Lectura digital

Lectura digital

PEDRO GIL ITURBIDES
En los estantes libreros de doña Luis De Windt reposan ejemplares de la obra de Eugenio Sué, “Los Hijos del Pueblo”. Es una edición diferente a la que leíamos de muchachos, pues ésta era una edición en rústica con viñetas en blanco y negro. La de doña Luisa se editó en pasta con los dibujos a color. Pero como la edición de 1896 de que disfrutábamos, la obra de ella es antigua. La heredó de su tía Luisa Benoit De Lemos, una puertoplateña en cuya casa la encontró, entre otras obras, cuando tenía siete años. Desde entonces ha vivido muchas primaveras y veranos, y en el otoño de su existencia contempla estas páginas con la brillantez de los años primeros.

En cambio, Erick Andujar, ingeniero de minas de profesión e impresor de oficio, no encuentra cómo leer unas tarjetas perforadas del decenio de 1960.

Las llevó a Santiago de Chile, a una feria internacional de impresores, en donde habría de discutirse el futuro del libro y de los periódicos.

Patrocinada esta exposición por empresas fabricantes de equipos de impresión como Harris y Heilderberg, esperaba mostrar sus reliquias.

Durante una conferencia en que el disertante ponderaba el futuro de la literatura digital, pidió turno para el espacio interactivo.

Llegado ese período, se puso de pié con su manojo de tarjetas perforadas.

-Desearía saber qué tipo de máquina puede leer, o reproducir, tarjetas perforadas. Estos son viejos editoriales de uno de los diarios más antiguos de mi país, y deseo reproducirlos.

-Esos equipos están descartados, respondió tajante el expositor. Y a seguidas repitió algunas de las informaciones ofrecidas sobre los ordenadores de estos tiempos.

Erick levantó un libro para proclamar que, debido a ello, el libro, como el periódico y otras publicaciones impresas en papel, siempre tendrán vigencia.

Por supuesto, los aplausos fueron ensordecedores, pues la mayor parte de los convidados eran impresores aferrados al tipo de máquina en que se imprime el periódico Hoy. O a variantes en las que se imprimen facturas, recibos, papeles comerciales diversos, papel moneda, papeles personales, o libros, revistas y otros periódicos.

El imparable éxito del escarabajo de la Volkswaguen se basó en la permanencia del modelo. En 1965, al perderse del taller en que se ofrecía servicio de mantenimiento la Fiat que usábamos, compré un escarabajo usado, en quinientos pesos. Aunque fue encontrada la güagüita poco después, este escarabajo resultó un auxiliar inestimable. Pudo venderse cuatro años después, con una moneda y precios estables, en setecientos pesos. Eso no ocurre con las computadoras, cuyos fabricantes cambian sus intestinos electrónicos cada cuatro segundos, para obligarnos a adquirir nuevos equipos.

Pero no sólo se tienen estos inconvenientes con equipo que se arrumba porque alcanza temprana obsolescencia. También ocurre con material grabado en disquetes que, al intentar reproducirlo, muestra, en ocasiones, cantidad infinita de rombos, números interminables y otras figuras que nada tienen que ver con aquello que fue escrito. La fragilidad del sistema, a lo mejor superable cuando los fabricantes de equipos y programas acumulen toda la fortuna de la Tierra, hace de los mismos, aparatos de cuidado.

Lo escrito en materiales cuya reproducción no precise artilugios electrónicos, tiene una ventaja inestimable. La conservación digital de lo escrito tiene la ventaja de la inmensa cantidad que se acumula en un pequeño espacio. Mas, si como en el caso de las tarjetas perforadas los inventores de estos equipos pasan de un sistema de reproducción a otro, lo archivado no podrá recuperarse. En cambio, a Jesús no le fue difícil abrir los rollos en el templo de Nazaret.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”.

No tuvo inconvenientes en que Isaías hubiere escrito setecientos años antes de su encarnación. En el templo estaban aquellos rollos para su lectura regular, y él no hizo sino subir al atrio, como otros sacerdotes, para sorprender ese día, en los tiempos en que iniciaba su obra pública, a los presentes. Por eso, dice san Lucas, se permitió, al concluir esa lectura, mientras colocaba el rollo en su lugar, decirles a todos: “Hoy se ha cumplido esta escritura delante de vosotros”.

Porque los fabricantes de hardware no le habían modificado los equipos. Los realizadores de software no le habían cambiado los programas. Los hackers no le habían metido virus en el sistema. Como ocurre con el sistema digital de un segundo al otro. Y todavía hoy, casi tres mil años después, esos rollos pueden ser leídos sin inconvenientes. Y en cambio, no pueden ser reproducidas las tarjetas perforadas de los años de las computadoras del decenio de 1960. Salvo, por supuesto, que acudamos a los impresos tradicionales en el Archivo General de la Nación, y otras bibliotecas, hemerotecas e instituciones similares.

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