Lealtad, ¿utopía o realidad?

Lealtad, ¿utopía o realidad?

MARLENE LLUBERES
No intentes mal contra tu prójimo que habita confiado junto a ti. (Pr. 3:29). Cuando hablamos de lealtad hablamos de la permanencia del respeto hacia aquel con quien sostenemos una relación, ya sea en términos de afecto, del amor o del cumplimiento de tareas y deberes. La lealtad implica coherencia, sin contemplar la renuncia alevosa al compromiso establecido, no admite el irrespeto del sentimiento u obligación.

El ser humano, producto de su naturaleza, permite que determinadas circunstancias lo hagan actuar de forma tal que olvida la fidelidad y las raíces arraigadas con el tiempo o por la intensidad de los hechos, con malas motivaciones, obrando deslealmente, llegando muchas veces hasta la traición y, al hacerlo, irrespeta sin otorgar el valor correcto a los lazos interpersonales, convirtiéndose en un uso común el que en nuestro actuar prime el interés particular, teniendo importancia únicamente la obtención de nuestros propósitos individuales.

No es ya una prioridad del hombre el afecto, el haber tenido objetivos, metas o valores comunes, que al dejarse atrás deliberadamente, causan heridas que difícilmente podrían ser sanadas, provocando desconfianza y profunda decepción.

Que diferente sería si procediéramos con verdad y corazón íntegro, permaneciendo fieles en medio de la prueba, tal y como nos enseña Dios al mostrarnos su trato con la humanidad, siempre fiel ante tanta infidelidad, inconmovible, dispuesto a manifestarnos su amor sin importar las circunstancias que atravesemos.

Es ese mismo amor el que debemos expresar a quienes nos rodean, amor que protege, confía, espera y persevera, involucrando más que nuestras palabras nuestras acciones. Es trabajar para bendición de otros, actuando lealmente y con responsabilidad, sabiendo que los pensamientos y palabras no son suficientes, que son nuestras vidas las que revelan si estamos amando verdaderamente como nos dice La Palabra de Dios, a nuestro prójimo como a nosotros mismos, lo que nos indica que al fallarle a otros, a nosotros lo hacemos.

Que el ser desleales nunca sea nuestra condición, que por el contrario, podamos ser fieles y llenos de misericordia para que en el momento que ocurran transformaciones en nuestras relaciones podamos permanecer sin incertidumbres ni hipocresía, pensando que ni es de los ligeros la carrera, ni de los fuertes la guerra, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor, sino que tiempo y ocasión acontecen a todos.

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