Lecter es un chivito

Lecter es un chivito

El séptimo arte nos ha legado inumerables obras cimeras, «El nacimiento de una nación» e «Intolerancia» de Griffith, pasando por «El acorazado Potenkin» de Eisenstein, y llegando a esa cumbre que es «El ciudadano Kane» de Orson Walles, sin contar con películas de más reciente factura como «La delgada línea roja» de Terence Malick, «Hable con ella» de Almodóvar, o «El silencio de los inocentes» de Jonathan Demme, en donde su realizador nos presenta al monstruo cinematográfico más escalofriante de todos los tiempos, el doctor «Hannibal Lecter».

Desde los albores del cine hasta la fecha, los monstruos han sido una constante en la pantalla de plata, desde El hombre lobo a Frankenstein, de Nosferatu o Drácula al monstruo de la laguna negra, de los invasores de cuerpos a las personas poseídas por el diablo, etc, pero nunca, desde nuestro humilde punto de vista, ha habido lo que nos haya dejado tan terrible y profunda impresión como la de este psiquiatra que devora a sus pacientes, Hannibal el caníbal, magistralmente interpretado por sir Antony Hopkins, y quien se ha convertido en un arquetipo de la maldad absoluta.

Pero a veces la ficción cinematográfica palidece ante la realidad, cuando por los medios de comunicación nos enteramos de que existen monstruos tan o más abracadebrescos a los del cine, puesto que en estos días se nos heló la sangre al leer el descabellado relato del último antropófago del que se tiene noticia, no viviendo en una selva ni en una caverna ni en ningún país de los llamados del tercer mundo, sino en la culta y moderna República Federal de Alemania, siendo ese individuo un profesional especialista en ingeniería de sistema a quien se apresó cuando buscaba otra víctima por falta de su alimento vital, «carne humana». Nos referimos al carnicero de Rottenburgo Armin Meiwes.

Según el relato de la prensa, en un proceso sin precedente en la historia judicial alemana, la corte vio a puertas cerradas un vídeo casero mostrando la atroz muerte del ingeniero berlinés Bern Jurgen Brandes, de 43 años, el 10 de marzo del 2001, además del descuartizamiento de su cadáver y la espeluznante ingesta de parte de su anatomía.

También dice la información, que un E-mail de Meiwes dirigido a un amigo determinó, durante el interín de las pesquisas policiales, de que existe una amplia red de canibalismo en Alemania, perteneciendo a este círculo desde dentistas, maestros, cocineros, funcionarios públicos y artesanos.

Debemos decir, en honor a la verdad, de que este no es un hecho aislado en el mundo, pues en años anteriores se han capturado psicópatas por ese tenor, como el famoso carnicero de Milwakee, Jefrey Dammer, o de aquel tímido profesor de primaria en Rusia que declaró haber violado y asesinado mediante el descuartizamiento a más de 250 niños, y tantos otros casos que deseamos no recordar jamás, en donde las más retorcidas y aberradas mentes que hayan existido, han materializado al detalle la pavorosa y sanguinolenta faz del averno, para tétrico regocijo de ellos y horror absoluto de los que aún nos consideramos personas sanas y normales.

Indudablemente hay muchas explicaciones para que se produzcan fenómenos como el antes descrito, los cuales no están aislados unos de otros, en los que se pueden incluir los asesinatos colectivos entre estudiantes como aquel ocurrido en el Columbine High School en Colorado, o el que hubo en otro colegio en Turingia, Alemania, el año pasado, o la esclavitud de mujeres y niños en muchos países, o la trata de órganos, los «Snuff Movies» (filmes en donde de verdad se tortura y asesina personas), o la promoción de conductas sexualmente aberrantes a través del arte de vanguardia o posmoderno, la proliferación de la pedofilia y pornografía a través de la red, o aquel acto macabro como lo fue el 11 de septiembre, además están los terroristas mártires que se inmolan reventándose en lugares atestados de personas, o también cuando las altas instancias del poder del imperio global, léase, los Estados Unidos, en base a la mentira y al chantaje más grosero, viola todos los acuerdos y preceptos legales de los organismos internacionales a fin de destruir hasta sus cimientos, dizque en una estrategia de guerra preventiva, a naciones como Irak y Afganistán, sin tocar jamás al más grande violador de los derechos humanos del medio oriente, Israel, perpetrando un genocidio que iguala en méritos al nazi-facismo que casi acabó con el mundo.

Ese denominador común se llama «inversión de valores», es decir, el materialismo por encima de la vida decente y la preservación de la naturaleza con sus recursos, de los principios éticos, del correcto actuar; en otras palabras, el del dinero y las leyes de la oferta y la demanda pisoteando impunemente la dignidad humana y la solidaridad entre los pueblos, en donde el grosero oportunismo deglute el sentimiento humano más noble; la compasión.

La enfermedad que vive la humanidad para que se den casos como el de Meiwes, no es otra cosa que el haber dejado un resquicio abierto para que se enseñoree la «sombra» jungiana, el demonio de los judeo-cristianos, y el cual es nuestro profundo egoísmo y vanidad.

Por eso, hoy cuando vamos al cine ya nada nos sorprende, porque la puesta en escena de guionistas y realizadores cinematográficos ha sido suplantada con más escándalo que éxito por otros, quienes carentes de escrúpulos y de alma, crean la peor de las películas de terror jamás filmada, aceptada con naturalidad por algunos petulantes entusiastas de la oquedad existencial y el relativismo de ésto que algunos denominan posmodernidad.

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