Recientemente me tocó exponer en un evento internacional con un auditorio integrado por ciudadanos procedentes de la mayoría de países americanos, y mientras abordaba el tema sobre geopolítica que me correspondía, ineludiblemente debí citar reiteradas veces al profesor Juan Bosch y su clarividencia política, casi profética, sobre el pentagonismo como sustituto del imperialismo y su impactado en el aparato político, económico y hasta ideológico de nuestros países.
Terminada mi intervención, un grupo de académicos suramericanos querían escuchar más sobre Juan Bosch, pero del Bosch político, pues al intelectual lo conocían, le habían leído y como escritor lo admiraban.
Ya fuera de escenario inicié diciéndoles que hablar del profesor Juan Bosch era referirse al político más íntegro de toda nuestra América Latina. Impecable en su accionar público y privado, pero a la vez implacable con la corrupción, la mediocridad y los vicios de la pequeña burguesía. Les comenté que es el único caso conocido en que un político haya fundado dos partidos políticos y que ambos hayan gobernado su país.
Les hablé del boschismo como corriente de pensamiento político, basado en el principio elemental de que “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Les compartí la manera democrática como ganó las elecciones del año 1962. Con mucho dolor les relaté cómo títeres del imperio castraron la esperanza de los dominicanos el 25 de septiembre del año 1963 y el retraso de más de medio siglo que ha significado para nuestra nación aquel funesto golpe de Estado.
Les hablé de muchas cosas sobre Bosch y las razones por las cuales generaciones creemos aún en su pensamiento político, y no creemos en calumnias como las vertidas en su contra por Claudio Caamaño.