Lecciones aprendidas en tabernas

Lecciones aprendidas en tabernas

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Se dice que la peor aula del mundo es la taberna. A las tabernas acuden hombres de todas clases: inteligentes y torpes, ricos y pobres, ignorantes y sabios, sujetos excepcionales y personajes desequilibrados. No es necesario apuntar que las tabernas son frecuentadas por alcohólicos, gente frustrada, espías, exhibicionistas jóvenes y viejos verdes.  La fauna humana que concurre a la taberna forma -tal vez componga- un muestrario de la biodiversidad. Si viéramos esa concurrencia como la “composición” de un cuadro flamenco, tendríamos que sustituir la palabra peor por la palabra mejor: es una de las mejores aulas del mundo.

Claro está, para el psicólogo, para el escritor, para quien cultive las humanidades en su cruda inmediatez, sin adornos artísticos ni vocablos técnicos. En las tabernas se pierde el tiempo, se malgastan oportunidades de trabajo económicamente productivo, e incluso se hacen malas digestiones y nos enredamos en disputas inútiles. Todo esto es cierto; pero no es lo único que hay en las tabernas, ni lo más importante.

Tengo un amigo, asiduo visitante de buenas tabernas, de aquellas en las que se sirven mejores bebidas y bocadillos, quien afirma que ha sacado de esos lugares llenos de humo de tabaco los mayores beneficios. En la barra de una taberna me enteré un día de que iban a vender a bajo precio una finca, la cual compré y luego vendí con grandes beneficios, me dijo en tono grave y con gestos solemnes; y ése es el origen de mi fortuna. Las futuras alzas y bajas en las monedas extranjeras se conocen en las tabernas antes que en los bancos y en los organismos internacionales. Esto se debe, dijo levantando un dedo, a que todos los funcionarios gubernamentales son indiscretos y deslenguados. Después de dos copas de vino desembuchan tres o cuatro “secretos de Estado”.

Sentado frente a un sencillo plato de aceitunas, queso manchego y salchichón de lomo, he formalizado ventas, establecido relaciones de negocios y vínculos políticos. La taberna es el templo donde se administran los “sacramentos” pragmáticos de nuestra época. Por eso cumplo con los ritos profanos de brindar un aperitivo, enviar una botella de vino a una mesa contigua, ofrecer un puro al invitado de un amigo “habitual” del lugar. Los camareros saben, casi todos, tantas cosas como los barberos. Los hay distraídos, que son autómatas del servicio al cliente: retiran el cenicero, reponen el hielo, repiten el trago con las proporciones exactas, y ni siquiera escuchan las conversaciones.

Esta clase de camareros es la más recomendable para que te sirvan a ti. Pero las propinas más jugosas hay que pagarlas a los “oidores de la Real Audiencia”, que también son grabadores y repetidores de lo que oyen. Un buen camarero hace milagros,  concluyó enfáticamente mi amigo.

En el campo de las cosas prácticas la taberna es insustituible; pasar por una barra, sea para quedarse en pie o para sentarse en un taburete durante una hora, ayuda eficazmente a prescindir de psiquiátras, magos y horóspocos. Repito que estos asuntos son de carácter práctico o utilitario. Los motivos gratificantes, artísticos o lúdicos para ir a las tabernas, son de más peso que los meramente prácticos. Los chistes más ingeniosos se escuchan en las tabernas; las observaciones más profundas sobre la conducta de los políticos las he oído en tabernas “de nivel medio”. En estas tabernas la sinceridad es favorecida por la pérdida de inhibiciones que acarrea el alcohol. En las tabernas de mala muerte las confidencias pueden ser peligrosas, debido a la poquísima educación de los parroquianos y a que el zarandeo de la vida los vuelve susceptibles y turbulentos.

He tenido la oportunidad de escuchar historias interesantísimas acerca de los protagonistas de nuestra política, de la reciente y de la antigua. He oído contar anécdotas aclaradoras sobre la vida de escritores extranjeros, describir fórmulas para preparar cócteles, explicar recetas de cocina. Es verdad que he oído de igual modo los embustes más grandes que puedan concebirse en una isla pequeña. Pero nada es tan notable como las filosoficulas tabernarias, que circulan de boca en boca.

Las piedras de los ríos se pulen mientras chocan entre si al ser arrastradas por las corrientes de agua. Así ocurre con las frases sapienciales de los filósofos de “copa y espera”.  Lo que no está en los periódicos se difunde en las tabernas; y lo que aparece en los periódicos de manera incompleta, se acaba de conocer en las conversaciones de los bebedores de las tabernas. Según parece, la barra de la taberna ha llegado a ser un pupitre colectivo para estudiantes viejos y desaplicados.

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