Lecciones de las elecciones

Lecciones de las elecciones

EDUARDO JORGE PRATS
Nueva vez los dominicanos celebramos elecciones para seleccionar a nuestros representantes en el Congreso y en los ayuntamientos. Pasado el momento electoral, es bueno pasar revista a las lecciones que pueden extraerse de los pasados comicios. En primer lugar, resalta el civismo de los ciudadanos que acudieron a esta cita electoral. Nueva prueba de la confianza del pueblo en la democracia y en las instituciones electorales.

La marcada abstención, que podría igualar o superar la de las elecciones del 2002, revela, sin embargo, que más de la mitad de las personas o no están interesadas en votar o no confían en los partidos. Esto sirve para deslegitimar el sistema democrático y es la base, en la medida en que quienes votan son los más pobres, del tradicional clientelismo que amenaza con socavar el régimen democrático.

En cuanto a la organización electoral, a pesar de la ausencia de la Comisión de Asistencia Electoral y no obstante la falta de legitimidad de algunas de las autoridades electorales por lo que se entiende el pecado original de su designación, fue buena, según resaltan los observadores nacionales y extranjeros. Todo indica que los dominicanos hemos aprendido de pasados traumas electorales y que la inversión de recursos humanos y materiales en la organización electoral, unido a la vigilancia de organizaciones civiles como Participación Ciudadana, paga con creces. Entre los puntos a mejorar sobresale la necesidad de agilizar el conteo de los votos para lo cual habrá que transitar hacia el voto electrónico y hacia una mejor capacitación del personal de las mesas electorales.

Respecto a la campaña electoral, es evidente que hay que realizar serias reformas dirigidas a establecer topes al gasto electoral, facilitar la igualdad de acceso de los partidos a los medios de comunicación, transparentar el financiamiento y el gasto electoral e impedir el uso de los recursos estatales a favor de los partidos que ocupan las instituciones estatales. Resalta el abuso de los recursos del Estado a favor del partido oficial, la compra de cédulas por parte de los partidos tradicionales y la competencia desleal provocada por una publicidad masiva, incontrolada y aplastante a favor de los partidos mayoritarios.

En lo que se refiere a la sociedad civil, hay que señalar el rol jugado por instituciones como Participación Ciudadana, Jaycees y Finjus, que propiciaron debates abiertos y plurales entre los candidatos de los diversos partidos, lo que contrasta con la extraña exclusión de los partidos emergentes en el debate propiciado por Anje. Es de esperar que un grupo de periodistas independientes se anime a celebrar debates en las próximas elecciones que favorezcan la participación plural de todo el espectro de partidos. Quizás ello contribuya en gran medida a abrir los medios de comunicación a todo el sistema partidario y a disminuir el grado de manufactura del consenso (Chomsky) provocado por la exclusión de nuevas opciones partidarias de los principales medios de comunicación.

Los resultados electorales conocidos hasta el momento de redactar estas líneas muestran una aplastante victoria del Partido de la Liberación Dominicana. Es claro que se ha sustituido la supermayoría senatorial del PRD por la del PLD con la perniciosa consecuencia de que quien controla el Poder Ejecutivo ahora dominará también el Poder Legislativo. Ahora no habrá ninguna excusa para que el partido oficial no haga las reformas legales e institucionales para consolidar la democracia, el Estado de Derecho y la justicia social. Ojalá esta supermayoría no sea utilizada para gravar con más impuestos a los trabajadores y al sector productivo de la nación o para propiciar una reforma constitucional que acentúe el presidencialismo, el continuismo político y el carácter plesbicitario de nuestra democracia.

Toda verdadera democracia es una democracia electoral y toda democracia electoral está fundada en partidos capaces de articular los intereses de la sociedad si no quiere derivar en una democracia cesarista presidida por un partido único. Quiera Dios que todos los partidos entiendan la necesidad de reformarse y democratizarse internamente, porque no se puede pedir democracia afuera si no hay democracia adentro. Quiera Dios que entendamos también que una democracia que no es justa, social, emancipatoria y solidaria muere irremediablemente como planta no regada por el agua que la vivifica.

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