiento en la ceremonia con el propio cuerpo, con el código íntimo, se agrega la relación semihipnótica y pasiva con la pantalla. La contemplación regresa y sugiere que la máxima emancipación del lenguaje artístico sea el éxtasis inmóvil. Emancipación antimoderna, puesto que elimina la secularización de la práctica y de la imagen.

Esta exacerbación narcisista de la discontinuidad genera un nuevo tipo de ritual que, en verdad, es una consecuencia  extrema de lo que venían haciendo las vanguardias. Néstor García Canclini  ha llamado a esta experiencia “ritos de egreso”. Dado que el máximo valor estético es la renovación incesante. Para pertenecer al mundo del arte no se puede repetir lo ya hecho, lo legítimo, lo compartido. Hay que iniciar formas de representación no codificadas (desde el impresionismo hasta el surrealismo), inventar  estructuras imprevisibles (desde el arte fantástico hasta el geométrico), relacionar imágenes que en la realidad pertenecen a cadenas semánticas diversas y nadie había asociado (desde los collages hasta los performances).

El estilo de vanguardia supone una determinada concepción del arte que en cierta medida no es exclusiva de la contemporaneidad; el arte no es considerado como expresión de realidades, individuales o colectivas, relativilizables en  sus coordenadas espacio-temporales; antes al contrario, se cree que la producción artística sigue una línea de progreso, que es posible una clara valoración de las distintas actividades relacionadas con el mundo del arte, que el artista se adelanta al resto de  la sociedad en la percepción de la realidad social, incluso en la percepción de lo posible. Pero por otro lado, como bien entendió Kandinsky en su alegoría al triángulo dinámico, lo vanguardista y la vanguardia no son principios absolutos que están sometidos a una  dinámica del progreso: lo que es hoy sólo vanguardia, mañana ya no lo será  e incluso pasado mañana quedará rezagado a la evolución artística y quizás olvidado por las nuevas y galopantes vanguardias.

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