Latín como alternativa

Latín como alternativa

PEDRO GIL ITURBIDES
En los primeros días del novenario celebraron pidiendo a Dios por el alma de doña Pepé, sacerdotes de la hornada del padre Chichí Guerrero, como le decimos. En una que otra concelebró él. Pero en la celebración del «cabo de vela», quiso oficiar solo. Al noveno día de la muerte de doña Esperanza Fernández viuda de Guerrero, celebró misa su hijo, el Presbítero Monseñor Andrés Guerrero Fernández, vicario general de la diócesis de Ponce, Puerto Rico, en esos días, volvió a su tierra al saber de la gravedad de su muy querida madre.

El rito de entrada fue una ya perdida oración del salmista, que en mi niñez incluía, entre otros párrafos, el siguiente:

«Confitebor tibi in cítara Deus, Deus meus; quare tristis es, anima mea, et quare conturbas me? Spera in Deo: quoniam adhuc confitebur illi salutare vultus mei et Deus meus» (Cantaré tus alabanzas con la cítara, oh Dios, ¡oh Dios mío! ¿Por qué estás triste oh alma mía? y ¿por qué me llenas de turbación? Espera en Dios: porque todavía he de cantarle por ser El el Salvador, que está siempre delante de mí, y el Dios mío»). Mamá, que estaba a mi vera, se estremeció, y musitó muy quedo que Chichí era un buen hijo.

Chichí celebró en nuestra lengua, no tanto porque no le hubiese agradado hacerlo en latín, sino porque habían venido parientes suyos de Villa Tapia y Salcedo. Y por ellos, y porque ya era propio de la tradición postconciliar, lo hizo en español. Pero en la consagración eucarística volvió al latín, lo mismo que en la comunión, y en un salmo responsorial pronunciado al concluir la eucaristía. A este sacerdote le gusta celebrar en latín, y lo se perfectamente, porque, en días ya lejanos, aunque posteriores a Vaticano II, actué como su acólito.

El padre Gustavo Carles, diocesano como el padre Guerrero, aunque como éste, formado dentro de una orden religiosa, también le gusta celebrar en latín. No lo hace, por supuesto. Pero en determinados momentos de la misa, como en la eucaristía, recurre al latín primero, y luego, siguiendo el ordinario de los tiempos, al español. En el templo consagrado a San Mauricio, mártir, llenaba hasta abarrotar los bancos y

pasillos. No creo, por supuesto, que fuera por aquellas invocaciones al Creador, pronunciadas en aquella lengua muerta. Más bien, atraía por los conceptos, casi siempre críticos en áreas como la economía, la politiquería, el resquebrajamiento de la familia, la urbanidad y similares.

Pero la readopción del latín como lengua de las celebraciones religiosas del cristianismo católico no es muestra de retraso. Después de todo, no es sino una alternativa. La asamblea que desee que su pastor le celebre en latín, podrá invocar a Dios a través de las palabras del sacerdote pronunciadas en este idioma. La asamblea que quiera mantener sus celebraciones en la lengua nativa, continuará estos oficios sin ninguna alteración. El latín, por tanto, no hace sino sumarse a todas

las otras lenguas con que cumplen la obra de Alabanza a Dios, muchos otros cristianos en todo el mundo.

Les conté, creo que al finalizar el mes de diciembre pasado, que asistimos en el templo consagrado a San Antonio de Padua, a una misa celebrada en arameo. Un sacerdote libanés del rito oriental, visitaba el país, y compartió sus expresiones de fe con los dominicanos en Santo Domingo y Santiago de los Caballeros. De igual modo en que mi madre se emocionaba al escuchar las celebraciones en latín, efervescí al escuchar los cantos y oraciones pronunciados en arameo.

Además, este paso constituye, sin duda, para los cristianos católicos, una ocasión de reencuentro con los fieles que continuaron a Monseñor Marcel Lefebvre. Aunque su movimiento

conservador no concitó mayor interés, no dejó de ser, para muchos de nosotros, una preocupación. Confieso ahora, porque en cierta medida se abren las puertas para un reencuentro póstumo con él, que me inquietó su excomunión cuatro lustros atrás. Tal vez, en aquellos tiempos, pudo establecerse, como ahora, la alternativa del latín.

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