Como una “pandemia” ha sido definida la corrupción por Pablo Iglesias, el líder de Podemos, movimiento político que en este momento desplaza al PSOE y al PP de los primeros lugares de simpatías en el espectro electoral español.
“Podemos” surge como organización política en momentos que los cimientos del reino español se tambalea producto de la acumulada corrupción que ha llegado a desenmascarar no sólo a los partidos políticos sino también a la misma familia real.
La sociedad española se ha cansado de la corrupción que solidariamente el bipartidismo alternado cíclicamente en el poder, ha practicado y ocultado.
Quitado el velo del rostro de los españoles, a los partidos tradicionales, desde cuyas filas han salido figuras que van desde ex secretarios generales hasta simples concejales involucrados en millonarios escándalos de corrupción, no le ha quedado otra salida que no sea la de desvincular de esas organizaciones a las personalidades imputadas, sin importar el nivel jerárquico que ostente en términos orgánicos o en el aparato público.
Esta lección de política que hoy nos da España debe ser valorada en su justa dimensión. En primer orden, los partidos políticos tienen que saber que el pueblo no tiene matrimonio indisoluble con ninguna organización, pendula hacia litorales que representen sus intereses y se alejan aquellos que provoquen el hastío popular. En segundo término, ninguna organización política debe cargar con las inconductas de algunos de sus miembros, razón por la cual precisa expulsar a quienes atenten contra los sanos propósitos de la misma.
La nación espera recibir señales claras por parte de la clase dirigencial de los partidos políticos, específicamente de los denominados mayoritarios, y la coyuntura histórica que vivimos es propicia para comenzar a enviar esas señales.
Permitir que la justicia actúe de manera libérrima en los casos que la Procuraduría General de la República lleva contra importantes figuras políticas, sería una buena forma de comenzar.