Lecciones de Katrina

Lecciones de Katrina

UBI RIVAS
El huracán Katrina, que golpeó primero la parte norte de Miami, Florida, y luego cuatro días después devastó la Louisiana, que incluye el importantísimo puerto de Nueva Orleans, su capital, Batton Rouge y el poblado de Bilox en la contigua Alabama y otras localidades más, obliga a reflexionar en varias direcciones. Katrina se inscribe entre los primeros tres desastres naturales más terribles en la historia de los Estados Unidos, precedido por el terremoto-incendio de San Francisco de California en 1906 que produjo un saldo trágico de unas seis mil víctimas, seguido por el huracán que azotó a Galveston, Texas, en 1900, que causó más 12 mil víctimas.

De esas trágicas vivencias dista un siglo, y en ese tiempo los Estados Unidos han podido consolidarse como la primera potencia, es decir, superpotencia más sólida que conocen los infolios de la humanidad, en tecnología fabril, armamentista, deportes, periodismo (comunicación), ciencia espacial, nuclear.

En la Universidad de California en Berckley, en la de Harvard y en el MIT de Boston, los Estados Unidos tienen tres de los diez centros de saber más completos («tecnología de punta», le llaman), que dispone el mundo de hoy.

En la NASA de Houston, Texas, y en el Centro Espacial JFK de Florida, también disponen de avanzadísima tecnología capaces de rastrear el infinito como ningún otro país, inclusive el Jodrell Bank londinense, el de Chile, similares al de Monte Palomar en California.

En el Centro Nacional de Huracanes de Miami, Estados Unidos tiene el más completo rastreador de la atmósfera terrestre de que país alguno pueda disponer.

El solar de Mc Math en Tucson, Arizona; el VLA en San Agustín, Nuevo México; el de Arecibo, Puerto Rico…

Con todo ese paquete tecnológico, de conocimientos terminados, superbos, resulta inadmisible que el gobierno norteamericano del presidente George Bush Jr. no dispusiese las providencias precisas y pertinentes para ordenar una evacuación ordenada, correcta, sin traumas, teniendo 94 horas para hacerlo, que fue el trayecto negociado por Katrina para desplazarse de la península de La Florida hasta alcanzar, increíblemente directo, a Nueva Orleans.

Resulta inadmisible para toda lógica elemental, para todo planeamiento aún sencillo de logística, aceptar que las providencias de lugar no se hubiesen dispuesto para evitar el trauma, desorden, zozobra de medio millón de residentes de Nueva Orleans, la ciudad cuna del jazz, cuna de Louis Asmtrong (‘Satchmo’) y del mundialmente festival de carnaval de Mardi Grass.

Es imposible admitir que no se hubiese dispuesto el desplazamiento y el cobijo condigno a medio millón de ciudadanos norteamericanos para indicarle hacia dónde tenían que dirigirse a guarecerse en lo que las aguas desbordadas por Katrina, más la desembocadura del río Mississipi y el lago enorme que circunda Nueva Orleans, bajaran su nivel y se iniciase el arduo trabajo comunitario de retirar los escombros y comenzar a edificar todo lo destruido.

Es inadmisible que no se dispusiese un cordón compacto de la Guardia Nacional, la Guardia Costera y la movilización al unísono de las Fuerzas Armadas norteamericanas, tan prestas para agredir a países indefensos, como Nicaragua, México, Cuba, Panamá, Líbano, Vietnam, Corea, Haití, a nosotros dos veces, y decenas de «firmas más» y evitar los saqueos, que perpetran en otros países…

El dolor de los norteamericanos que sufren la devastación de Katrina pero también la ineficacia de su gobernante, transmigra a la humanidad que se compadece y solidariza con la tragedia terrible que pudo amainarse con un poco de imaginación, presteza, voluntad política, todo para lo cual es tan activa cuando de agredir e impulsar el unilateralismo se trata…

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