Lecciones de una crisis

Lecciones de una crisis

Aunque no existe aún la distancia ideal para extraer conclusiones definitivas sobre la crisis que estremece al país, podemos afirmar que en algunas publicaciones recientes el Memorando del Gobierno sobre Políticas Económicas Complementarias al FMI y el Análisis de Leo Goldstein, del Citigroup, hay elementos importantes para un primer diagnóstico de sus causas que vaya más allá de la constatación de sus manifestaciones: devaluación, inflación, apagones e insuficiencia fiscal del gobierno.

Desgraciadamente, los diagnósticos de grandes problemas nacionales no son destilables de las experiencias de otros países a no ser que eliminemos factores institucionales, históricos y culturales. La experiencia de otros casos ayuda sobremanera para identificar vectores, con valores variables en cada país, pero ni bastan para diagnósticos específicos ni para formular políticas, error, dicho sea de paso, en el que incurrió durante demasiado tiempo el Fondo Monetario Internacional.

Inflación, devaluación e insolvencia fiscal son sumandos del factor común de decisión de las grandes crisis nacionales. Las causas, sobre todo las causas de sus causas, son palabras distintas.

Las causas de esas causas hay que buscarlas, por una parte, en los problemas bancarios, energéticos y externos que estamos viviendo y, por otra parte, en las políticas económicas y sociales tomadas para tratar de superarlas. Sobra avisar sobre el carácter tentativo de esta reflexión.

[b]1. Problemas bancarios[/b]

Dividámoslos en cuatro apartados: salvamento de bancos comerciales, endeudamiento externo de los bancos, fuga de capitales, y política monetaria.

1.1 Intentos de Salvamento de bancos comerciales.

No es posible comenzar la historia en otro punto. Las crisis de iliquidez del Baninter, del Bancrédito y del Mercantil, insolubles por recursos propios, presentaron al Gobierno y al Banco Central un dilema. La génesis comienza en la política crediticia del Baninter: uso de fondos de depositantes en donaciones y préstamos a instituciones y empresas vinculadas muchas veces con propietarios y grandes depositantes, unido a altos intereses e incentivos a depositantes. Nada totalmente nuevo, salva la magnitud, en las prácticas bancarias dominicanas y de muchos otros países.

La pregunta insoslayable y quizás no respondible, porque entra en el campo de la conciencia, es la del objetivo de una política crediticia tan vulnerable y de hecho tan insostenible. Los ejecutivos del Baninter no eran incapaces, sabían bien el riesgo que corrían si el prestamista de última instancia, el Banco Central, cortaba sus adelantos.

La siguiente pregunta se refiere a las razones por las cuales la Superintendencia de Bancos y el Banco Central no detectaron «a tiempo» los riesgos de insolvencia y por supuesto de iliquidez y por qué el Banco Central adelantó miles de millones de pesos. ¿ ¡ ¡Falta de información, incapacidad, conciencia del peligro de quiebra del sistema, revancha política, complicidad?

Preguntas sin respuestas a un país incrédulo de toda explicación oficial. Pero, ¿por qué esa incredulidad: por razones históricas que pueden llevarnos al origen de la independencia, o por razones propias de este Gobierno, o por ambas?.

Finalmente la pregunta de las preguntas: ¿por qué se decidió salvar a los depositantes y acreedores? Se puede presuponer que los depositantes habían sido abusados y que no habiendo fondos de garantías el Banco Central asumía subsidiariamente con el Estado el monto de sus depósitos y de las deudas con acreedores que no tendrían con qué recobrar sus créditos, lo que ciertamente ponía en peligro a todo el sistema bancario («cerrado por quiebra de amigos»). Se critica el silencio sobre los depositantes multimillonarios. Se ignora el riesgo de quiebra de sus acreedores.

De todos modos cuando piensa uno que a enero del 2004 el Banco Central ha pagado en pesos, en certificados de participación y en sus intereses 109,000 millones de pesos en un año, lo que posibilitó una inflación del 43% en el 2003, la super devaluación del peso y un endeudamiento monstruoso del Gobierno, resultados seguramente impredecibles no solamente imprevistos de la decisión de salvar a depositantes y acreedores, la pregunta se impone: ¿son esos costos proporcionales al de la quiebra potencial del sistema bancario? ¿Qué determinó tan pesada conclusión: el interés social, el interés político, el interés personal? No olvidemos que son distintos los determinantes y la motivación afectiva. Pensemos igualmente que rara vez la realidad se explica por un solo determinante.

Recordemos que bien puede ser que el gran responsable de la crisis haya que buscarlo en grupos de nuestro sector empresarial bancario.

Una cosa es segura; un hueco fiscal de 2,120 millones de dólares, un 17% del producto del país está por encima de lo que podemos pagar. Ni siquiera los Estados Unidos pudieran asimilar incólumes una deuda interna repentina del 17% de su producto. Nuestra situación es extremadamente vulnerable sin que valga el dicho del emperador de Austria Hungría, Francisco José, al emisario del Kaiser, avisándole que la situación al final de la primera guerra mundial era muy seria: «dígale a mi primo que la situación es desesperada pero no seria».

En conclusión creo que una importante causa de nuestra crisis y de su evaluación objetiva depende de nuestra posición ante la crisis del Baninter.

[b]1.2 El endeudamiento externo de la banca comercial.[/b]

Cuando los intereses de préstamos bancarios superan realmente la tasa de inflación y cuando las empresas producen para el mercado local, no hay incentivos lógicos para préstamos en moneda local. Esta situación se daba en República Dominicana hasta el 2002. Si los bancos pueden tomar préstamos en dólares a bajo interés y prestarlos en el país a intereses bien por debajo de las tasas prevalecientes para préstamos en moneda nacional y si hay expectativas favorables para el mantenimiento de una tasa de cambio estable por el flujo de inversiones extranjeras en dólares, los bancos tienden en búsqueda de ganancias y de clientes a endeudarse en dólares para satisfacer las demandas de sus clientes.

Puede asegurarse que este tipo de financiamiento permitió la bonanza de la economía dominicana desde finales de los noventa. De hecho, los préstamos en dólares a corto plazo y renovables con facilidad permitieron altas importaciones e inversiones. El riesgo específico de estos préstamos era la probabilidad de devaluaciones en el mercado cambiario.

Según declaraciones del Superintendente de Bancos estos préstamos, pagables en dólares, ascendieron a unos 7,000 millones de dólares, más que la deuda pública de un monto de 5,300 millones, con 1,800 millones pagaderos este año.

Al cesar las inversiones directas del extranjero por la compra de dos distribuidoras de energía eléctrica y la devaluación del peso, efecto de la deuda del Banco Central antes descrita, las empresas en sus esfuerzos por pagar a los bancos comerciales monto e intereses en dólares contribuyen poderosamente a devaluar la moneda. De hecho el endeudamiento en dólares de la banca comercial impulsa al Banco Central a financiarla aunque ello implique aumentar la base monetaria.

Desde el punto de vista financiero el endeudamiento en dólares de la banca comercial es normal, aunque supone un aumento de sus riesgos. El Gobierno, no sólo éste, veía en este endeudamiento la única manera de mantener altas las inversiones y el producto manteniendo bajos los intereses y la inflación. Obviamente el Banco Central era consciente del peligro a largo plazo para el bienestar del país, pero los países en desarrollo optamos siempre por el corto plazo. Conscientes eran también bancos y empresarios deudores.

1.3 Fuga de capitales.

Goldstein estima que la fuga de capitales llegó a 700 millones de dólares en el 2002 y a 1300 millones en el 2003. Por fuga de capitales entendemos el retiro de depósitos bancarios en moneda local para convertirlos en dólares o en divisas de otros países. La conversión tiene que hacerse en los mercados cambiarios aumentando la demanda de dólares y contribuyendo a incrementar la devaluación.

El motor de la fuga son expectativas de pérdidas en el valor de la moneda nacional, diferencia de intereses reales o de impuestos entre el país de donde se origina y el país al que se dirigen y falta de credibilidad en las políticas fiscales del gobierno o en la banca comercial.

En República Dominicana todos estos factores influyeron y siguen influyendo. Es probable que la primera ola de fuga de capital se originase en el efecto riqueza negativo que la devaluación causa en un país acostumbrado por una bastante larga experiencia histórica a evaluar su riqueza en dólares. Pero también una visión pesimista sobre la solidez bancaria y sobre la calidad de las políticas monetarias coadyuvan a la fuga de capitales. Como ya he expuesto la temática de la solidez bancaria, paso a discutir la de las políticas.

1.4 Calidad de las políticas monetarias.

El tratamiento otorgado hasta aquí a estas políticas ha girado más bien en torno a intereses. Más tarde trataré los aparentes objetivos de esas políticas (función objetivo implícita). Centrémonos ahora en la calidad económica de las medidas diseñadas para alcanzar fines muy generales: estabilidad de precios y de la tasa de cambio, estímulo al desarrollo de la economía.

El Banco Central, autor formal de la política monetaria ha tenido que luchar desde el inicio de la crisis del Baninter con el aumento de la base monetaria para compensar en su totalidad los montos depositados y los préstamos recibidos de sus acreedores. Esto significaba más que duplicar la base monetaria y tratar de extraer la excesiva liquidez vendiendo al público certificados de participación. Esta venta no es fácil: con una tasa de inflación del 43% habría que ofrecer intereses superiores lo que, tratándose de títulos de corto plazo significaría volver a incurrir en emisión monetaria para pagar intereses y montos. Este dilema fue resuelto poco satisfactoriamente desde el punto de vista de la emisión monetaria y de tasas de interés. Las tasas, con el objetivo de facilitar préstamos internos al Gobierno y a los agentes económicos, fueron mantenidas muy por debajo (28%) de la inflación. Desafortunadamente las expectativas reinantes aun ahora no son muy optimistas. Los empresarios en vez de invertir en términos reales lo hacen en términos financieros o disminuyen sus deudas en dólares con la banca.

La política cambiaria del país tratando de controlar la devaluación se ha movido desconcertantemente entre amenazas contra los agentes de cambio y profesiones de fidelidad a los mercados, por viciados que parezcan. El problema se ha agravado en los últimos meses por la entrada al negocio de cambio de divisas de muchas personas y pequeñas instituciones alentadas por la posibilidad de ganancias especulativas.

Los vaivenes de la política cambiaria recuerdan épocas del plan Duarte y su rápido abandono. Al final, la presión del FMI reclamando la existencia de un mercado unificado sin intervenciones apreciables sistémicas del Banco Central, pero con inyecciones masivas de nuevos recursos financieros externos, ha ganado la batalla. Especuladores con poca liquidez y con exceso de expectativas favorables venden divisas adquiridas a elevadas tasas para evitar pérdidas mayores. Por el momento la batalla contra devaluaciones aceleradas parece estarse ganando. Posiblemente la tasa de cambio se disparó mas allá del tope del mercado alcanzando el «over shooting». La última arma del Banco, la obligatoriedad de la entrega de divisas al Banco a un precio oficial, ha dejado de existir. La tasa de cambio, el fantasma que recorre el país, depende del mercado y este, en buena parte, de una estricta política fiscal.

El Banco, superado ampliamente en su capacidad de financiamiento, ha tenido que recurrir al Fondo Monetario para lograr recursos adicionales que permitan enfrentar las deudas externas e internas (lo que de suyo no hará sino mantener la hemorragia monetaria) y sobre todo para reprogramar su deuda con los miembros del Club de París y, probablemente con sus acreedores privados. En una economía tan globalizada no se ve ninguna otra forma de poder resolver el problema financiero dominicano. No podemos olvidar que toda reprogramación y reconversión de la deuda requiere una garantía para su aceptación por parte de los acreedores.

No honrar la deuda externa sería revivir la tragedia de la falta de suplidores de 1990, con la consecuencia de ver aumentar los intereses acumulados en ese tiempo.

La tragedia latinoamericana es su dependencia de préstamos externos. Declararnos «in default» de nuestras obligaciones crediticias no tendría consecuencias pragmáticas otra cosa son morales si pudiéramos y quisiéramos vivir sin esos préstamos. Pero entonces ¿Quién nos prestará?

Nuestro problema es querer vivir más allá de nuestros medios.

Para otro día quedan las causas de nuestros problemas políticos y energéticos.

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