Le dicen Macuquín y así aparecerá en la historia

Le dicen Macuquín y así aparecerá en la historia

Si se le identifica por sus nombres, pocos sabrán de quien se trata. Fue por el apodo que lo conocieron en sus años de esplendor, cuando las chicas deliraban por los “PP”, como llamaban a los peloteros y a los pilotos. Él fue una gloria del deporte dominicano, un profesional del Derecho hasta cierto punto exitoso que interrumpió la carrera para no someterse a los caprichos y arbitrariedades de los Trujillo y militares del régimen pero, más que todo, fue un joven ejemplar por la prioridad que sobrepuso a sus estudios universitarios, por encima de sus aficiones personales y de su fama.

Le dicen Macuquín y así pasó a la historia. Su madre, Carolina Méndez, que tenía tres hembras y tres varones, quería otra niña y al quedar embarazada dijo que le pondría Macuquina, como se llamaba a una moneda de gran valor, parecida a la morocota. Pero el bebé vino al mundo con el sexo masculino y recibió el sobrenombre de Macuquín.

Su personalidad parece más la de un ocurrente humorista que la de un abogado o la renombrada estrella del Escogido. Toda su conversación es un chiste, porque él, confiesa, no tiene tiempo para sentirse mal. Es activo, dinámico, bohemio, trabajador, incansable, despojado de complejos y amante de la buena vida. A sus setenta y cuatro años luce tan espigado e inquieto como a los nueve, cuando pitchaba o hacia de short stop con Los Gigantes y El Pueblo, contra La Flecha y los muchachos de El Central, de La Romana, de donde es oriundo.

“Lo único que tengo bonito es el nombre, Fernando Arturo”, expresa sonriendo el hijo de doña Carolina y de Eliseo Félix Vélez, el empleado del muelle como chequeador de azúcar que se enorgullecía del incipiente atleta al que alimentaba con mariscos, hígado de carey, pichón de paloma, huevo de Bubí, y al que veía desarrollar sus capacidades en el play del pueblo apoyado en un bastón. Mascota, guante, pelotas y bates de calidad completaban la especial dieta del niño.

Macuquín jugó todas las disciplinas, cubrió casi todas las bases, respaldó y se enfrentó a luminarias como Pepe Lucas, Gallego Muñoz, Guillermo Estrella, Enrique Reynoso, Perucho Salazar, Miñín Soto, Olmedo y Fiquito Suárez, Guayubín y Chichí Olivo, Luis Rodríguez Olmos, Alonso Perry, Willard Brown, Tití Arroyo… Fue el más joven pelotero profesional de su época, con veintiún años de edad, y es el jugador de béisbol que han sustituido dos ases del deporte: Felipe Alou y Willie Mays. “Felipe desde que vino tenía estampa de Grandes Ligas, era lo más parecido a Micky Mantle”.

El doctor, como le dicen muchos por su condición de jurista, practicó básquetbol, levantó pesas, ganó en saltos, como corredor, “y era killing, con este tamañito… Soy un atleta completo”, significa excusando la inmodestia.

El abogado

En la enorme y acogedora residencia que construyó él mismo –le llaman también el ingeniero- se aprecia una rica colección de álbumes de música del ayer que son parte fundamental de su vida cuando no sale, porque advierte que todo lo que planifica en su vida es “con separación de viernes”. Hizo sus primeros estudios en la provincia natal, donde se graduó bachiller en filosofía y letras, y luego se hizo abogado jugando pelota. Llegó al Distrito en 1951. “Mi promoción de la Universidad es de aspirantes a la presidencia: Rafael Abinader, Chito Asmar, Artagnan Pérez, el general Pozo Vélez…”.

Entre los catedráticos recuerda a Robles Toledano, Ambrosio Aybar, Hipólito Herrera Billini, Rafael Bonnelly, Froilán Tavares, Basora… Balaguer, comenta irónico, “nos visitaba algunas veces, en el quinto año”.

Al egresar fue Juez de Paz en Villa Altagracia, durante un año. “Me quitaron porque solté a un señor de ochenta y cuatro años, medio loco, pero me dijeron que hasta a los locos había que condenarlos si se comían la caña de Petán Trujillo”. Retornó a Santo Domingo “a tratar de hacerme abogado, uno se gradúa pero requiere muchos conocimientos que en la universidad no se dan”. El famoso penalista Humberto de Lima, lo invitó a su bufete a hacer mandados, pero ya Macuquín había jugado pelota y ganado mucho dinero, conocía mejor forma de ganarse la vida y comprendió que ejercer el derecho era complicado. “Tenía un pleito ganado y venía una llamada tumbándomelo, un oficial me dijo un día: rompe todos esos papeles, que voy al soltar al reo, a nombre mío. Hasta ahí llegué”.

El pelotero

Además de pitcher y de short stop en El Papagayo, había sido capitán del equipo de La Normal y de la primaria cuando José Quezada fungía de director. Había recibido un diploma, que conserva como un tesoro, el del Campeonato de Béisbol Pro Reelección, de 1947, “por haber obtenido el mejor average como segunda base”. “El Papagayo era el equipo que representaba al Central Romana en los Juegos Nacionales que hizo Trujillo, donde murió la gente de Río Verde”, explica. Macuquín jugó contra los caídos, congregados en el team Santiago, el día anterior a la tragedia.

Pepe Lucas le propuso jugar pelota profesional y la única condición que puso el muchacho fue concluir sus estudios. Quedó acordado “de palabra” para el Escogido. Paquito Martínez le ofreció treinta y cinco pesos semanales, como ayudante de mecanógrafo en la Fábrica Dominicana de Cemento, además de otros treinta que pagaban a los peloteros criollos. Trabajando y estudiando estuvo en el Escogido de 1951 a 1958. Se había graduado de mecanógrafo y taquígrafo en La Romana, en el instituto de Juan Lama, obligado, “si no, usted no era gente”.

¿Fue un pelotero brillante?, se le pregunta y Macuquín, jocoso, responde: “Tuve más suerte que brillo, siempre como que estaba en la jugada, decidía el juego. Desde que llegué fue una locura con Macuquín. Duré un año saliendo en los periódicos”.

Le atribuían “velocidad a las piernas, ser chocador de bolas que pocas veces se ponchaba. Conectaba con mucha frecuencia por el lado derecho”. Él afirma que “robaba bases, no me ponchaba, daba el palo en el momento preciso”.

Las hazañas pasadas no se le fueron a la cabeza al famoso left field del equipo rojo. En Ponce fue después ayudante de abogado y en San Juan, de un ingeniero y de un maestro de obras, como “time keeper”. Fue encargado de la sección de obras Públicas en el gobierno de Juan Bosch, mandado a buscar por el secretario, Luis del Rosario Ceballos. Luego fue a “majar hierro” a una factoría de Nueva York, trabajando hasta los Viernes Santos “y pagando el income tax” hasta 1969 que vino a la República y se empleó en una fábrica de mosaicos de su hermano. Ahora es vendedor de ventanas, termina viviendas, hace vaciados de pisos y diseña cocinas. “Puedo hacer todo lo que me propongo”.

Enviudó de su única esposa, la doctora Norma Cruz, madre de sus hijos Fernando Arturo y Julio César. Tuvo otra hija, Ana Elba, fallecida, con Adonaida Estela Mañé. “Mi pasado está claro”. No ha vuelto a casar a pesar de que comentan que es muy “chivirico”. “Los chiviricos no se casan, chiviriquean mucho”.

Habla inglés, maneja su vehículo, con mayor prudencia cuando toma, es medio izquierdoso, “más no comunista”, es de un partido, “pero no me meto mucho en política”, se considera medio ingeniero y afirma que canta “según como vaya la media botella”.

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