Es un privilegio llegar a las Grandes Ligas. De cada 100 peloteros firmados, solo 3 ó 4 llegan y triunfan en Estados Unidos.
En el caso de Rafael Devers, llegó a Grandes Ligas, es parte de una franquicia de gran prestigio como Boston y le dan un contrato de 313 millones de dólares.
Sin embargo, de la noche a la mañana, Devers se puso malcriado, indisciplinado y prepotente.
Nunca olvido lo contado por Pedro Guerrero, el popular jugador dominicano de los Dodgers:
“Por lo que me pagan, yo hasta barro el play”.
Cuando a usted la vida lo premia con éxito, fama y dinero, entonces debe ser más humilde.
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Hace justamente un año Devers le pidió a Boston que mejorara el equipo.
Comenzaron contratando a un tercera base que era mejor defensivamente que Devers.
Pero Devers reaccionó diciente que no jugaría otra posición, que le habían prometido que sería el tercera base. Como no le cumplieron en esa parte, Devers puso su interés personal por el interés del equipo.
Dice David Ortiz que le escribió para aconsejarlo y que ni caso le hizo. La lección es que usted nunca puede retar a su jefe.