El golpe de Estado que protagonizaron las Fuerzas Armadas y los sectores más repudiables y oxidados de Honduras contra el presidente constitucional Manuel Zelaya, el admirado y sensible más el 28-06-09 es propicio para apreciar algunas lecturas.

La primera es si en verdad los países al sur del río Grande necesitan de unas Fuerzas Armadas que son reiterativas en desconocer la voluntad libérrima de sus pueblos expresados en las urnas, única fuente legítima de poder en los sistemas democráticos, o intentar reeditar el modelo costarricense donde el presidente José Figueres abolió las FF.AA. en 1948.

Una segunda lectura, apreciar el exacto valor que dimanan de las consultas populares y cómo sus determinaciones puedan resguardarse de las acechanzas de los entorchados y frustrar un derecho legítimo a la escogencia de un gobierno constitucional.

Tercera lectura es la profunda sensación que percibimos todos al entender que el gobierno del presidente Barack Obama será cada vez más desbordado por el complejo militar industrial, como es el caso de Honduras, pero que puede extenderse a la no clausura de la prisión de Guantánamo; no concluir las guerras de agresión del imperio contra Afganistán e Iraq ni propiciar la fundación del Estado Palestino constriñendo al premier Benjamín Natanhiu a sentarse en la mesa de las negociaciones con Mahmud Abas y sellar la paz definitiva en el Cercano Oriente.

Cuando el subsecretario del Buró para el Hemisferio Occidental del imperio, Craig Kelly, se entrevistó con el presidente Leonel Fernández el 10-12-09, todo se consumó y Mel Zelaya ingresaba por segunda vez a nuestro país 49 días después el 28-01-10.

Se concretizaba una puñalada trapera a un gobierno constitucional y a un gobernante que como Ramón Villeda Morales (1957-1963), que condenó el golpe de Estado contra el presidente Juan Bosch, procuraba la justicia social para sus gobernados.