Lecciones no aprendidas de los huracanes

Lecciones no aprendidas de los huracanes

Ubi Rivas.

La Española es la segunda isla mayor del archipiélago del Caribe, precedida por Cuba, y geográficamente está situada por encima del Arco Antillano que puntean las decenas de islitas que las rapiñas imperiales del siglo XVI consiguieron adueñarse, a contrapelo de sus nativos originales dueños.
Cada año, conocido desde el ingreso de España al Novo Mundo en 1942, los caribeños o antillanos conocemos que estamos colocados geográficamente en el trayecto de los huracanes, que inician su devenir catastrófico y destructivo en junio, y culmina en noviembre, siendo septiembre uno de los meses más fatídicos, cuando el agua del mar está sobrecalentada con la canícula del estío, y revienta en furiosos vendavales que ocasionan grandes y graves daños humanos y materiales.
La Española es de las islas grandes del Caribe, la que dispone de mayores caudales de afluentes, no obstante la gravísima devastación forestal sin grandes referencias restauradoras, y cuando vienen los huracanes, que es un vocablo taíno que traduce gran viento, los afluentes se desbordan y causan terribles riadas que arrastran todo consigo, seres humanos, viviendas, puentes, carreteras, caminos vecinales, y hasta ahora, ninguna presa.
Desde que era niño, escuchaba a mi tío Carlos, residente en Arenoso, provincia Duarte, que la solución para controlar las riadas de Yuna consistía en canalizarlo, como a los dos Yaque, y ningún gobernante ha decidido concretizar la providencia, sino que cada vez que se producen huracanes y desastres mayúsculos, humanos y de todo tipo, volvemos a lamentarnos, sin pautar los correctivos.
El huracán María, que rozó a 90 millas al norte de La Española, devastando a Dominica y Puerto Rico, causó estragos en daños físicos y agrícolas y más de 20 mil desplazados, Yuna y Yaque desbordado, y aún no se percibe providencia restauradora defintiva.

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