Lecturas en tiempo libre

Lecturas en tiempo libre

Deben haber transcurrido unos cincuenta años desde que me sorprendió agradablemente, al abordar “subways”, “undergrounds”, “metropolitains” o “strassenbahns” durante mis viajes por el extranjero , y noté que la gente se dedicaba a leer libros.

Alguien estaba ensimismado e inquieto con un ejemplar del “Ulises” de Joyce y movía las páginas hacia delante y hacia atrás mientras se estrujaba o rascaba el pelo ralo con cierta cercanía de ira, porque no podía seguir el relato. Le hacían falta informaciones y el traqueteante vehículo carecía de un diccionario.

Eran tiempos de los “libros de bolsillo” o “pocket books”, y Penguin y otras ediciones que se bambolean entre el interés comercial y, tal vez, por un noble propósito de difundir la alta cultura.

Pero la alta cultura exige concentración y pensamiento; dedicación y entrega.

¿Tenemos hoy tiempo y paz interior para lograr tal cosa?

Las prisas nos roban la capacidad de pensar, de analizar –conforme a nuestras capacidades– lo que estamos leyendo.

De todos modos me parece una excelente idea aprovechar los momentos de tiempo libre, ya para pensar y planificar, o para entretenernos al tiempo que nos cultivamos, evitando esos “vacíos” terribles, hijos de nuestras ignorancias y nuestros miedos.

Aquel puntualísimo tranvía que debía tomar para llegar al local de ensayos de la Sinfónica de Hannover, solía estar repleto y uno cedía los asientos a la “gente mayor”. La ruta que cruzaba el centro de la ciudad estaba repleta de curvas que, de no asegurarse uno, si iba de pie, podía caerse. Por tal razón había una bien visible advertencia: “Agárrese especialmente en las curvas” (Festhalten besonders in kurven).

Era uno de esos escasos días en que el atrevimiento y la frescura tomaban posesión de mí y, ni corto ni perezoso, agarré la espléndida cintura de una joven cercana que me miró desorbitando sus ojos verdes. Yo le señalé el letrero y le dije que simplemente estaba obedeciendo las instrucciones.

¿Hay por aquí mejores curvas que las suyas? le dije.

La muchacha se dobló de risa y se le cayó el libro. Un volumen grueso y pesado: Las obras completas de Shakespeare, en inglés, primorosamente encuadernadas.

Nos hicimos amigos. Ella era, como yo, devota del bardo de Stradford.

Yo no creo en el azar.

Años después, en el subway de Nueva York, en horas de escaso tránsito, al sentarme en un asiento que no había podido escapar de los graffiti indescifrables, tropecé con algo. Era un tomo de las obras completas de Shakespeare, no tan primorosamente encuadernado. Miré a mi alrededor. Sólo un inmenso negro, borracho o drogado dormitaba, o “viajaba”. No me hizo caso. Tomé el libro y aquí lo tengo. “Property of F. Coleman, N. Y. C., Nov. 20, 1927”.

Aún yo no había nacido.

Traté de contactar a relacionados con F. Coleman… pero no fue posible.

Él debe estar junto a Will.

Le mando saludos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas