Juan Bosch fue un excelente cuentista que parafraseó a otros escritores y tuvo el cuidado de ampliar conceptos de otros, pero tuvo grandes defectos.
Uno de ellos fue escribir sin citar las fuentes de donde obtenía los datos y conceptos que emitía, cuando lo escrito no era fruto de su imaginación, o de una conseja popular, o de un cuento de caminos, que debe haber escuchado muchos en su infancia, en aquel Cibao que le pareció inmenso, tanto que escribió al final de su libro Camino Real: es tan grande el Cibao y son tantos los caminos que lo cruzan.
Como todo escritor, tomó de aquí, cogió de allá, enfocó de otro modo hasta que logró penetrar en el difícil arte de escribir cuentos, relatos de un hecho único al cual, bien contado, no le falta ni le sobra palabra.
El cuento es un modelo de economía de palabras cuando el escritor domina el oficio y sabe contener el caballo encabritado de la palabra que se escapa, del giro que se entromete, del otro relato que se entrecruza, al cual hay que desechar para que el escrito cumpla con su misión única e irreversible: contar, decir, relatar, apuntar, recrear un hecho que se despoja de la hojarasca y de la palabrería hueca que desvía el propósito.
En muchas oportunidades, en el patio de mi casa de la calle Félix Mariano Lluberes, lo tuve para mí, solito, sin interferencias, cuando llegaba rojo de la ira que lo atacaba con frecuencia y se escapaba a buscar tranquilidad y un jugo de naranja que le pedía a mi madre: bien cargado de azúcar. Mitad jugo y mitad azúcar.
En veces miraba hacia arriba y comentaba, como lo hizo más de una vez, que el almendro cuyas ramas movidas por el viento fresco de la noche jugaban a esconder las estrellas, Bosch decía: este es el almendro más grande que he visto en mi vida.
Su palabra embriagaba, encantaba, ese Juan Bosch que me tocó tratar era, realmente, un maestro de la palabra, un artista del bien decir.
Tengo el grave defecto de citar de memoria. Alguien elogiaba al celebrado escritor Mark Twain por su imaginación como artista y él, modestamente dijo: yo no soy el mejor cuentista sino X, lo que ocurre es que él no los ha escrito.
Juan Bosch escribió buenos, buenísimos cuentos, pero cuando se metió en política actuó de manera que deja lugar a dudas desde Cayo Confite a su negativa de que el PRD participara en las expediciones de junio de 1959.
Ahí están algunos de sus discípulos, de palabra florida y conceptos que no respetan. Ahí están. ¡Lástima que no aprendieran lo bueno de Juan Bosch¡