Lecciones no aprendidas de Estados Unidos en sus relaciones con China

Lecciones no aprendidas de Estados Unidos en sus relaciones con China

China ha demostrado, desde hace 50 años, cuando Estados Unidos se acercó para tenerla como aliada contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que no acepta amenazas, presiones o prebendas.

Entiende que su pueblo merece todo el respeto del mundo en atención a una historia y tradición milenaria donde ha forjado sus propios valores culturales, religiosos y sociales y para los cuales reclama los consideren en igualdad a los que en Occidente valoran y ella respeta. Nunca le ha temblado la mano ni el verbo para exigir respeto.

Las pruebas, desde que empezó a ser lo que es, son contundentes, incluso con representantes oficiales de alto nivel estadounidenses de lo que la administración Trump, y otros allegados internos y externos, no han aprendido para conversar con Beijing con éxito.

Mientras EE..UU está acostumbrado a posiciones de fuerza, China, habiendo sufrido intervenciones y vejaciones, no soporta, parte de su idiosincrasia, que pretendan imponerle decisiones en temas internos y menos de soberanía.

Sabe negociar, pero no sabe arrodillarse cueste lo que le cueste y dio muchos ejemplos cuando aún estaba en proceso de forjar lo que ha logrado y dependía, en gran medida, de buenas relaciones externas.

Henry Kissinger, considerado el estadounidense que mejor conoce a China, cita en su libro “Sobre China” (On China) a Li Ruihuan, exmiembro de Buro Político del partido, quien le advirtió que al pueblo chino “no le gusta que otros nos digan qué hacer.

Sin embargo, a los estadounidenses les gusta decirles a otros que se haga esto o aquello. El pueblo chino no quiere recibir instrucciones de otros”. Por su parte, Zbigniew Brzezinski, otro exasesor de seguridad nacional, afamado “halcón” anticomunista, recordaba que EE.UU. y China necesitan “el uno del otro”.

Expertos estadounidenses advierten que el problema de Washington es “no estar preparado” para negociar sin una supuesta “posición de superioridad con China”.

Kissinger relata que Deng Xiaoping, arquitecto de la China de hoy, le recordó que cuando él se acercó a China buscándola como aliada frente a la URSS, China luchaba por alcanzar el comunismo; “entonces ustedes aceptaron nuestro comunismo.

Por lo tanto, no hay ninguna razón para que ahora no quieran aceptar nuestro socialismo”. Warren Christopher, canciller de Clinton, contaba que siendo China aun relativamente débil internacionalmente, al presionar a Beijing sobre derechos humanos, Li Peng, exprimer ministro, le espetó sin pestañear que eso no era un problema de EE.UU., que esa nación “estaba llena de problemas de derechos humanos que requerían atención” y para demostrarle su disgusto, sin dudarlo, canceló la reunión programada con el entonces presidente Jian Zemin.

Clinton entendió un mensaje que esta administración no logra descifrar y convulsiona cuando le responden. Otro pasaje relatado, un ex asesor, participante en reuniones presionando a China, se topó con que le dijeran a la delegación lo que nunca habían oído ni durante las negociaciones con Vietnam del Norte.

Evidentemente, con China, hoy una potencia, la fuerza cierra el camino. Reconózcase o no, China ya está en plena recuperación y lista para seguir desarrollando su “poder suave”. Ahórrennos el costo de tanta prepotencia e ignorancia. Ciérrense caminos de confrontación y ábranse de negociación y comprensión.

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