Lecciones de un no vidente

Lecciones de un no vidente

Pablo es el nombre de una persona a quien encontré en el caminar de mi vida. De su visión le queda sólo el diez por ciento. Pronto quedará sin nada.

Hace poco me dijo: “Un día de esto voy a necesitar uno de sus hombros”.

Sin darme cuenta, empezó a entrenarme.

Me visita y hace que camine con él por la comunidad.

Noté que me sigue  y que está atento a cada acción mía.

Yo hago todo ordinariamente, pero él distingue la voz, los pasos, el calor del cuerpo, la distancia y los gestos.

A esto se suma el dominio del ambiente. Los olores le dan informaciones de lugares y, hasta, de los peligros.

Sus oídos les llevan ventajas a los míos.

Me ha impresionado.

Ahora, de vez en cuando cierro los ojos para ver qué se siente vivir sin visión.

Es que, de verdad, tengo curiosidad por saber cómo es su mundo.

Sin embargo, todo me resulta difícil cuando me encuentro en la inmensa y espantosa tinieblas.

Me aterra pensar en no poder ver a mis hijos, mi esposa, mis amigos, la naturaleza y, sobre todo, limitar mi movilidad en el mundo.

Aunque me da lecciones sobre cómo ayudarlo materialmente en su oscuridad, yo aprendo a ver la vida de otro modo.

Su petición cotidiana a Dios es que no le quite lo poco que le queda de visión. “Yo sería conforme con eso”, me dice.

Pablo ha hecho mucho por mí:  

Él me ha hecho entender que soy un ser bienaventurado.

Miro a mi alrededor y me siento reprochado si me quejo por algo.

Él no lo hace. En cada encuentro tiene la misma sonrisa.

Ya en mis oraciones cotidianas sólo pido al Todopoderoso por un milagro.

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